24/2/09

Palabras


Apoyó el cuerpo contra la pared de ladrillos.

En la calle no se oía un ruido, todo estaba en la más absoluta calma. Las farolas reflejaban su luz sobre las aceras, dejando los pequeños recodos en penumbra.
Aquel chico se había refugiado en uno de ellos. El pelo le caía suavemente sobre los hombros y su cuerpo temblaba ligeramente a pesar del grueso abrigo que llevaba. Su mirada se perdía en la oscuridad del cielo. Negros nubarrones, camuflados en la impenetrable profundidad de la noche, amenazaban tormenta.
Miles de pensamientos bullían en la cabeza del joven. Se enredaban, se mezclaban unos con otros como si estuviesen hechos de plástico moldeable. Todo lo acontecido durante aquel fatídico día regresaba una y otra vez como una gran ola de mar decidida a devolver hasta el último pensamiento del que había querido deshacerse.
Desesperado, se agarró la cabeza con ambas manos. Un sonido parecido al que emite un corazón al ser desgarrado se abrió paso entre el silencio; el chico apenas fue consciente de haber gritado. Las lágrimas acudieron raudas a nublar su visión. A golpe de pestaña se deslizaron por sus mejillas. En ellas se agolpaban imágenes y palabras que parecían quemar el surco por el que antes habían resbalado otras. Sus sollozos se acrecentaban cuando un recuerdo demasiado fuerte pasaba a primer plano.

Las nubes avanzaban implacables, gruñendo en la lejanía. El sonido tímido de las primeras gotas se asomó al ambiente.
El joven de cabello oscuro levantó la vista hacia el cielo, confuso. Una gota le resbaló por la nariz. Sus ojos seguían llorando, ajenos a la distracción que el chaparrón había suscitado en el chaval. Nuevas preguntas surgieron en su cabeza.
Alzó ambas manos y se revolvió el flequillo. Tras un instante de duda se agitó bien todo el pelo, esparciendo la humedad hasta la raíz. Mantuvo las manos alzadas, curvó la cabeza aún más y cerró los ojos. Las últimas lágrimas se deslizaron trazando una nueva trayectoria. Cuando se colaron en sus orejas un escalofrío le recorrió el cuerpo.
Se sentía extrañamente reconfortado. Limpio, vacío. Un par de palabras cruzaron su mente, dejándole una súbita sensación de paz. “Te quiero, Te quiero”. La sombra de una sonrisa floreció en su gesto.
Mientras, el aire transportaba retazos de notas musicales. La cadencia de la melodía le invitaba a perderse en ella. Las gotas continuaban chocando contra su rostro cuando se colocó los auriculares.

Throw it away
Forget yesterday

We'll make the great escape

We won't hear a word they say

They don't know us anyway


Subió la música de su MP3, subió el volumen hasta que el dolor le atenazó las orejas.
Sonreía.

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