28/5/11

¡Vaya, vaya!



Encontrarnos ahí, precisamente ahí. En una estación de mala muerte, esperando un tren con destino a quién sabe dónde. Tú, de la mano de aquel muchacho, sentada en uno de esos bancos metálicos que tan jodidamente fríos están en invierno, y yo, arrastrando mis ojeras, recién salida de las escaleras mecánicas. Llevaba puestas las gafas y, claro, te costó reconocerme. Pero mis brazos se movieron como locos en un alarde de efusividad (tan impropio de mi serio y respetable temperamento, me gustaría añadir), intentando llamar la atención de ese ser humano enfundado en una camiseta amarilla de tirantes en que resultaste haberte convertido. Yo sé por qué nos echamos a reír como dos estúpidas... pero ni tu compañero ni la gente que me acompañaba parecía conocer el motivo. Yo sé que me despedí sin muchos miramientos de ellos para irme contigo, contigo y con aquel muchacho tan amable que me presentaste... y sé también que mañana, pasado, me preguntarán por qué. Pero no les diré nada, ya lo sabes.

Y si el tiempo pudiera medirse en palabras, lo que pasamos los tres encerrados en ese vagón, comodamente sentados, sería un intervalo muy grande. Me empapé de todo lo que me contaste, te conté todo lo que esta boca traidora quiso revelar. Quizás más de lo que a mí me hubiese gustado... pero, en cualquier caso, ahora.... ¡ahora qué más da!

Como en los viejos tiempos, amiga. Como en los viejos tiempos.
 

1 comentario:

Annell dijo...

Nada tan bonito como reencontrarte con alguien a quien quisiste, ¿verdad?

¡A ver si algún día cuando esté ahí, me saludas así a mí si nos vemos en un tren! xDD