18/9/10

A Hard Daynight

Hoy, mientras esperaba en el descanso entre clase y clase a que empezase la aburrida asignatura de Física (y más después de haber sido testigo de las manitas que tiene mi profesor de programación con el ordenador de la sala magistral...), estaba mirando páginas nada recomendables para cualquier ser humano culto que se precie (no me culpeis a mí, culpad a las malas influencias encarnadas en forma de amigas universitarias). Páginas de chorradas graciosas que se cuelgan en la red, y que, una vez has leído mil, ya tienes la regla para medir todas las demás. Sin embargo, ahí estábamos las tres, leyendo anécdotas como tres bobas intentando no pensar en la fatídica clase de hora y media que se nos venía encima en tan sólo unos minutos. Joder, chaval, quién pensaría que leyendo una puta frase me viniera de repente la inspiración. Ha sido una simple y miserable frase, sin gracia y sin nada, pero se me ha iluminado la bombilla. Y en cuanto he llegado a casa y me he relajado, me he puesto a escribirla. Al final... éste ha sido el resultado.




Era una noche oscura, sin estrellas, pero con una farolas tan brillantes que me hacían pensar que caminar de noche era incluso más seguro que caminar de día bajo la luz del astro rey. Estaba solo, sacando dinero de un cajero automático y no sentía el habitual nerviosismo ante la posibilidad de un atraco a aquellas intempestivas horas de riesgo.
La calle estaba atestada de gente, de jóvenes como nosotros que habían salido a divertirse mientras durase el dominio de la madre luna. Se respiraba un ambiente inmejorable, como si todos nosotros nos hubiésemos puesto de acuerdo y firmado un alto el fuego temporal. Mientras recogía el dinero, un par de chicas de grandes sonrisas me saludaron como quien saluda a un camarada, a alguien que no conoces de nada pero que lucha a tu lado. Les devolví mi mejor sonrisa y me largué de allí rapidamente.

No me malintrepretéis, si me marché tan deprisa fue por una buena razón. Una muy buena razón que tenía nombre y apellidos, y que, además, me esperaba sentado sobre el césped en el que nos habíamos sentado a beber y pasar la noche.
En mi apasionado intento por robarle unos segundos más a ese espacio de tiempo en que nuestras vidas convergían, casi me tropecé dos veces corriendo por las aceras de Madrid. Sentí el aire descolocarme el pelo, las suelas de las zapatillas duras contra mis pies y el pecho tan hinchado que, una vez más, volví a sentir la inmensa satisfacción de poder ser yo mismo, y de saber que seguiría siéndolo durante mucho tiempo más. Tanto como durase mi vida.

Después de una revitalizadora carrera, por fin llegué hasta los jardines desde donde podía ver al humilde grupito que formábamos entre todos. Todos universitarios, levantados hasta las tantas, bebiendo los sabores que queríamos paladear y charlando de cosas tan variadas como disparatadas. Tan sólo él y yo compartíamos carreras, los demás abarcaban tantas ramas del saber como deseos hay en el corazón humano. Un sociólogo, una matemática, un psicólogo, una química y dos informáticos. Numeros pares, sobre los que Ana, Iñigo y yo bromeábamos. Pasar las noches junto a ellos era genial.

El pelo de Iñigo se oscurecía al amparo de las grandes sombras que proyectaban los árboles. Era rubio, con una pequeña melena que le tapaba las orejas y que siempre estaba como si acabara de salir de arreglarse. Tenía el cabello lacio y suave, con un poco de volumen y mechones que al brillar parecían hilo dorado. Sus silencios eran enigmáticos, como salidos de un mundo paralelo en el que podrías comunicarte con los demás sin necesidad de intercambiar una sola palabra. Iñigo era así, capaz de revelar mucha más información estando callado que con cuatro frases aleatorias que versaran sobre un tema concreto. Sin embargo, oírle hablar también era una delicia.
El estrecho vaquero que se ceñía sobre la parte inferior de su cuerpo, sus zapatillas negras de lengüeta caída y aquella camiseta roja con la famosa frase estampada, a pesar de ser simples componentes de su configuración física, me atraían enormemente. La hierba que estaba a su lado invitaba a tumbarse, su vaso a beber sin reparos, y sus labios a escuchar una y otra, y otra vez lo que quiera que saliese, o no, de ellos. En ese momento conversaba con Ana, cubata en mano, sobre puertas lógicas y circuitos. A ella le apasionaba, aunque su gran amor siempre serían las matemáticas puras. Yo estaba maravillado con su discurso, porque su cerebro parecía ser más bien un estupendo tamíz en el que sólo se recogían y almacenaban las pepitas de oro que se camuflaban entre toda la arena que transportaba la corriente. Estaba tan absorto en su disertación que me olvidé de la enfermiza obsesión que llevaba instalada en mi cabeza todo lo que llevábamos de noche.

Iñigo me gustaba de una manera que no podría describir jamás con mi limitado vocabulario. No era amor romántico, no era el tipo de amor que le profesas a una amistad o pariente. No era obsesión o fanatismo, ni creencia o fe. No era admiración; iba mucho más lejos, abarcaba mucho más territorio. Puede que fuese una mezlca de todo y mucho más, o puede que no fuese nada de nada, nada de lo que yo pudiese describir hoy por hoy. Era el sentimiento de haberse enamorado de una forma de pensar y de enfrentar la vida. Estar de acuerdo, querer aprender, empaparse en sus ideas y sentir como van dando forma a todos aquellos cabos sueltos que dejaste porque todavía no sabías cómo definirlos.
No era homosexual y sí lo era, porque Iñigo era un hombre y yo también lo era. Y yo me había enamorado de él y a la vez no lo había hecho. Y no estaba confuso, porque mi cabeza estaba muy bien amueblada y entendía perfectamente la conclusión lógica de mi pensamiento. Me sentía pletórico. Alegre. Vivo.

Nuria, Alejandro y Sergio soltaron una gran carcajada desde el otro lado del círculo. Ana dirigió su mirada hacia su mejor amiga y pidió que repitieran el chiste. Se arrastró sobre la hierba y se sentó en el regazo de Alejandro. Iñigo también se arrastró hacia mi lado, rellenando el hueco que había dejado nuestra amiga, y la tela de su pantalón se deslizó sobre la hierba mojada hasta que su pierna chocó contra mi rodilla. En ese momento, me obsequió con una de esas frases que dedicaba exclusivamente a un único usuario.

-Llevas toda la noche muy tranquilo.

No sé por qué lo hice, sólo sé que fue un impulso irrefrenable. O quizás es que su forma de enfrentarse a la vida estaba empezando a calar hondo en mí. El caso es que no supe expresar de otro modo la forma tan extrema que habían adoptado mis sentimientos. Aquella me pareció una excelente comparación cuando la pensé, dos segundos antes de darle paso de forma sonora a través de mi garganta.

-Quizás parezca estar tranquilo, pero en mi cabeza ya te he follado tres veces.

Iñigo se envaró, todos los músculos que estaban en contacto conmigo entraron en tensión. Miró al cielo, esbozó un amago de sonrisa y volvió a la rutina de enigmáticos silencios.

5 comentarios:

Charlie D. dijo...

¡Ya te vale...!

Venga, va, ahora en serio... me parece que te has olvidado de colgar el final del texto... ejem... sí, seguro que ha sido un despiste, nada que no puedas arreglar en un minutos... ÒÓ

Jajajajaja, ains, supongo que no, que el texto acaba aquí, pero está chulo, guao, escribes muy bien, la verdad es que en lo que se refiere a crear ambientes lo has clavado.

Y mola el personaje de Íñigo.

Y mola la frase final del prota, joder, es sexy.

Niwa dijo...

Esta entrada, este relato, sin duda merecen un comentario.

Porque describes un sentimiento, una sensación, una locura,... Y lo haces genial, sin decir nada épico ni trascendental, como tienen que ser estas cosas.
Porque le das un final estupendo, con su frase contundente y su sonrisa enigmática, dejando libertad al lector para que siga pensando en ello una vez a terminado.

Fantabuloso, sí señor. Me alegra ver que al menos una de nosotras conserva la capacidad de escribir cosas chulas, porque mi imaginación ha muerto durante el verano. Así que a partir de ahora tendrás que escribir por las dos... Te ataré si es necesario ;P

Mew dijo...

Ay, cómo te gusta jugar con las esposas a ti, Nini... xD
Me alegra ver que retornas por estos lares, que últimamente no se te veía el pelo por aquí. Tanta vida rl, tanta vida rl... TSK!

En efecto, Shikaru, el texto acaba así. Que cada cual imagine cómo terminó la noche para estos dos. Aunque... uhm, quizá no haga falta imaginar. Mi retorcita mente acaba de ponerse a maquinar.
Quién sabe lo que ocurirrá ahora.

Besos a los dos! <3

Annell dijo...

¿¡En serio vas a dejar el texto ahí!?

Joder, qué puntazo de frase la del protagonista xD Joder, ha molado un montón. No sé, yo soy Íñigo y me habría quedado frito en el lugar. Me ha encantado ^^ Era fácil imaginar el ambiente y el buen rollo que reinaban.

¡A ver si nos escribes algo más pronto!

Charlie D. dijo...

Yes, it's so difficult to feel a soul... I haven't done that yet, but you know, bodies become older and they will be ruined by time but if a soul is beautiful... it's forever.

Like "The picture of Dorian Gray", do you know that wonderful story?

Brrrr, what an awful soul!