29/9/10

Fidelidad Vs Lealtad

Hoy, después de un ajetreado fin de semana y principios de la siguiente, me han dado tregua. Esta vez no han sido mis profesores o mis múltiples montañas de deberes y apuntes, sino los virus del sacrosanto constipado que dio sus primeros coletazos allá por el domingo. Yo creo que a partir de ahora esta cosa sólo puede bajar, curarse y desaparecer de una maldita vez. Así que para demostrarle a este virus quién manda, voy a actualizar con algo de lo que me apetece hablar. 
Hace tiempo, en otra entrada diferente, hablé por primera vez de esta idea. Aunque ahora, echando la vista atrás, creo que aquello fue muy light. La idea no estaba del todo madura y tenía flecos que me ponían contra las cuerdas de la contradicción. Ahora parece que por fin le he dado una forma coherente, pero os advierto que muy posiblemente no estéis de acuerdo conmigo. Leed bajo vuestra propia responsabilidad.

Hay tres grandes cosas que pienso del Amor. La primera de todas la voy a explicar en esta entrada, pero en un futuro espero continuar con las otras dos restantes.


Fidelidad Vs Lealtad

Parto de la base de que creo que nuestra esencia la componen nuestros pensamientos (que a su vez dan forma a nuestro carácter), y de que los seres humanos contamos con un extraordinaria capacidad para sentir amor. Parto también de la diferenciación fundamental entre fidelidad, acción que considero impuesta desde fuera; y lealtad, que representa el acto consciente, la elección.


La fidelidad en el amor, en tanto que es algo que te imponen, representa todas aquellas acciones de las que tanto hemos leído, observado, o sido víctimas reales de ellas. Si alguien es infiel en una relación amorosa significa que no ha guardado la "debida" (nótese mi sarcasmo) abstinencia. La fidelidad representa la exclusividad en una relación, la represión porque, según dicen, merece la pena ese tipo de sacrificio por el ser amado.
La lealtad, por el contrario, es la libre elección del respeto. Representa la voluntad consciente y racional de una persona al tomar la decisión de permanecer del lado de esa otra persona con la que comparte un vínculo amoroso. Significa defensa, apoyo, respeto.


Y ahora, una vez definidos los conceptos, mi forma de pensar es la siguiente:
  1. No entra dentro de mi idea de relación obligar a nadie a mostrarse fiel para conmigo. Querer controlar los pensamientos de una persona es repugnante, y si esa persona no es capaz de "ser fiel" a través de su esencia, de su yo más profundo y real, no tengo ningún derecho a intentar borrar su secuencia de pensamiento y querer escribir encima otra nueva: la mía (en el supuesto de que yo creyese en la fidelidad, claro).
  2. No tengo, además, ningún derecho a pedirle a ninguna persona que vaya contra sus instintos más básicos. Si en un momento determinado siente deseo sexual hacia otra persona, ¿por qué exigirle o incluso amenazarle para que refrene su comportamiento? ¿Es acaso esa persona un objeto de mi propiedad? Lo que es más, ¿es acaso esa persona un objeto para que yo pueda atribuirme su posesión?
  3. Desde luego, sin una pizca de lealtad hacia la otra parte implicada, no vale la pena iniciar ningún tipo de relación. Ninguno. 
  4. Ya que el concepto de lealtad no implica por ninguna parte exclusividad, tampoco tengo ningún derecho para interponerme entre los sentimientos que la otra persona implicada en una relación amorosa conmigo pueda desarrollar para con terceras personas. Esto quiere decir que, mientras siga teniendo ese tipo de sentimiento hacia ti y te sea leal, no importa hacia quién más lo profese. Dado que las personas no somos perfectas, no podemos ofrecerlo ni esperarlo todo de otra persona. Buscamos en muchas personas las diferentes cosas que nos completan a nosotros mismos. Esta idea se aplica también aquí de semejante forma.

Creo que no me dejo nada en el tintero. Si lo hago, usaré esa fantástica herramienta llamada "Editar".

24/9/10

El cuaderno de la buena Ingeniera

El cuaderno de la buena Ingeniera customizado por usuario.

El cuaderno de la buena Ingeniera ha de ser capaz de realizar tareas tales como encenderse, apagarse, reiniciarse, hibernar o cerrar sesión. Los más sofisticados pueden incluso suspenderse, bloquearse, cambiar de usuario o contar con un teclado incorporado en el reverso de la tapa.
Si usted nota que ha perdido su cargador de cuaderno, descuide. Lo más probable es que haya sido secuestrado por las puertas lógicas de la nevera o del microondas, y es por todos conocidos la salvaje ferocidad con la que las puertas NOT pincharán a su cargador. 
Efectivamente, ese habrá sido el final de su cargador. Pero no desespere, aún le queda la bateria del cuaderno. En lo que ésta se agota deberá rellenar un formulario y hacérselo llegar al Sr. Melenas de la magistral de Tecnología de los Computadores. Un nuevo cargador de cuaderno le será proporcionado en menos de 24h(no nos hacemos responsables de los posibles pelos que traiga).

El cuaderno de la buena Ingeniera también ha de contar con recursos como el de copiar y pegar, cortar y pegar
(¡arrancar hojas del cuaderno nunca fue tan divertido!), o la posibilidad de creación de backups. Además, todo cuaderno de la buena Ingeniera ha de contar entre sus páginas con las dos fórmulas magistrales imprescindibles:

  1. Pimiento por pimiento igual a puré de verduras.
  2. La función Godzilla entre dos valores.
Así que ingenieras, no lo dudéis... ¡haceos con uno de inmediato!

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Después de esto sólo me queda por decir que la idea del cuaderno fue una de las primeras cosas que Patricia aportó a la ingeniería que estamos haciendo. El día que pronunció "Voy a encender el cuaderno"... ese día marcó un antes y un después.
Lo demás son las paranoias que se deducen de frases como "la función odscila entre dos valores", "pimidios por pimidios" (cuando en realidad debería haber sido PI medios por PI medios), gestos de los benditos de nuestros profesores y juergas entre conceptos varios de electrónica digital (si es que las puertas lógicas se traen un cachondeo entre ellas...)


Ya nunca volvereis a mirar vuestros cuadernos de la misma forma.

22/9/10

Nachismo

Mi primera vez fue cuando tenía 15 años. Estaba en cuarto de la E.S.O y volvía tranquilamente a casa, escuchando música y motivándome con vaya usted a saber qué pensamientos. Recuerdo que me sentía muy bien conmigo misma, en paz con el resto del mundo y con ánimo de disfrutar de lo que quiera que me deparase el futuro.
Iba yo caminando, con mi mochila colgada sobre un hombro, cuando un par de viejecitas cerraron mi paso y comenzaron a hablar mirando y gesticulando en mi dirección. Por educación me quité los cascos y, sin darme tiempo a pausar el reproductor de música, los dejé colgando del bolsillo de mi sudadera. Apenas recuerdo qué preguntas me hicieron, pero sí sé que, y nuevamente por educación, eché mano de las respuestas más diplomáticas que se me ocurrieron. La verdad es que estaba perpleja, no sabía en qué demonios desembocaría aquel diálogo de besugos que estaba manteniendo con un par de desconocidas, pero tampoco podía irme sin más, así que aguanté. Entonces, me dieron una revista con una portada bastante neutra. Me ordenaron que me la leyera y que cuando terminara de hacerlo, no la tirase, sino que se la diese a otra persona. Después de grabar severamente ese mensaje en mi cabeza, se despidieron y me dejaron continuar con mi viaje. Por curiosidad, abrí la revista y leí las primeras líneas que se pusieron a tiro de mis ojos...
Oh, religión. Acabáramos.

Desde entonces, los he visto por todas partes. A la salida de la Universidad, en la estación de cercanías de mi casa, en los andenes del tren (que no en las vías...), situados en los lugares estratégicos de los parques, detrás de una mesa blanca o haciendo un enorme corro y tocando canciones en Sol. Y he de admitir, que por mucho que me han parado y yo haya cogido su propaganda, todavía no me he enterado de si son muchas religiones las que se predican o sólo es una. Soy una total ignorante de la religión, puesto que no sé más que lo estricto y necesario (y a veces, todavía algún amigo me corrige conceptos confusos que mezclo). Pero, sinceramente, me basta con lo que he atisbado a ver para saber que choca totalmente con mi forma de ver la vida, de pensar y de actuar.

Siempre pensé que sería una atea/hereje/comoquieraquesellame (disculpad mi falta de conocimiento y vocabulario para con el tema de la religión) de por vida, pero entonces apareció Nacho. Hará cosa de un mes que le conocí, pero desde ese primer día me hizo saber que él estaba montando su propia religión. Y, como todas las cosas que comienzan, estaba sentando las bases. El caso es que me pareció interesante...


Y esos se convirtieron en mis primeros pasos hacia el Nachismo (con "n", ojo).
¿Que qué es el Nachismo? Pues es una religión democrática, en la que todos tenemos voz y voto para que pueda estar en constante evolución y adaptarse a nuestro mundo ahora y dentro de dos mil millones de millones de años. Como toda buena religión que se precie, cuenta con un estupendo Dios, actualmente encarnado en Nacho, nuestro simpático lider y al que podéis ver convertido en chibi en el dibujo de arriba (venga, si no lo digo reviento... es mi segunda obra con mi querida, queridísma tableta gráfica). No tenemos pecados (ni capitales, ni pecaditos) ni oraciones, nuestra forma de comunicarnos con la iluminación es a través de una buena siesta, porque ya se sabe que con el cuerpo y la mente descansados se rinde infinitamente mejor. Ofrecemos cargos vacantes entre los apóstoles y contacto directo con Dios por lo menos una vez a la semana.
Y bueno, señoras, señores, poco más tengo que contaros, que aún estamos en construcción. El segundo advenimiento esta próximo... ¡Convertíos a nuestra fe!


21/9/10

A Hard Daynight (II)

-ATENCIÓN, las líneas a continuación escritas contienen YAOI-



Hacía tiempo que las ojeras de su rostro se habían acentuado notablemente. Al comenzar la noche sólo eran unas finas líneas grisáceas casi imperceptibles. Ahora, en los últimos minutos de negrura extrema que le quedaban a la noche, aquellas finas líneas habían pasado a convertirse en pequeños surcos. Sus ojos azules estaban cansados, y el color oscuro de esos iris rozaba mi pupila, examinando mi rostro tal como yo estaba haciendo con el suyo. Se le sombreaban las ojeras al hacer contraste con las sábanas claras de la cama.
Las luces de los faros de los coches iluminaban la habitación débilmente de cuando en cuando a través de las cortinas. En aquel momento pasó uno, revelándonos más detalles al uno del otro. El aúreo pelo de Iñigo estaba desordenado y parecía una gran madeja dorada y caótica. Hebras pálidas sobre la almohada que parecían estar reposando a la espera de la mano experta de alguna Penélope que creara un glorioso tapíz. Pero en esa habitación sólo estaba yo. Y mis manos expertas, que ahora temblaban de impaciencia por desempeñar la tarea cuanto antes. Iñigo parpadeó, el momento pasó y la luz del faro desapareció junto con el coche y el ruido de su motor.

El chico callado soportaba mi peso contra su cuerpo sin romper su habitual costumbre silenciosa. Estaba sentado a horcajadas sobre él, apoyándome a la altura de sus caderas sobre mis rodillas, que daban en el colchón, y el nacimiento de sus piernas. Su piel estaba tibia y sus músculos apretados, como globos a punto de reventar. Cuántas veces habría observado sus manos en movimiento, programando, y me habría maravillado. Sus dedos eran largos, ágiles y ligeramente ásperos. Ahora, recorrían el perfil de mis muslos con suavidad, de arriba a abajo, como guiados por los golpes de un metrónomo. Siempre pensé que el secreto estaba en pensar el algoritmo antes de ponerte a programar. Estaba equivocado. Las manos de Iñigo podrían pensar el algoritmo por él y escribirlo siguiendo la secuencia.

El desgarbado cuerpo de mi compañero se incorporó con rapidez, atendiendo al deseo de su propietario y dejándose llevar por un caprichoso impulso momentáneo. Me escurrí hasta dar con el colchón, pero dejé mis piernas bien enredadas en su cintura. Los ojos de Iñigo me observaron con una mirada que no supe descifrar. Contempló mi rostro, mi cuello, mi torso y la parte de mi cuerpo que aún estaba pegada contra el suyo. Pensé, durante un fatídico segundo, que aquello no le convencía. Después, con el corazón todavía rebotando dolorosamente contra mis costillas, sentí sus dientes abriéndose contra mis labios. Me besó con una pasión contenida que sólo había alcanzado a vislumbrar en los efímeros momentos en que se animaba a compartir sus pensamientos con alguien. La expresión desafiante de mis ojos se relajó contra los párpados que se cerraban. Sus manos apretaron mi espalda.

Los labios semiabiertos, los ojos cerrados y los mechones desordenados de pelo rubio sobre su nariz, dibujados como un perfil a contraluz, crearon una imagen que aún hoy conservo grabada a fuego en mis retinas. Una voz rasgada, tan poco propia de él, rompió el silencio.

-Otra vez.

Las comisuras de mi boca dejaron al descubierto mi sonrisa involuntaria. La noche se acababa. Hacía tiempo que los jardines estaban desiertos y que Ana y los demás se habían ido a dormir a sus casas. Nosotros seguíamos despiertos. Y sus ojeras comenzaban a teñirse de un rubor violáceo fruto de su cansancio extremo.

La última, pensé. La última, lo prometo.

Dos días después, cuando la semana volvió a repetir el día que le dedicaba a la luna, Iñigo se durmió en clase. Nunca acerté a adivinar si fue porque él también quiso rendir tributo al satélite, o porque perdió demasiadas horas de sueño en aquel fin de semana de empalmadas. Quizás, por sus sonoros ronquidos que el rasgar de mi lápiz no disimulaba, podría inclinarme por la segunda opción.




____________

Y hasta aquí he llegado, ahora sí que sí. No pensaba haberlo continuado, porque realmente todo era echarle imaginación y seguir las preferencias de vuestra mente... pero ya que me lo mencionasteis, me animé a pensar que ocurriría si en mis manos estuviese (que, de hecho, lo estaba) el destino de ambos personajes. Ahora ya podéis sacaros los ojos o morderos las uñas por un final tan soft, pero, definitivamente, esto ha terminado y no iba a ponerle punto y final con un lemmon (¿que qué es un lemmon? consultadlo aquí). Aún así, me gusta el resultado. Es la primera vez que continúo y doy por cerrado algo, aunque haya sido tan cortito. Me siento satisfecha conmigo misma.

Por cierto, aunque no lo haya mencionado, el nombre del prota es Aitor.

Buenas noches :)

18/9/10

A Hard Daynight

Hoy, mientras esperaba en el descanso entre clase y clase a que empezase la aburrida asignatura de Física (y más después de haber sido testigo de las manitas que tiene mi profesor de programación con el ordenador de la sala magistral...), estaba mirando páginas nada recomendables para cualquier ser humano culto que se precie (no me culpeis a mí, culpad a las malas influencias encarnadas en forma de amigas universitarias). Páginas de chorradas graciosas que se cuelgan en la red, y que, una vez has leído mil, ya tienes la regla para medir todas las demás. Sin embargo, ahí estábamos las tres, leyendo anécdotas como tres bobas intentando no pensar en la fatídica clase de hora y media que se nos venía encima en tan sólo unos minutos. Joder, chaval, quién pensaría que leyendo una puta frase me viniera de repente la inspiración. Ha sido una simple y miserable frase, sin gracia y sin nada, pero se me ha iluminado la bombilla. Y en cuanto he llegado a casa y me he relajado, me he puesto a escribirla. Al final... éste ha sido el resultado.




Era una noche oscura, sin estrellas, pero con una farolas tan brillantes que me hacían pensar que caminar de noche era incluso más seguro que caminar de día bajo la luz del astro rey. Estaba solo, sacando dinero de un cajero automático y no sentía el habitual nerviosismo ante la posibilidad de un atraco a aquellas intempestivas horas de riesgo.
La calle estaba atestada de gente, de jóvenes como nosotros que habían salido a divertirse mientras durase el dominio de la madre luna. Se respiraba un ambiente inmejorable, como si todos nosotros nos hubiésemos puesto de acuerdo y firmado un alto el fuego temporal. Mientras recogía el dinero, un par de chicas de grandes sonrisas me saludaron como quien saluda a un camarada, a alguien que no conoces de nada pero que lucha a tu lado. Les devolví mi mejor sonrisa y me largué de allí rapidamente.

No me malintrepretéis, si me marché tan deprisa fue por una buena razón. Una muy buena razón que tenía nombre y apellidos, y que, además, me esperaba sentado sobre el césped en el que nos habíamos sentado a beber y pasar la noche.
En mi apasionado intento por robarle unos segundos más a ese espacio de tiempo en que nuestras vidas convergían, casi me tropecé dos veces corriendo por las aceras de Madrid. Sentí el aire descolocarme el pelo, las suelas de las zapatillas duras contra mis pies y el pecho tan hinchado que, una vez más, volví a sentir la inmensa satisfacción de poder ser yo mismo, y de saber que seguiría siéndolo durante mucho tiempo más. Tanto como durase mi vida.

Después de una revitalizadora carrera, por fin llegué hasta los jardines desde donde podía ver al humilde grupito que formábamos entre todos. Todos universitarios, levantados hasta las tantas, bebiendo los sabores que queríamos paladear y charlando de cosas tan variadas como disparatadas. Tan sólo él y yo compartíamos carreras, los demás abarcaban tantas ramas del saber como deseos hay en el corazón humano. Un sociólogo, una matemática, un psicólogo, una química y dos informáticos. Numeros pares, sobre los que Ana, Iñigo y yo bromeábamos. Pasar las noches junto a ellos era genial.

El pelo de Iñigo se oscurecía al amparo de las grandes sombras que proyectaban los árboles. Era rubio, con una pequeña melena que le tapaba las orejas y que siempre estaba como si acabara de salir de arreglarse. Tenía el cabello lacio y suave, con un poco de volumen y mechones que al brillar parecían hilo dorado. Sus silencios eran enigmáticos, como salidos de un mundo paralelo en el que podrías comunicarte con los demás sin necesidad de intercambiar una sola palabra. Iñigo era así, capaz de revelar mucha más información estando callado que con cuatro frases aleatorias que versaran sobre un tema concreto. Sin embargo, oírle hablar también era una delicia.
El estrecho vaquero que se ceñía sobre la parte inferior de su cuerpo, sus zapatillas negras de lengüeta caída y aquella camiseta roja con la famosa frase estampada, a pesar de ser simples componentes de su configuración física, me atraían enormemente. La hierba que estaba a su lado invitaba a tumbarse, su vaso a beber sin reparos, y sus labios a escuchar una y otra, y otra vez lo que quiera que saliese, o no, de ellos. En ese momento conversaba con Ana, cubata en mano, sobre puertas lógicas y circuitos. A ella le apasionaba, aunque su gran amor siempre serían las matemáticas puras. Yo estaba maravillado con su discurso, porque su cerebro parecía ser más bien un estupendo tamíz en el que sólo se recogían y almacenaban las pepitas de oro que se camuflaban entre toda la arena que transportaba la corriente. Estaba tan absorto en su disertación que me olvidé de la enfermiza obsesión que llevaba instalada en mi cabeza todo lo que llevábamos de noche.

Iñigo me gustaba de una manera que no podría describir jamás con mi limitado vocabulario. No era amor romántico, no era el tipo de amor que le profesas a una amistad o pariente. No era obsesión o fanatismo, ni creencia o fe. No era admiración; iba mucho más lejos, abarcaba mucho más territorio. Puede que fuese una mezlca de todo y mucho más, o puede que no fuese nada de nada, nada de lo que yo pudiese describir hoy por hoy. Era el sentimiento de haberse enamorado de una forma de pensar y de enfrentar la vida. Estar de acuerdo, querer aprender, empaparse en sus ideas y sentir como van dando forma a todos aquellos cabos sueltos que dejaste porque todavía no sabías cómo definirlos.
No era homosexual y sí lo era, porque Iñigo era un hombre y yo también lo era. Y yo me había enamorado de él y a la vez no lo había hecho. Y no estaba confuso, porque mi cabeza estaba muy bien amueblada y entendía perfectamente la conclusión lógica de mi pensamiento. Me sentía pletórico. Alegre. Vivo.

Nuria, Alejandro y Sergio soltaron una gran carcajada desde el otro lado del círculo. Ana dirigió su mirada hacia su mejor amiga y pidió que repitieran el chiste. Se arrastró sobre la hierba y se sentó en el regazo de Alejandro. Iñigo también se arrastró hacia mi lado, rellenando el hueco que había dejado nuestra amiga, y la tela de su pantalón se deslizó sobre la hierba mojada hasta que su pierna chocó contra mi rodilla. En ese momento, me obsequió con una de esas frases que dedicaba exclusivamente a un único usuario.

-Llevas toda la noche muy tranquilo.

No sé por qué lo hice, sólo sé que fue un impulso irrefrenable. O quizás es que su forma de enfrentarse a la vida estaba empezando a calar hondo en mí. El caso es que no supe expresar de otro modo la forma tan extrema que habían adoptado mis sentimientos. Aquella me pareció una excelente comparación cuando la pensé, dos segundos antes de darle paso de forma sonora a través de mi garganta.

-Quizás parezca estar tranquilo, pero en mi cabeza ya te he follado tres veces.

Iñigo se envaró, todos los músculos que estaban en contacto conmigo entraron en tensión. Miró al cielo, esbozó un amago de sonrisa y volvió a la rutina de enigmáticos silencios.

16/9/10

My code is compiling

Sé que se os van los ojos, pero atendedme un segundito si queréis entender el chiste. Como todos sabréis, los ordenadores no entienden el lenguaje humano, por lo que para que puedan hacer cualquier cosa necesitan que las órdenes acerca de lo que tiene que hacer le sean traducidas a un lenguaje que sí entienda. Para traducir dichas órdenes se puede utilizar un intérprete o un compilador. La principal diferencia entre ellos es que, mientras que el intérprete ejecuta línea a línea (es decir, lee, traduce, lee, traduce...) según se necesite ejecutar ésto o lo otro, el compilador tiene que traducir todo antes de poder ejecutar nada.



La excusa #1 del programador para justificar estar haciendo el vago: "Mi código está compilándose"

-¡Eh, vosotros dos, volved al trabajo!
-¡Estamos compilando!
-Oh. Seguid, seguid.


Y esto fue colgado en las transparencias de las clases magistrales de Programación de la semana pasada. Mi profesor es (con permiso de Nacho) Dios.

14/9/10

Noche en blanco

Primera semana de clases finalizada. Más de 24 ejercicios de física por hacer, tres clases magistrales de apuntes por pasar a limpio, un entorno de programación por toquetear para las prácticas y alrededor de 6 temas por mirar/leer entre todas las asignaturas.
Sábado, 11 de septiembre, Noche en blanco en Madrid. Mis buenos propósitos para el fin de semana, inexplicablemente, se esfumaron.

[/OFF: Aclaro que en realidad debería haber colgado esta entrada el domingo como muy tarde... pero, sinceramente, después de llegar a casa casi a las 10 de la mañana y teniendo toda esa montaña de cosas por hacer, creedme cuando os digo que no me dio tiempo más que a lo imprescindible.]

La Noche en blanco de este año empezó con la invitación de Nacho, también conocido como Dios (¿recordáis la religión aquella de la que os hablé? él es el jefazo). Como iba diciendo, Nacho nos invitó a Niwa y a mí a pasar con él y unos amigos suyos la noche en blanco de Madrid. Yo, como buena universitaria responsable que soy, pensaba dar una pequeña vuelta, asisitir a algún que otro evento y, después, retirarme junto con Nini a una hora medianamente decente e ir a dormir. Hm... Insisto en eso de que mis buenos propósitos se esfumaron inexplicablemente.
Desde el primer instante de aquella noche, en la que mi primera imagen de Dios fue la de verle zarandeándose al son de la música de los Beatles en el asiento desde el que veíamos el concierto; hasta el último, reventados viendo el amanecer en el templo de Debod, mereció la pena olvidar que tengo responsabilidades para con el mundo. Fue una noche extraña, una noche que transcurrió entre Moncloa, plaza y, en general, lo que es la zona del centro de Madrid. Soy incapaz de ubicar los hechos en orden cronológico, pero tengo recuerdos de conversaciones, a Nacho preguntando de vez en cuando "¿Queréis pan?", momentos en los que me dormía hasta de pie, vislumbrando levemente ese estado ideal del nirvana sin llegar a alcanzarlo nunca, y a los dos niños correteando por el parque mientras Ann, Niwa y yo nos pelábamos de frío en aquel banco en el que intentábamos darnos calor como buenamente podíamos.

La escena que sin duda no podré olvidar es la de Miguel tomando chocolate. Casi daban las seis de la mañana cuando nos metimos en una cafetería a tomar algo y espabilarnos, y este hombre se las apañó para hacer el estropicio más grande (y más gracioso, todo hay que decirlo) del mundo. Todo un crack, sí señor.



Sin embargo, no puedo dejar de llegar a la misma conclusión una y otra, y otra vez...
Fue una noche guay. Muy guay ;)

6/9/10

Crónicas de la vida de un foro: Personajes (I)

Y después de un largo y productivo verano forero... volvemos al ataque. En esta ocasión os voy a hablar de una de las cosas más importantes del universo forero que tenemos montado y esparcido por la web: los personajes. Y es que, ah... qué sería de la trama sin nosotros, los personajes.
Como somos bastantes las personas que posteamos y algunas manejan/manejamos (de forma temporal o no) varios personajes a la vez, haré grupos atendiendo a los criterios que me parezcan más oportunos. Voy a empezar por los que son más obvios y más fáciles de meter los unos con los otros. Si es la primera entrada de este tipo que leeis... os recomiendo que le echéis un vistazo a las demás antes de comenzar con esta, las podéis encontrar en los enlaces bajo el apartado "Crónicas de la vida de un foro" o mediante la etiqueta "Sectilla forera".

¡Y ahora a leer!


EL CLAN DE LOS MIYASAKI

Como el apartado de historias personales va en otra sección distinta, voy a hacer un breve resumen para que os situéis un poquito.

El clan de los Miyasaki es una poderosa y antigua familia cuyos miembros se dedican a salvaguardar la integridad de ciertas personas con "características especiales". Los secretos, técnicas, poderes y maldiciones que se esconden tras la tradición de este clan están empezando a aflorar entre sus miembros más jóvenes.

Integrantes (por orden de aparición):


Miyasaki Sora.
18 años.
(Personaje principal)


Sora es el miembro más jóven conocido hasta el momento dentro del clan de los Miyasaki. Fue enviada al instituto con el único objetivo de proteger la integridad de una de esas personas con características especiales, recientemente detectada en aquel lugar. Sin embargo, y a pesar de las buenas condiciones en las que Sora logró integrarse en la vida normal de los estudiantes (llegando a ser nombrada delegada del curso), los acontecimientos que el destino tenía preparados para ella no se hicieron esperar. Al frente de la conspiración que se gestaba en el seno de la institución estaba su desaparecido hermano Kotaro...

Miyasaki Sora es una joven de ojos azules y cabello largo y negro. No destaca por su estatura, que permanece dentro de la media de las féminas de su edad, ni por ser una persona excesivamente extrovertida. Su rostro permanece serio la mayor parte del tiempo, y muchos podrían pensar a simple vista que se trata de una "aguafiestas", pero en el fondo es una chica jovial y alegre que se abre a aquellas personas que considera sus amigos.
Maneja la espada para defenderse, pero cuenta con los poderes de su clan. En la medida de lo posible, evita utilizarlos, pues acortan significativamente su vida. Este arma de doble filo le permite incrementar su habilidad manejando la espada y le otorga la capacidad de curar cualquier tipo de herida. A cambio, debe pagar el precio de sufrir en su propia piel todo aquello que ha eliminado.


Miyasaki Kotaro. 28 años (apróx.)
(Personaje secundario)


Tras el incidente ocurrido ya tres años atrás, Kotaro ha regresado al lado de su hermana, libre por fin de las cadenas de la locura y el control del experto marionetista de los Cazadores Oscuros. Actualmente trabaja como profesor en el mismo instituto al que acude Sora, y dado que quiere velar por la seguridad de su hermana siempre termina embarcándose en las aventuras en las que se ven enredados los chavales de este peculiar lugar.

Kotaro es un hombre alto, de pelo negro, ojos carmesí y expresión pensativa y despistada. Desenfadado, tímido y amable, este chico posee una gran paciencia y un caracter de miedo cuando ésta se le acaba.
Posee las mismas habilidades y poderes que su hermana, pero él ya ha terminado de desarrollar todas ellas, motivo por el cual sus ojos han adoptado permanentemente ese llamativo color. Además, Kotaro posee una gran capacidad intelectual, por lo que no es extraño que desarrolle extraños artilugios e inventos que sirven para todo tipo de situaciones peligrosas.


Tsukiyomi Ikuto. 19 años.
(Personaje secundario)


Lo primero que hay que saber de este joven es que NO es un verdadero miembro del clan, cosa que se hace patente por su diferente apellido, sin embargo posee sus habilidades. Gracias a su sangre, diferente a la del resto de las personas del clan, él no siente los efectos negativos cada vez que utiliza sus habilidades.
Este joven tiene el pelo y los ojos azules, busca siempre su propio beneficio y le encanta molestar a Sora, ya que son amigos de la infancia. Es honesto y directo, un buen estratega y no se rinde hasta conseguir sus objetivos.





Y estos tres personajes son manejados por nuestra querida user Mely.

¡Hasta la próxima!

2/9/10

Hey, not so bad


Hay que ver, estoy que me salgo. Si ayer mismo os hablaba de "ese día", hoy, en un arranque de originalidad, voy a hablaros de "ese otro día". Suena ameno y divertido, ¿eh? ... ¡Eh! ¡No os vayáis! ¡Volved, me portaré bien!

Como iba diciendo, hoy es uno de esos días. Uno de esos días en los que estás preocupada por el gato, que ha vomitado dos veces por la noche y no sabes si le pasa algo o la comida estaba mala, y al mismo tiempo te da miedo que se muera de hambre porque con la tontería anoche no pudo retener nada en el estómago. También estás algo molesta porque el mando de la PS3 se declaró en huelga y, aunque has conseguido pilas nuevas con que saciar su voraz apetito, anoche te supo a poco la partida. Además, andas dándole vueltas en la cabeza al espinoso tema de las amistades, porque sabes que hay una en concreto que parece haber vuelto del más allá y que, por mucho que se empeñe en volver a la vida, no hace falta ser un genio para darse cuenta de que está definitivamente muerta.

Es uno de esos días en que las cosas más felices parecen haber sufrido una extraño desarrollo y haberse transformado irremediablemente en problemas. No importa de qué color sea en realidad el cielo, porque tú lo ves gris y a punto de descargar una feroz tormenta. Porque hoy estás teniendo un Mal Día, y las cosas no parecen querer enderezarse así sin más.

Sin embargo, hasta en los temidos Malos Días, te quedan fuerzas suficientes para decir hasta aquí hemos llegado. Para plantar los problemas y sacarles la lengua con rabia. Para reirte de esa acción tan infantil y darte cuenta de que ya eres una persona madura, un proyecto de adulto en crecimiento, y que puedes pensar por ti mismo, lo que sea que quieras. Y sales a la calle a gritar, a gritar a pleno pulmón que estás enfadada con todo y con todos y que odias y sientes con fuerza tus palabras, hasta que uno de tus amigos del barrio de toda la vida te pone una mano en el hombro y te mira como si te hubieras vuelto loca. No importa, porque sonríes y entonces él te acompaña con su voz, y todos se os quedan mirando, evitando pasar a vuestro lado, pero no importa. Has olvidado que todo está fuera de control y que no sabes qué va a pasar finalmente mañana, la llamada que te ha hecho entristecer, el caos de sentimientos y hormonas; tu mente está concentrada en gritar. Y entre grito y grito te das cuenta de que es tan cierto como lo cuentan. Una verdad absoluta.
Que al mal tiempo... hay que ponerle buena cara. Porque todos llevamos algo dentro que nos hace ser más fuertes que el diamante.




Así que ya sabéis, niños, no os dejeis rallar así como así.


1/9/10

El día


Compañeros, compañeras... ya ha llegado "ese" día. Sí, ESE día que todos sabíamos que llegaría y que algunos esperaban con ansia, mientras que otros deseaban que se acabara el mundo antes de volver a verlo venir. Como cada año por estas fechas, HOY es uno de septiembre (¿eso que oigo son gritos de terror y desesperación?).
El temido septiembre ha regresado con toda su fuerza para golpearnos una vez más y despertarnos de ese dulce sueño llamado Vacaciones de verano. Si amigos, todo se acaba y esto no iba a ser la excepción... dentro de muy poco estaremos todos mochila al hombro y dejándonos la vida en un puñado de libros que se hacen odiar con mucha facilidad. Y es entonces cuando nos asaltarán esos ya tan conocidos pensamientos de "Ah, que fácil era ser un crío", "que fácil era el curso pasado", "cómo me gustaría ser la rama de ese árbol que se mece suavemente por la brisa sin preocupaciones"... No os apureis, yo también tengo esos deseos a veces. Pero tomáoslo con calma. Siempre podreis buscar consuelo en la palabra de... Nacho, digo Dios (muchos más detalles de esta bonita religión a la que me he convertido en el próximo post).

Quizá os consuele saber que yo, una respetable universitaria de bien, empiezo el día 6. Inhumano, ¿verdad? ¿Dónde están todas esas promesas de vacaciones hasta octubre? Sí, ojalá alguien le diera respuesta a esas preguntas, pero bueno, qué se le va a hacer. Tengo (y luego negaré haberlo dicho y/o escrito y lo achacaré a los duendecillos mágicos de mi habitación) bastantes ganas de empezar el curso y ver qué tal se me da la Ingenieria.


Disfrutad de las vacaciones... ¡porque ya se acaban! <.<