25/12/11

Tiempo de descuento


Es increíble como la información puede detener la perspectiva que te habías hecho del día, arrugarla y arrojarla a la papelera como un borrador que ya ha servido suficiente a su propósito. Lo que auguraba ser una jornada aburrida y larga por la ausencia de ciertas variables (que, creo, habría de considerarlas ya como constantes) ha resultado derretirse ante el terrible calor que, como ha de ser, desprenden las buenas nuevas.

Y es que este cuatrimestre apenas he tenido proyectos interesantes en los que trabajar (honrosas excepciones aparte), pero la asignatura a la que acudía religiosamente los viernes después de comer (en muy buena compañía, por cierto)... ah, mantenía una intensa relación amorosa con ella. Y, oh, apenas puedo creérmelo, pero ha sido finalmente correspondida. Álgebra Lineal. Brrr, me entran escalofríos de placer.

Así que, mis queridos mortales, hoy, que me siento tan afín a los números y tan ajena a esas cosas profanas que dicen ser conocidas como palabras, voy a enseñaros lo que es un trabajo bien hecho. Demostraría algún teorema para vosotros si tuviera la certeza de que lograríais pasar de la primera coma, pero como no la tengo... baste decir que he sido una de las ocho afortunadas personas que han salido airosas de semejante empresa cuatrimestral. En su lugar, os voy a enseñar lo que es un trabajo bien hecho. Porque sí, porque me parece que vendéis vuestro amor a un precio demasiado bajo; algo tan devastadoramente íntimo vale mucho más que eso.

Dejeis caricaturas de comentarios, mensajes que derrochan ese buenrrollismo que a mí, a título personal, me parece tan poco verdadero, monteis clubes de fans o le deis a los botoncitos de las redes sociales en esa intachable labor de saturar el infinito ciberespacio... no. Ellos, vuestros infinitos objetos de adoración, seguirán sin ser artistas, porque, para serlo, necesitarían saber hacer obras de arte...

Como esta.

Pronto se convirtió en el tema de conversación más recurrente. Scott (no tardaron en averiguar su nombre), la puta de Lord Godwin. Por ello quizá se sorprendieron tanto la noche en la que él mismo entró, dando tumbos, en nuestra cocina.

En un principio, por su modo de andar, pensé que estaba ebrio. Pero cuando se irguió para mirarnos, descubrí que se estaba cubriendo la parte derecha de la cara. La sangre manaba abundantemente desde su cabello, y había manchado su camisa blanca. El chaleco que llevaba sin abotonar también estaba sucio. Pero su rostro… ese hermoso rostro estaba cubierto de golpes, hinchazones y manchas violáceas. Quien quiera que fuera se había ensañado con él. 
 
Avanzó unos metros, vacilante, en el cuello aún se veían las marcas de mordiscos. En un momento pareció marearse, así que tuvo que apoyarse urgentemente en la encimera, mientras respiraba pesadamente. Sus mejillas aún estaban arreboladas por el esfuerzo que le debía suponer el tenerse en pie… aunque quien sabe si esa rojez no era sino fruto de otros golpes. Finalmente, alzó la mirada y preguntó, con una voz sorprendentemente clara y serena.

-¿Tenéis hielo?

Todos nos quedamos mirándole, sentados en las duras sillas metálicas dispuestas alrededor de la mesa: Bobbie, Atman, Donna, Louise y yo. Y, por supuesto, nadie movió ni un dedo ante su súplica.

Suspiró cansadamente. Fue a abrir la boca otra vez, pero el dolor le hizo doblarse en dos. ¿O era que se estaba riendo? Cuando se irguió, tenía los labios manchados de sangre, y una gota de saliva roja se deslizaba por su barbilla sin que él pareciera notarlo.

-Disculpad, ¿podríais darme hielo? –repitió, y su buen hacer, dada su situación actual y nuestra indiferencia, estaba fuera de lugar. De hecho, ninguno de mis compañeros le estaba mirando. Yo, en parte, podía comprenderlos. ¿Qué demonios hacía Scott ahí? La segunda planta, ruinosa y sin calefacción, estaba reservada únicamente para nosotros, y, esto os lo puedo asegurar, jamás teníamos visitas. Arriba, donde vivía Lord Godwin, había criados de sobra, medicinas, y seguro que fuentes enteras de hielo tallado para simular figuras que encajaran con la estilosa decoración. ¿Por qué rebajarse a venir aquí, a este agujero sucio e inmundo? ¿Buscaba a caso algo de amabilidad? Pues no la iba a tener. Él estaba muy por encima de nosotros en tanto que era el nuevo amante de Lord Godwin y un solo capricho suyo podía ser nuestra desgracia. Pero a la vez, estaba hundido en la porquería, porque se vendía por dinero, y eso era repugnante, asqueroso, ninguno de los que allí estábamos nos habíamos visto obligados a alcanzar semejante extremo.

El silencio se había apoderado de la habitación, y todos parecíamos estatuas: agarrados a nuestras tazas de té, con la vista clavada en la mesa, por la que corría rauda una cucaracha rojiza. El chico seguía allí, apoyado en la encimera, podía escuchar su respiración ronca. La radio, un aparato cochambroso que siempre teníamos encendido, se hizo más presente. La canción actual terminó, dando paso a otra muy diferente. Unas notas en el acordeón fueron el precedente de una curiosa melodía circense que me recordaba a las noches de fiesta en la feria de Redbutterfly. El sonido, como el humo, pronto se extendió por la habitación. Precisamente porque era una música sinuosa y alegre, quedaba totalmente desacorde con la frialdad de la escena en sí. Las notas ya flotaban por el ambiente, como molestas avispas en verano. Esa melodía hablaba de tardes de estío, con una luna brillante en el firmamento para alejar las sombras. De familias alegres llenas de niños, aquellas que ninguno de los presentes (de eso estaba segura) habíamos tenido. De algodón de azúcar, manzanas de caramelo y otros manjares que nada tenían que ver con el té amargo que paladeábamos en ese momento, o el sabor de la sangre. De alegría, dicha y placer. De la alegría de ser humano y compartir con otros en una enorme fiesta. Justo aquello de lo que queríamos ni oír hablar. Por tanto, la música, al traer todos esos recuerdos, nos turbaba de manera tal que ni siquiera nos atrevíamos ni a respirar, con los dientes apretados y los nudillos blancos, esperando angustiados a que terminara de una vez.

Entonces ocurrió algo muy extraño. Scott, que hasta entonces había permanecido renqueante a un lado, empezó a moverse. Primero muy despacio, pero ya entonces pude observar por el rabillo del ojo la sincronía de sus pasos: adelante, detrás, a un lado… Pronto empezó a ir más rápido y a desplazarse por buena parte de la cocina, siguiendo siempre el ritmo de la música. Trató de erguirse e incluso se quitó la mano ensangrentada de la cara, dejando al descubierto su ojo derecho, (hinchado hasta el punto de que apenas podía abrirlo), para así fingir que abrazaba a un compañero imaginario, en un baile de lo más extraño. Noté como todos le lanzaban miradas ansiosas, asustados por su reacción, esgrimiendo el temor que la gente normal tiende a sentir por los locos. Pero él no se detuvo. Siguiendo la melodía, danzó grácilmente alrededor de la mesa, y era curioso cómo, a pesar de las muecas de dolor, la sonrisa traviesa nunca abandonaba su rostro, como si todo el asunto no fuera más que una especie de chiste que nosotros estábamos tardando en comprender. Cuando la música alcanzó una especie de clímax, se acercó bailando a mí, y me tendió la mano, una mano cubierta de sangre, como invitándome a acompañarle. A pesar de su rostro deformado y el cuerpo enfermo, una especie de determinación (¿o era locura?) brillaba en la mirada de su único ojo. En ese momento me di cuenta de que el autor de esos golpes no debía ser otro que el mismo Lord Godwin, cuyos arranques violentos, por cierto, gozaban de una fama nada desmerecida. La mano del muchacho seguía allí, firme, esperando. Dudé unos instantes. Sabía que en agarrarla o no estaban implicadas muchas cosas. Él pertenecía al otro bando, con lo que aceptarle suponía una traición. Traición. Aquello por lo que me había apartado Redbutterfly. Sentí el inicio de una devastadora tristeza en mi interior, como una vorágine descontrolada. Pero es que yo nunca fui una buena persona.

Así que agarré la mano, y ante la sorpresa de mis compañeros, él pasó la suya alrededor de mi cintura y me atrajo a su lado. Moverse en su abrazo era fácil: me manejaba con una maestría sutil y embriagadora. La música se derramaba ahora por mis venas y todo lo que deseaba mi cuerpo era seguirla. Sin darme cuenta, yo había pasado los brazos alrededor de su cuello, y observaba su rostro herido con el deleite del que admira la belleza de un templo en ruinas. Éramos ahora dos barcos de velas rasgadas, perdidos para siempre en el océano infinito y devorador.

So... Merry Christmas, Charlie!

15/11/11

No voy a compilarme


¡Sal de mí, monstruo!

Cuando me golpea la risa no puedo evitar sentirme en paz con todo el puñetero mundo. Clase, objeto o un no voy a compilarme a tiempo y estalla contra los dientes, contra la lengua, deja atrás la saliva que fue su cuna y se desmenuza en el aire como las migajas de una galleta que se parte. Y entonces, aunque nunca importaron las horas entre hojas sucias de papeles garabateados con números, de refulgentes pantallas ansiosas por chupar el tejido líquido de nuestros conocimientos, o de calor insoportable entre los campos de máquinas, la verdad es que todo se hace muchísimo más llevadero.

Últimamente puedo decir que, en ciertos aspectos, estoy muy satisfecha. Y el pooka Erik, demonios, ¡es tan guapo...!



Aunque, hasta que se le pase cierto mal, sea mejor rehuirle.

5/11/11

10100


Dejemos una cosa clara... Tengo veinte años. Veinte años son ya una edad considerable, una edad a la que lleva su tiempo llegar. Y claro, cuando tienes esta edad piensas "ah bien, por fin se me considerará un adulto". No un erudito, no una persona que lo sabe todo, ni siquiera como alguien experimentado. Pero sí, al menos, como un adulto.

Yo soy un adulto, y toda la responsabilidad de mis actos, absolutamente de todos, recae en mi propia persona. Así que si quiero declarar que no me da la santísima gana poner licencias o aceptar que cualquier persona se una a mis seguidores, lo hago. Y, como en las tiranías, sanseacabó. Si no os gusta, pum, patada en la barra de direcciones y fuera.

¿No os habéis parado a pensar nunca qué pretendo transmitir...? Porque entonces, definitivamente, debe haber algo que esté haciendo mal.


http://www.youtube.com/watch?v=fZeA0PbjcdI
 

1/11/11

Dear followers of mine


Cierta persona (¡y hace no demasiado!) se atrevió a sacar a la luz ciertos pensamientos que compartí con ella en un alarde de confianza y afecto... e hizo pública mi elitista intención de joder a algunas de las chinches que crían en mi botón de seguidores de las personas que, por vaya a saber usted qué motivos, me siguen. ¡Mierda, pues me jodió toda la sorpresa! Yo que pensaba atacar a traición y por la espalda, disfrutar de una puñalada certera y reír malévolamente mientras (y atención, esto es importante) acariciaba con absoluta delicadeza el níveo lomo aterciopelado de mi señor gato...  ¡Demonios!

He dejado pasar tanto tiempo ¡por pura y jodida pereza, no os engañéis! para despistar a vuestras pobres mentes llenas de problemas tan sumamente importantes como atinar a meter cada pie en un calcetín cada mañana. Y si me atrevo a interrumpir semejantes dilemas filosófico-existenciales (dioses, el nivel de maldad en sangre ha llegado ya a alcanzar cotas escandalosamente altas), es porque la cifra parece aspirar a reflejar mis tiernos veinte añitos y eso es algo que me provocaría un interesante cabreo.

Mirad, seré breve, seré clara y hablaré en voz lo suficientemente alta como para no tener que repetirlo. Este cariñosamente brutal toque de atención está dirigido única y exclusivamente a aquellas personas (vamos a suponer que lo son; ya que soy matemática voy a sentar esta base así, porque me mola para trabajar: es fácil) que se cuelgan de MI botón de seguidores y... ahí... ahí termina toda nuestra relación. Santo cielo, ¿cómo osáis? Una dama de alta cuna, recatada y decente como yo, permitiendo que se cuelen en su dormitorio toda clase de desconocidos que, no sólo no le dirigen la palabra, sino que clavan sus ojos desde las sombras para observar todos sus movimientos en la suave danza del sueño que le desplaza de un lado a otro por entre las delicadas piezas de tela que conforman la cama. No, no, no. ¿Entendéis que no pueda permitir semejante comportamiento, verdad? Sois chicos y chicas listas, sé que lo hacéis (y si no... pues nada, espero que al menos sepáis cual es el antónimo de listo).

En fin, como sé que andar caminando entre metáforas es muy angusioso (últimamente he trabado cierta amistad con una humanista que aprovecha para hostigarme así cuando le viene en gana; sospecho que disfruta haciéndolo), y como ya ha quedado tan bonito y tan poético el post, lo diré en castellano puro y duro, para que todos nos entendamos. Que casi estamos en familia, oye.
Algunos coleccionan sellos, otros chapas y otros pobres desgraciados dados con los que jugar al rol... pero, ¡joder!, todos coleccionan seguidores. Gente que ni puta idea de quién es pero mira, mira qué bonito hacen engordando el número de la lista de personas que leen las cuatro letras mal puestas que las manos propias tienen a bien poner. Es que decoran tanto... es que te hacen sentir tan querido y popular...

¡Pues no, maldita sea! Y como me jode tanto que siempre estéis predicándome al oído que hay que hacer algo para cambiar las cosas, llenándome la cabeza con vuestros discursitos efervescentes como pastillas y llenos de grandilocuentes mensajes moralistas (¿de verdad os creeis que por ser una magnífica crack en computación y demás ciencias no voy a entender de letras? tomad esta piedra y golpearos, porque os lo merecéis, ¡soy un híbrido perfecto!), y visto que casi ME LINCHÁIS cuando se me ocurrió proponer lo de las licencias, pues voy a llevar a cabo esta protesta que no necesita de vuestra ayuda para llegar a buen puerto (no se puede confiar en vosotros... menuda decepción me llevé, sí...). Voy a borrar de mis seguidores a todos esos señores y señoras que no dan señales de vida. ¿Por qué? Pues a ver... obviamente porque me gustaría reivindicar con semejante acción mi total y absoluto rechazo a la práctica de tener ciento dos mil seguidores no puede ser: es demasiado poco retorcido para una mente como la mía. Así que nada, podéis pensar en mí como una especie de elitista frustrada, un personaje atormentado y resentido que repta hasta el ordenador y teclea con furia todo lo que quiere vomitar sobre un pedazo de papel digital.


Ah sí, mucho mejor, dónde va a parar. Ahora puedo descansar tranquila.



Buenas noches. 


Y Kerry es un borracho. Habráse visto.

5/10/11

Millions of light years away



Y los días fluyen, como niveles de tensión oscilando entre los dos únicos posibles valores que existen. Apagado, encendido.

Me siento abrumada. Las primeras fiebres de octubre se han llevado la chispita que mantenía mis pies, de puntillas, en la tierra. ¿Quién soy, qué hago aquí, qué significa esta hoja en blanco, y por qué la tinta me pregunta cómo desmenuzar una resta...? Y mis dedos, entes ajenos pegados al cuerpo con la resistente cola que es la sangre, codifican haciendo escupir tinta a un bolígrafo para que mi cerebro, que retoza sobre el suelo con los coloretes de la enfermedad en las mejillas, pueda hacer pompas de jabón con la nariz.

Pero sabéis, quizá sea precisamente por eso que me siento tan abrumada. No ceso de recibir estímulos, y eso me hace vibrar como si fuera un instrumento. Recoger inspiración de un puñado de letras convenientemente cosidas juntas... ah, y sentir que se ha borrado un margen, que su pasión y la mía no son diferentes, que tiene el poder de manipular los músculos que estiran mi boca, de crear el sonido agudo que mis cuerdas vocales deforman para reír...
Sí, y entre estas nubes de silenciosa aceptación, que prefieren tapar las verdades vidriosas de mis ojos aquejados por la fiebre, sigo temblando entre escalofríos, preguntándome qué clase de magia negra remendada sobre la etiqueta de semejante prenda de cincuenta y tres folios ha permitido que sus letras me acompañen durante mis desventuras algebraicas...


Lift your eyes and let me in
cause baby I'm an alien like you
would you ever wake at night and realize
the reason why you knew me then
is maybe I'm an alien too
would you ever let me be an alien with you...
 

1/10/11

Jajaja...


El plano metafórico es un hiperplano de dimensión n ≥ 4, vamos, de eso estoy más segura que de la certeza de la ecuación 2+2=4. Un maldito hiperplano en el que no tiene sentido geométrico intentar representar nada, porque todo lo que tus manos puedan acertar a dibujar degenerará en un trazo subjetivo sujeto a las leyes de pensamiento de... ¡quién sabe qué demonios!

Con lo claras y ordenaditas que son mis ecuaciones, y lo mucho que me cuesta despegarme de su cálida seguridad numérica que no puede engañarme ni escurrir sus soluciones bajo un manto de elaboradas mentiras. Y es que cuando tengo que quitarme las gafas y desviar la mirada de las páginas cuidadosamente tatuadas de fórmulas para adentrarme en el territorio profano de las conexiones cerebrales humanas, ¡ah, maldita la gracia que me hace!

Ah... es que de verdad no os hacéis a la idea de lo frustrante que es darte cuenta de que la ecuación de punto y final que habías concluido para el planteamiento de un enunciado concreto está equivocada. Porque la cosa ya no está ni muerta ni viva, sino algo repugnantemente intermedio para lo que no existe ni nombre.

¡Pues que vuelen los malditos folios, demonios!

And this is my reaction to everything I fear
'Cause I've been going crazy
I DON'T WANNA WASTE ANOTHER MINUTE HERE!

28/9/11

And the rest be sent to hell


¡Yo sólo quiero agitarles, agitarles como a un batido al que se le ha quedado todo el chocolate en el fondo, a ver si de una maldita vez sale algo más que la rancia leche blancuzca que se derrama nada más destapar el envase; ese ansia rabiosa de salir precipitándose al mundo de adoquines que pisan tus zapatos, demostrando que son los más líquidos, los más blancos, el ángulo de su trayectoria el más agudo de la historia del movimiento parabólico...!

Let's kill tonight! 
Kill tonight!
Show them all you're not the ordinary type!

22/9/11


When I arrived home, he was already gone. No one came to the door, angry mewling, blaming me for going out without the permission of His Grace. 'Cause today I left without a mere goodbye, I just took the door and run to the station, and then run to the university.

And this is the first night he’s not going to sleep in his home. The first he's not here when I, actually, am. Where is he going to stay, I wonder... cold place, white naked paper walls, the powerful illness smell. And I’m not by your side, my Shine.

I so love him. I love him, all the unconditional love a human being is able to produce, and I’m feeling so terribly sad. Feeling so damned depressed seeing the corner of plastic white bag and thinking, unconsciously, oh there you are, just to be hit by the harsh reality you are not.

Two years and almost a half, I grew accustomed to your warm indifference. The way you look at me, those big green-blue eyes of you in my poor common browns, expectants, waiting for the tiniest sign to take advantage and trap you between my arms.

And, in the end, it was you who trapped me.




I would really be so thankful if you just don’t leave comments on this post.

28/8/11


I think I found a flower in a field of weeds,
I think I found a flower in a field of weeds,
Searching until my hands bleed
This flower don't belong to me

I think I found a flower in a field of weeds,
I think I found a flower in a field of weeds,
Searching until my hands bleed
This flower don't belong to me
This flower don't belong to me
Why can't she belong to me?


Surrender... yourself to me.


I just love this drawing... and, nowadays, there are so few things left I really love. Gonna sleep. Thank you.

23/8/11

Diez elevado a dos cosas que aún no sabéis sobre la ingeniera más sexy del planeta

¡Hey chic@s! Que yo también me voy a apuntar a esa moda tan cool que ha iniciado Adsi de contar un pedacito de la vida de cada uno. Sé que pensáis que soy una criatura fría y calculadora... pero bajo esas capas de escarcha y hielo... soy todo amor y ternura. 



  1. Los dodos son las criaturas más bonitas del planeta.
  2. Y, en realidad, contrariamente a lo que la gente piensa, no se extinguieron.
  3. Yo soy un dodo. 







































¡JA! ¿Qué os creeiais, eh? ¿Que os iba a contar a vosotros, Gente de Otoño, cien cosas íntimas y privadas sobre mi fantástica persona? Bwajajaja... NO FUCKING WAY.
Yo me vuelvo a las calles de Londres... a Withechapel, en concreto, a hacerle una visita a mi amigo Jack The Ripper. Shikaru y él han quedado a tomar el té de las cinco (¡en punto!) y si llego tarde, Jackie se enfada y empieza a remover el té con el bisturí...

20/8/11


The London Bridge is amazing, isn’t it?

6/8/11

Unrequited Love

ATENCIÓN
Mira que me jode tener que destripar la trama así de buenas a primeras... pero bueno. Abajo hay yaoi. YAOI. Leed bajo vuestra propia responsabilidad.



Alfombrado el suelo con la muerte de las hojas, crujientes y podridas, la superficie arenosa se resecaba con el oscuro color pardo que detuvo su vida. La arcilla y el barro chapoteaban a su alrededor, delineando el contorno de sus otrora venas plenas de clorofila y savia. Unos pies bailaban sobre ellas con el renqueo característico de quien se ha abandonado al mundo. Sus desgastadas zapatillas de estudiante partían el suelo y la arenisca, y la noche recibía cálida el crujir desesperado de los muertos, bien muertos, cuyos restos desperdigados no eran ya importantes para nadie. Un puñado de hojas.

Su cuerpo se estremecía resquebrajando la frágil y rugosa corteza arbórea. Los nudos contra su espalda moldeaban su columna inquieta, el dolor era sordo y distante, perdido en el placentero torrente que nacía a pocos centímetros de su ombligo. El paraje desolado acogía las tumbas de los seres en su vientre yermo y arrugado, condenado a no florecer para mantener el descanso de unas cuantas almas que viajaron a la muerte excavando bajo su superficie. Insultante era pues, como mínimo, que hubieran escogido el lugar de reposo de quienes un día fueron para disfrutar de un presente que se escurría a marchas forzadas.

La toga negra, incuestionable símbolo universitario, plegaba su tela a ambos lados de la cintura del muchacho. Los pantalones yacían desmadejados sobre sus tobillos. Unas manos finas y huesudas estiraban hacia abajo su ropa interior, deslizándola sobre la frágil piel excitada de unos muslos apretados. La calidez del aliento ajeno fue lo único que precedió la humedad de sus labios. Aprisionado contra una lengua danzarina, el cielo de su boca y el apenas nimio roce que, en un descuido, acercaba los dientes a la carne, el estudiante dejó que sus labios descolgaran un suspiro de alivio. Los besos que se habían dado le parecian tan lejanos; la tibia saliva ahora adornando el extremo inflamado de su sexo, en compañía de unas solitarias gotas de lo que podría decirse su esencia. Sus brazos se abrieron camino a través de las profundas mangas negras, imitando el comportamiento de las enredaderas sobre el cabello ensortijado del muchacho. Tenía un tacto suave que recordaba a la planta del algodón, los mechones curvos más cortos se le anillaban en torno a los dedos como raíces recién germinadas. De no ser por la escasa luz de las farolas, casi hubiera podido jurar que el oscuro color de su cabello despuntaba un destello verdoso, como el musgo sobre las rocas. El joven arrodillado abrió los ojos. Sustituyó la estrechez de sus labios por una mano firme antes de volver su rostro hacia el cielo, buscándole. Su mirada clara recordaba a un amanecer, azul en el cielo y verde en la tierra, y ahora transmitía una muda súplica de naturaleza desconocida. Aliméntame, parecía decir. Aliméntame.
El oxígeno danzaba bajo la cristalera que contenía la potente bombilla de la farola, metros y metros más allá, junto a la desvencijada verja que abría el campo santo. Calor para la farola o acaso un espejismo, pero, en cualquier caso, casi tan caliente como él mismo. Las yemas de los dedos de aquel hombre le recorrían las piernas como besos de polilla, se estrechaban en el vértice en el que convergía su cuerpo y subían, rasguñándose los nudillos, hasta calar sus apéndices entre la corteza y la curva redondez de su trasero.

Sobre sus dos piernas, la altura del otro muchacho arrojaba sombras por encima de su cabeza. El cabello se le derramaba en ondas hasta la clavícula, lleno de pequeñas ramitas picudas y hojas sanas de roble. La túnica negra se le abría también a él, revelando nada más que la simple desnudez. Tenía pegotes de barro y arena enfangados en sus flacas rodillas; una expresión animal empañando su mirada de color incierto. Su estómago dio un vuelco al sentirle apretarse contra él, las pulsaciones de su carne deslizándose alrededor de su ombligo. La fragancia salvaje de la naturaleza taladró su cerebro cuando su nariz resbaló por el arco entre el cuello y el hombro del muchacho, y la imagen que enfocaba comenzó a difuminarse. Con los ojos llorosos, sus estrechas manos estrujaron el infinito manto negro de estudiante que ocupaba su compañero hasta dar con los demacrados brazos que asemejaban al hueso. Pliegues de tela que le volvieron loco de atar, pues aquella túnica que ostentaba los ribetes rojos de las humanidades planteaba su longitud en un problema de indeterminaciones matemáticas.
Una carcajada limpia, campanillas restallando en libertad, martilleó contra su oreja derecha. El estudiante salvaje se deshizo de la pesada prenda a golpe de hombro, exhibiendo la ausencia de ropa con orgullo mal disimulado. Delgado como un palo, su carne exudaba vida. Burbujeante vida caliente, como agua que hierve en una olla cualquiera.

Serpenteando contra la cadera desnuda, las manos del muchacho le agarraron a través de sus aguados ojos. El plástico que comprimía su sexo era insoportable, el lugar más reducido del mundo. La huella de la saliva casi seca: lejano el placer del momento. Estaba tan excitado que casi dolía. Y la risa. Dulce melodía que se escurría como un nectar pegajoso, a ratos burlona, a ratos compasiva.
El muchacho desnudo avanzó por entre la naturaleza muerta a sus pies, apartando a su compañero estudiante del incómodo tronco sobre el que se apoyaba. Las palmas de sus manos se clavaron en la corteza, pareciera que buscando la fundición con el imponente gigante. El sudor se le escurría por el espinazo, gotas translúcidas que iban camino de convertirse en riachuelos, una sugerente invitación de la mano de su espalda doblada. Aún así, le echó un último vistazo, una de sus cejas alzadas, divertida a la par que incrédula. Suficiente para él, que se secó los ojos con una de las kilométricas mangas, se apartó la túnica con los dedos y colocó su cuerpo tan cerca como pudo permitirse. Su propia mano, enderezando su endurecido sexo, le sirvió de guía ciega. Una vez se introdujo en la estrecha cavidad de su compañero, fue consciente de la resistencia que el cuerpo ajeno ofrecía. El lento avanzar arrancaba un gimoteo sordo en la garganta del otro joven.

Los restos del dolor se entremezclaron con un incipiente cosquilleo placentero, la huella del daño siempre presente, sin embargo. El muchacho que se agitaba en un vaivén repetitivo se había entregado, por otro lado, al agradable calor interior. Estimulado por una estrechez que lo empujaba al encogerse y sobre la que se desplazaba, no existía más mundo para él. Reducido al primitivo instinto de la reproducción, seducido por la curvatura de sus cabellos, curvatura sobre la que se podrían esbozar una y mil funciones, y la fragancia de las hojas que aún subsistían en las altas copas, pisaba la muerte con sus zapatillas, orgulloso representante de los vivos. La violenta cadencia de sus golpes incrementó al pensar en el extraño estudiante de los ribetes rojos. Venido de quién sabe dónde, siempre se presentaba en todas partes como recién salido de un banco de niebla. Su olor a clorofila y menta y sus extrañas costumbres... ahora entregándoselas a un completo desconocido. Esta noche olía a roble, roble viejo, roble antiguo. Un olor asombroso que le nublaba la mente.
Utilizó una de sus manos para masturbarle. Suave al principio, acelerando en cada subida.

La cima del placer era insoportable. Trataba de aferrarse al presente para no perderse, reducir la movilidad hasta que su cadera se detuvo casi por completo, pero lo que sujetaba eran hilos, no duras cuerdas de piano. Uno a uno se iban marchando, ensanchando la grieta que mantenía la cordura en su sitio. Los jadeos, las rítmicas pulsaciones que acariciaba con su palma, acicateaban su resistencia hasta su pobre límite. Intentó resistirse... y consiguió arañarle unos segundos al tiempo. Al final, se entregó sin remedio al violento placer del orgasmo mientras su mente dibujaba un extraño paisaje de árboles, hojas y remolinos. Su cuerpo se vaciaba lejos de la tierra, tan lejos como viajaban sus pensamientos.

Con paso vacilante, fue separándose del muchacho, renqueando hacia atrás hasta caer de culo contra la hojarasca. Se dio cuenta entonces de que su mano estaba manchada de una sustancia blanquecina. 
Al joven estudiante desnudo aún le costó un rato recuperarse de su agitación. El sudor le plagaba las sienes, pero tenía una curiosa sonrisa de felicidad que no podía ocultar. Se agachó en busca de la túnica negra y se la colocó con diestra maestría. Su último gesto fue acariciar el mentón de su amante; los dos dedos se deslizaron hasta los labios, cerrando la boca entreabierta. Luego, arrebujado en la enorme capa negra que le hacía parecer un cuervo, se alejó del lugar.

_______

Skinny dipping in the dark
Then had a ménage à trois


That's it. Yo no tengo licencia de ningún tipo, ni pienso tenerla jamás, porque si voy predicando que el acceso a la cultura ha de ser libre, no me da la gana caer en la hipocresía de ponerle candados a mis humildes contribuciones. No tengo licencia, este texto me pertenece tanto como me pertenece esta página, y cualquiera puede cogerlo, disfrutarlo, retorcerlo, cambiarlo o proclamarlo como suyo. Lo único que yo he hecho ha sido escribirlo, y, aunque de alguna forma está más ligado a mí que a nadie, ni es mío ni me pertenece. Afirmación aplicable a todas y cada una de las palabras que escribo en esta página, me gustaría señalar.

Prácticamente todos tenéis esa licencia de Creative Commons, me he fijado, no creáis. Tengo curiosidad, así que, oh please, os rogaría que no le pusierais un tono de despreciativa superioridad a mis preguntas. ¿De qué os sirve saber que nadie va a poder utilizar vuestra obra? ¿De verdad puede más el odio hacia los, digamos, buitres que lo que una imaginación fértil y ajena pueda obrar sobre vuestras palabras?

Venga ya, que yo os leo y no sois tan jodidamente buenos como para que nadie quiera robaros nada. Ni a vosotros ni, por supuesto, a mí.


Vale, eso ha sido un golpe bajo. Pero como también me incluyo, pues...

4/8/11

Nightmares


So what if you can see the darkest side of me?
No one will ever change this animal I have become 

El último ramalazo de energía y excitación empieza a abrirse paso con la devastadora fuerza de un derrumbe. Tan suave al principio que, al llegar el pleno grito de la naturaleza, ensorcedemos con su agónico chillido banshee.
Chuparemos hasta la última gota de sangre que se nos ofrece, no albergueis dudas acerca de esta cuestión. El poder se concentra en las manos desnudas, en los dedos frágiles por cuyos bordes apenas asoman uñas, falanges que aprietan su piel y escasa carne contra el plástico artificial medio de todos sus fines. Existimos de prestado, entregando suplicantes un puñado de horas que se hilvanan perfectamente en el agujero de los días a cambio de vivir en una historia suya. Y cuando se acerca la hora, ésta hora, todo lo demás pierde valor. Sólo los ojos cansados y las muñecas flojas, el temblor que recorre el hombro y muere renqueando en las yemas de los dedos es capaz de detener el ansia de sangre, el ansia de vida. Entonces regresamos, cayendo rendidos en cualquier rincón, apretando egoístamente nuestros ateridos cuerpos expuestos a la esclavitud de un sistema de frío aire acondicionado. La carne llama a la carne; retozamos sobre el mismo suelo hasta que los huesos de las rodillas se pelan y las coxis renquean un último y sonoro estertor. Calientes y satisfechos, viajamos a un lugar que no existe donde tampoco nosotros existimos, sabedores de que unas horas más tarde volveremos a mudar de alma, de cuerpo, de vida y de historia.


Y me apuesto mis preciosos dedos de programadora a que no habéis entendido ni jota... pero el texto es de alguna forma bonito, isn't it? Que cada cual lo interprete según guste.

15/7/11

A punta de espada

Texto LIBRE de Spoilers

Hoy estaba pensando en retorcidos planes de dominación mundial apacibles prados verdes y margaritas despuntando al sol, cuando, viendo lo sumamente ordenado e impecable que se encontraba mi escritorio, me he acordado de la vez que descansaba sobre él el libro A punta de espada. No me preguntéis a qué se ha debido semejante iluminación, pero lo cierto es que me ha hecho mucha gracia. Y es que, justo en ese momento, he recordado muy claramente en quién demonios estaba pensando cuando creé mi acusado injustamente de psicópata personaje de rol. Tantas alusiones al señorito Izaya Orihara me habían desconcertado (si habéis visto Durarara me entenderéis... xD), y llegué a creer que, de alguna manera, me había inspirado en semejante muchachito de veintitrés años. Pero no, qué va, qué va.

Hace ya su tiempo que me leí A punta de espada, pero es uno de esos libros que te deja tan buen sabor de boca, que cada vez que lo evocas, casi no puedes resistir la tentación de hojear sus páginas de nuevo. Más allá de la trama, que es una consecución de sucesos bien entretejidos y argumentados, me encantó el ambiente por el que se movían los personajes. ¡Y qué personajes! Hay una cosa que siempre, siempre, he admirado de los escritores... y es que sepan insuflarles esa pequeña chispa de vida que les hace nacer en este mundo (ya que los pobrecitos no dominan las nobles artes ingenieriles de la dotación de vida virtual artificial... pues qué menos, ¿no?). Y por si mi juicio no fuera suficiente (cosa que, evidentemente, es una utopía), quizá debierais saber que George R. R. Martin, el autor de ASOIAF, escribió unas palabritas recomendándolo .


El tipo de la imagen es Richard De Vier, un reputado espadachín de la Ribera que se gana la vida haciendo trabajillos con la espada. Personalmente, lo encontré un tipo muy sosegado, envuelto permanentemente en una suerte de calma exenta de frialdad, y una paciencia infinta, si uno tiene en cuenta el personajillo con el que le ha tocado vivir (y compartir cama... mmh), claro. Es la serenidad y la mano firme, porque aunque lo haga con esa sutileza suya que hasta él mismo parece ignorar, muchas de las decisiones son efectivamente tomadas (y llevadas a la práctica) por él. Puedo recordar momentos en que parece ser el dueño del lugar y momentos en los que no destaca más que la más insignificante pelusa de polvo.



Y este otro... es Alec. Un universitario de la época que se ha instalado cómodamente en la acogedora cama habitación de Richard De Vier. Os ahorraré descripciones con tan solo dos palabras sobre él: está loco. ¡Está loco! ¡Es condenadamente genial!
Ahora en serio, este es uno de mis personajes favoritos para toda la eternidad. Es totalmente impredecible y tiene una lengua... que, oh dios mío, quién la tuviera para sí. De vez en cuando (y, aparentemente, sólo por el enorme placer que le causa), se mete donde no le llaman dando su opinión única y extraordinariamente personal. El tio le da a todo, apuesta, bebe, se droga y, entonces, divaga acerca de todo lo que conoce y sabe. Richard ejerce sobre él una fascinación que le hace experimentar terribles cambios de actitud, que yo, personalmente, asocio a una fantástica bipolaridad descrita con la más genial de las maestrías.


¿Os animais a leerlo? Espadas, intrigas, yaoi, una fabulosa segunda parte... ¿acaso os han intentado vender algo mejor en lo que llevamos de verano? Seguro que no (¡el listo de turno a callar o le cuelgo!). Como en el fondo soy un ser adorable y de corazón noble y puro y todo ese blablabla os voy a dejar colgado un par de fragmentillos que, en su día, me hicieron mucha gracia. Para evitarnos spoilers tontos e innecesarios he eliminado el final de una frase, pero el texto no pierde coherencia. Además, habéis de saber que está extraído de una de las pequeñas historietas del final (esta mujer escribió tres mini historias pensando que jamás volvería a tocar a los personajes... pero no fue así jojo), así que no estropea nada.

Estaban cruzando la zona más atractiva de la ciudad, camino de las dársenas. Al otro lado del río estaba el distrito que llamaban la Ribera, donde el espadachín convivía con pillos y criminales, lejos del alcance de la ley. No hubiera sido un lugar seguro para alguien como Alec, que apenas sí sabía distinguir el filo de un cuchillo de su empuñadura, pero el espadachín De Vier había dejado claro qué le ocurriría a cualquiera que tocara a su amigo. La Ribera toleraba a los excéntricos. El alto erudito, con su desgarbado andar de estudiante y su acento aristocrático, se estaba convirtiendo en una figura conocida con el maestro espadachín. 
—Si te sientes con ganas de tirar el dinero —persistió Alec—, ¿por qué no nos consigues un criado? Necesitas a alguien que te abrillante las botas.  
—Ya me ocupo yo de mis botas —dijo Richard, dolido en su competencia—. A ti sí que te hace falta. 
—Sí —convino alegremente Alec—. Es verdad. Alguien que vaya al mercado por nosotros, que entretenga a las visitas, que encienda la chimenea en invierno, que nos lleve el desayuno a la cama... 
—Decadente —dijo De Vier—. Puedes ir al mercado tú mismo. Y ya me encargo yo de entretener a las «visitas». No entiendo por qué crees que sería divertido tener a un desconocido viviendo con nosotros. Si querías ese tipo de vida, deberías haber... —Se contuvo antes de decir lo irretractable. Pero Alec, en uno de sus bruscos cambios de actitud, que variaba como el viento sobre un estanque, concluyó jovialmente por él: 
—Debería haberme quedado en la Colina [...]. Pero ellos nunca matan a nadie... No al aire libre donde yo pueda disfrutar del espectáculo, por lo menos. Tú eres mucho más entretenido... 
Los labios de Richard se curvaron hacia abajo, intentando ocultar sin éxito una sonrisa. 
—Sólo me quieres por mi estoque —dijo. 
Muy despacio, Alec dijo:  
—Si yo fuera de esas personas a las que les gusta hacer chistes verdes, ahora estarías avergonzado.  
Richard, que no se avergonzaba nunca, replicó:  
—Qué suerte que no seas de esas personas. ¿Qué quieres para cenar?

[...]
Los nobles con encargos para De Vier enviaban sus mensajes al local de Rosalie. Pero hoy no había nada.
—Tan sólo un cretino nervioso que buscaba a una heredera.
—¡Como todos!
—Lo siento, Reg, ésta está cogida; se largó con un espadachín.
—¿Alguien que conozcamos?
—Nah... Un espadachín de cuento de hadas... Dicen que todas las chicas se han escapado con alguno, cuando en realidad es el contable de su padre.

La Gorda Missy, que desempeñaba el oficio de colchonera en el local de Glinley, rodeó los hombros de Richard con un brazo.
—A mí no me importaría escaparme con un espadachín. —Sentado, Richard le llegaba a la altura del busto, contra el que se repantigó, sonriendo a Alec al otro lado de la mesa, con las cejas provocativamente enarcadas.
Alec picó el anzuelo:
—Cuidado —dijo el alto erudito a la mujer—; muerde.
—¿Oh? —Missy le dedicó una sonrisa encantadora—. ¿Y tú no, guapetón?
Alec intentó disimular un rubor de puro deleite. Nadie le había llamado «guapetón» antes, y menos una mujer por cuya compañía tenían que pagar otras personas.
—Claro que sí —dijo con toda la frágil altanería de que era dueño—. Con fuerza.
Missy soltó a De Vier para acercarse a su alto y joven amigo.
—Oh, bien... —exhaló con voz ronca—. Me gustan los brutos. —Sus enormes brazos apuntaron como veletas al viento creciente—. Ven conmigo, encanto.
La clientela de incondicionales de Rosalie estaba extasiada.
—¡Missy, no me dejes por ese saco de huesos!
—¡Hasta luego, Alec; ya nos contarás qué tal te va!
—¡Pruébalo, chaval; a lo mejor te gusta!
Parecía que Alec quisiera que se lo tragara la tierra. Se mantuvo en su sitio, pero su altivez, de por sí mal empleada, empezaba a escapar peligrosamente a su control.
En el último minuto, Richard se apiadó de él.
—Hoy he visto una boda —dijo para toda la estancia.
—Oh, sí —dijo Lucie—; oímos que mataste a uno de los guardias. Por fin les hiciste ganarse el sueldo, ¿eh?
—Pensaba que tú no aceptabas bodas, maese De Vier. —Sam Bonner miró en rededor buscando la aprobación de su ingenio. Todo el mundo sabía que De Vier desdeñaba el trabajo de guardia.
—Y no las acepto —dijo Richard—. Esto fue después. Y no lo maté. Tim algo.
—¡No me digas! ¿Tim Porker? ¿Con el bigote a medio crecer, grandes orejas? Me dijo que se había lastimado al caerse por una escalera. Sucio mentiroso.
—Nada de bodas para Richard —dijo Alec. Había recuperado el aplomo, pero seguía observando a Missy con recelo al otro lado de la sala—. Se opone moralmente a la compraventa de herederas.
—No es que me oponga. Sencillamente, no me interesa el trabajo de hacer de guardia en una boda. Ya no significa nada, sólo son ricachones alardeando de poder permitirse espadachines para que su procesión quede bonita. No es ningún...
—Desafío —concluyó Alec por él—. Sabes, le podríamos poner música a esa frase, de tan a menudo que la dices, y cantarla por las calles como si fuera una balada. Qué suerte para los ricos que a los demás espadachines el orgullo no les impida aceptar su dinero, o no veríamos a ninguna novia llegar sana y salva a su lecho. ¿Qué recompensa ofrecen por la fugitiva? ¿Hay alguna? ¿O la mercancía ya está estropeada?
—Hay una recompensa por la información. Pero tienes que ir a la ciudad alta para cobrarla.
—A mí no se me caen los anillos por ir a la ciudad alta —dijo altaneramente Lucie—; ya he estado allí antes. Pero no sé si querría delatar a una chica que se ha escapado por amor...
—Ohh —berreó Rosalie en la otra punta de la taberna—, ¿así lo llamas?
—Hablando de dinero —dijo Alec, agitando el cubilete—, ¿alguien está interesado en una pequeña apuesta sobre si puedo sacar múltiplos de tres, tres veces seguidas?
Richard se levantó para marcharse. Cuando Alec estaba tan borracho como para enfrascarse en curiosidades matemáticas, la diversión de la velada había acabado para él. De Vier nunca apostaba.

Ahí queda eso.

8/7/11

Light me up tonight

Image hosted by servimg.com

Viajar nunca me ha llamado demasiado la atención. Y eso que he llegado a conocer a un montón de personas a las que viajar les apasiona. Han hecho delicias mis oídos con sus peripecias, nos hemos reído hasta sentir la barriga dolorida con sus múltiples anécdotas y me han maravillado con sus fotografías. Muchos me han traído también recuerdos de aquellos lugares que un día pisaron, y siempre lo he agradecido mucho. El souvenir que cierta persona me trajo de su paseo por Italia sigue colgado en mi corcho, resistiendo contra viento y marea los miles de cambios de humor que me hacen recolocar, tirar y renovar lo que allí muestro. Como ya veis, otro ha pasado a formar parte de la humilde familia de mi llavero, junto a lo que quedó de la cadenita de la Oblivion (Aaaay... ¡malditos todos, con lo bien que me había salido la corona!), el ratoncito de la vacaciones de una de las gemelas y el malvado Shinichi-conejo que improvisamos el año pasado en lo que nos traían el Birth by Sleep para Rei-chan (recuerdo que hubo un momento de absoluta desesperación en que nos hubiéramos comido al dependiente por retrasar y retrasar la puñetera entrega). La cuerdecita que me ata el tobillo es aún más reciente que esta última adquisición que acabo de comentar... o la bolsita tan graciosa que me trajo Nini de su viaje a China, donde guardo mis videojuegos de la NDS y derivados (¡muchas gracias! ^w^).
Bueh, ahora que lo pienso, ¿dónde demonios están mis cosas? ¿todo lo que uso son regalos? JA, primera muestra irrefutable de mi adorabilidad, pues.

En fin, estaba diciendo que a mí lo de viajar nunca me ha llamado la atención. Quizás se deba a que desde que era una cría enana y llorica mis padres me han estado arrastrando por todo el territorio español (excepto por las islas, ¡mecachis!) para que lo conociera, o a que algo funcione ciertamente al revés en esta cabecita mía, pero... no sé. En esencia, todas las ciudades me parecen iguales. Las casas siguen teniendo cuadro paredes, las iglesias vidrieras y bancos, por las carreteras circulan coches, y las personas que veo no me parecen en absoluto diferentes a mí. Todas con dos ojos, dos brazos, dos piernas... si es que, qué manera de arruinarme la diversión. Jojo.
Bueno, ahora hablando en serio. Me parece asombroso poder plantarme en la otra punta del mundo en cuestión de horas, pero al llegar nunca me siento extraña. El suelo que piso sigue siendo mi hogar, digan lo que digan las fronteras que he contribuido a establecer, y caminar por lo que sigo considerando mi tierra no supone para mí nada nuevo. Soy una chica de ciudad, todo lo que sean ladrillos, piedra, cemento, asfalto, cristal... es mi hábitat. ¿Cómo voy a poder sentirme ajena o sobrecogida rodeada de algo que me es tan familiar, de todo lo que he visto desde que he venido al mundo? Naturalmente, cada sitio tiene sus cosas, sus propias cosas, aquellos elementos que sólo se encuentran allí y que sólo podrás ver mientras permanezcas en el lugar. Algunos, os concedo, son realmente impresionantes. Así que aprovecho para, amablemente, recordaros que no he dicho que me desagrade viajar... sólo que no es algo que esté muy arriba en mi lista de prioridades. Disfruto como todos.

Sin embargo... mmh. Este verano, probablemente, haré la mochila y me marcharé a visitar por segunda vez esa ciudad que me enamoró a primera vista. Y desde entonces, desde que aquella idea empezó a tomar cuerpo, he estado experimentando unas sensaciones bastante extrañas. Algunas de ellas son, por supuesto, fruto de los estragos que cierta partida de rol inacabada ha causado en mi ya trastocada cabeza, pero muchas otras son... anhelos de, realmente, querer viajar. Querer estar allí, en sus calles. Querer consultar un mapa debajo de un paraguas, maldiciendo la lluvia que echará a perder mi perfecto alisado, tomar el té en una pomposa taza de porcelana estirando el meñique, bordear las orillas del Támesis en una bicicleta prestada (¡en busca del Ensueño...!), o ir a cierto lugar que no puedo revelar porque cierta persona tiene la mala costumbre de leer lo que escribo. Y claro, el secreto tiene que ser secreto hasta que nos montemos en el tren. En fin, como sea. El caso es que empiezo a tener muchas ganas.

Apenas me queda una cosa que decir. Venido directamente del Fin del Mundo, de esa exhuberante tierra que fecunda la magia de la naturaleza para hacer de su emplazamiento algo diferente del resto de las urbes de la tierra... a este precioso animalito negro, yo tengo que llamarle Kerry . Es un nombre que me trae a la mente dos pensamientos diferentes. Claro que... por el momento, no puedo decidir cuál me gusta más.

18/6/11

Smile for me



Esa sonrisa. Esa sonrisa que se te derrama por el rostro, con los ojos cerrados. Esa sonrisa que dice "yo me encargo". Santo cielo, por esa sonrisa yo podría hacer que esta bola que llamamos mundo girara corriendo a toda velocidad.
No me malinterpretéis, no soy una persona de sentimentalismos (todo lo que me dieron de fría lógica debieron quitarlo de algún otro lado, ¿verdad?), pero es que, ¡dios mío, esa sonrisa...! Siempre me ha dado fuerzas, ganas de vivir sin tener el tiempo. Por ella bajé descalza los dos pisos que me separaban del portal hasta el acogedor recibidor de mármol blanco, abalanzándome con una pasión rayana en lo salvaje sobre los labios que me estaban prohibidos y que, aún así, me besaron. Dios mío, ¡y qué bien me sentí!

Y es que, con esa sonrisa, mis queridos y queridas lectoras, me oigo latir la sangre en las venas. Esa sonrisa es la aventura de la determinación. Arde como la pasión desatada bajo las sábanas de vuestras camas y arranca la ponzoña de los huesos. Es la llamada de la vida.

Cada vez que la veo... en esos momentos especiales, en los que no te esperas que alguien pueda reaccionar regalando such a beautiful thing to the whole world. Con los ojos cerrados, la nariz arqueada en una pequeña y casi imperceptible arruga, los labios abiertos y los dientes asomando. Me pregunto cómo he podido sobrevivir todos estos meses sin ella. Oh, santo dios, ¿cómo lo he hecho? ¿Cómo, si es precisamente ahora cuando ardo en deseos de volver a verla una vez más? Ahora, ahora, ahora. Ahora la necesito. Es todo lo que necesito para enfrentarme al Fin del Mundo. De alguna u otra manera acabaré allí, lo sé, de alguna u otra manera. Y todo lo que quiero es la reminiscencia de tu boca curvada en ese gesto.

¡Todo lo que necesito!

28/5/11

¡Vaya, vaya!



Encontrarnos ahí, precisamente ahí. En una estación de mala muerte, esperando un tren con destino a quién sabe dónde. Tú, de la mano de aquel muchacho, sentada en uno de esos bancos metálicos que tan jodidamente fríos están en invierno, y yo, arrastrando mis ojeras, recién salida de las escaleras mecánicas. Llevaba puestas las gafas y, claro, te costó reconocerme. Pero mis brazos se movieron como locos en un alarde de efusividad (tan impropio de mi serio y respetable temperamento, me gustaría añadir), intentando llamar la atención de ese ser humano enfundado en una camiseta amarilla de tirantes en que resultaste haberte convertido. Yo sé por qué nos echamos a reír como dos estúpidas... pero ni tu compañero ni la gente que me acompañaba parecía conocer el motivo. Yo sé que me despedí sin muchos miramientos de ellos para irme contigo, contigo y con aquel muchacho tan amable que me presentaste... y sé también que mañana, pasado, me preguntarán por qué. Pero no les diré nada, ya lo sabes.

Y si el tiempo pudiera medirse en palabras, lo que pasamos los tres encerrados en ese vagón, comodamente sentados, sería un intervalo muy grande. Me empapé de todo lo que me contaste, te conté todo lo que esta boca traidora quiso revelar. Quizás más de lo que a mí me hubiese gustado... pero, en cualquier caso, ahora.... ¡ahora qué más da!

Como en los viejos tiempos, amiga. Como en los viejos tiempos.
 

22/5/11

Do not disturb me


My daddy use to say I knit when I'm nervous.
¡Pero es mentira! Como si alguien, algo, pudiese perturbarme. Ja... no me hagas reír.

Las noches en calma me gusta mirar por la ventana del salón. Es un placer que no obtengo cuando hay tormenta, cuando la lluvia viene a lamer el alfeizar y los truenos me llaman con su inconfundible crujido. Cuando hay tormenta vuelvo a ser una hechicera; la sangre se me excita en su prisión de venas, burbujea y al final se derrama como un sentimiento más.

Las noches en calma es distinto. Me arrodillo en el sofá, me cuelo a través de la cortina, asomo la naricilla por la ventana abierta. No se oye ni un ruido, apenas algún que otro coche despistado, y pasan casi de puntillas. Las noches así me gusta pensar en silencio. Dejar que el gato me siga, se suba al respaldo, restriegue su lomo contra mi mejilla y salte al alfeizar. Y que me roce con su hociquito sonrosado, como diciendo ¿qué haces aquí, mamá? Esta ventana es mía. No puedo evitar sentir tanto amor. Toneladas de amor. Shinet, el gato de ojazos heterócromos.

Hoy he pensado que... que ya está. It's over. Que da un poco igual lo que haga o cómo me relacione.


Y que soyunaisla. Soyunaisla, soyunaisla, soyunaisla. 


¡Ay, pobre del que diga lo contrario!

15/5/11

Such an insomniac

Llevaba sin pisar esta página más de lo que me gustaría dejar por escrito. Y, de hecho, me voy tan rápido como he venido, porque todavía necesito un día más. Pero regresaré... regresaré.



El caso es que no sé muy bien qué necesito escribir hoy. Lo siento aquí, queriendo salir, pero no consigo darle un nombre.

Es cálido, pero tan débil... como un fantasma, como un sueño. La reminiscencia de un pensamiento. Me deja suave, me arranca las fuerzas con el gesto tierno de una madre preocupada. Y cuando me tumbo sobre la cama me dan ganas de fumarme un cigarro. Sostenerlo entre mis dedos, prender una llama, quemar la puntita hasta que arda el papel. Dar una calada. Expulsar el humo. Mirar el techo como si todos los puntitos de gotelé fueran en realidad estrellas. ¿Y qué hago con la ceniza? Pues estiro el brazo y le doy un par de toques al cilindro hasta que se reduce sobre la madera del escritorio. Ya lo recogeré después. Pero entonces me da un ataque de tos, y recuerdo que sólo me he tomado dos cucharadas de jarabe a lo largo del día en lugar de tres. Y lo lamento. Lo lamento, porque el interior de mi pecho debe estar hecho de espino y este catarro se está encargando de restregar mis pulmones sobre tan doloroso lecho cada vez que llevo a cabo el acto reflejo de toser. Pero qué más da. Ya no me importa tanto. Ya no me duele tanto. Ya estoy mejor. Sí, ya estoy mejor...
La música me canta una canción al oído. Una canción tan triste. Y yo sólo quiero dormir. Dormir. 

Oh, por favor, yo sólo quiero dormir.

30/4/11

Catacrack


Me ha costado en torno a diez, diez largos años poder ver la película hasta el final. Puede ser que, debido a mi corta edad en aquella época (que era representable con tan solo una cifra), no haya podido evitar revivir las mismas emociones ahora que soy mayor. Pero es que es tan triste. Tan triste. Pensaba, cuando acudía a mis recuerdos, que exageraba al considerar que era la película más triste que había visto nunca. Ahora no estoy de acuerdo.
Y tengo un problema, puesto que aún me quedan unos cuantos ejercicios de árboles por terminar. Pero... ahora no puedo hacerlo. Ahora no puedo programar. Ahora no puedo darle vida a nada, a nadie. ¿Cómo podría? 

Si alguna vez habéis experimentado la mayor sensación de plenitud al llevar a cabo una actividad comprenderéis qué es lo que significa para mí programar. Pero si también habéis experimentado un sentimiento descorazonador, asolador, un sentimiento como una tormenta gélida que borra todo calor, al haber comprendido lo terrible, la monstruosa abominación en que esa tarea puede llegar a convertirse... entonces, bueno, entonces a esta copa invito yo.

Sólo puede romperme una y otra vez el corazón. Porque no hay consuelo final, no hay moraleja, no hay segundas oportunidades. Sólo vida que no puede cambiarse. El presente.


Said I wouldn't call, but I'm a little drunk... and I need you now.

23/4/11

All my life I've been good but now,
I'm thinking What the hell!
All I want is to mess around,
and I don't really care about.

 
If you love me, if you hate me,
you can't save me.
All my life I've been good but now,  

Whoa, What the hell!


Sí, sí, ya sé que este es un sitio público. Ya sé que el dominio de esta página web es accesible desde cualquier rincón del mundo, que cualquiera puede teclear las tres palabras que elegí para preceder a blogspot.com en la barra de direcciones y enganchar con este sitio. Lo sé, ¿vale?

Aún así, no puedo evitar sentir que este lugar me pertenece, aunque sólo sea un poquito (o, qué demonios, no sólo un poquito). Todo esto que veis es mío, fruto de lo que me bulle y me agita por dentro, desde las palabras hasta las imágenes que tomo prestadas para favorecer el extraño juego que ambas pueden llegar a combinar. Mío, mío, mío, un objeto intangible, un diario de recuerdos, un log que registra lo que en algún momento se me pasó por la cabeza y quise compartir. Y también, por supuesto, todas las amenas conversaciones en que derivan los comentarios que vosotros me dejáis al llegar al final de mis entradas.

Así que aquí estoy, pensando en cómo puedo tontear de semejante manera con un sitio que carece de la privacidad que a mí tanto me gusta. Porque veréis, soy muy celosa de mis cosas. Metafóricamente hablando, siempre me ha gustado mantener a los demás a tres pasos de mí, cuanto menos. Con una sonrisa, eso sí, no vayamos a perder las formas ni el respeto. No hace falta ser desagradable para ser uno mismo.

Pero a lo que iba. Hace ya tiempo que vengo notando que el tráfico de visitas a esta página está un poco disparado. Gracias a la relativamente nueva funcionalidad estadísticas puedo controlar la circulación de una forma bastante eficaz (y prescindir por fin de los odiosos contadores de visitas locos que funcionan como les sale de las narices, cosa que, por cierto, me recuerda que tengo que hacer limpieza). Por supuesto, la culpa de todo recae sobre esto, que es la principal atracción de curiosos... y no es que me arrepienta, ni mucho menos, de haber colgado dicha entrada, pero sí confesaré que empiezo a sentirme ligeramente incómoda. Vuelvo a repetir que sé perfectamente que esto es un sitio público, y, por tanto, no me importa que la gente lo visite, lo lea, tome lo que considere oportuno y después se vaya. Siempre que se vaya, claro, y que ahí termine nuestra corta pero intensa relación. Harina de otro costal es que a alquien le apetezca quedarse... pero de verdad, nada de tonterías.

Y es que veréis, últimamente he estado torciendo mucho la nariz al ver que el contador de seguidores subía y los perfiles que aparecían me eran totalmente extraños. ¿Quién eres tú? ¿Y tú? ¿Por qué no te presentas? ¿A quién le estoy mandando automáticamente las actualizaciones que haga en este blog? Mmmh...
Pues he decidido que se acabó. Que puede que este sea un dominio público y no pueda prohibirle la entrada a nadie, pero eso no tiene por qué hacerme renunciar al hecho de contar con algún tipo de privacidad por aquí. No quiero seguir incluyendo en la lista de distribución de actualizaciones interna que debe tener este cacharro a personas desconocidas. En principio aquí todo el mundo es bienvenido (a mi manera, sí, vale), pero si voy a compartir mis pensamientos, lo mínimo que quiero saber es con quién lo estoy haciendo, a quién se los estoy entregando.

Así que... Je. Jeje. Como en el fondo soy un ser absolutamente adorable, voy a darle la vuelta a mi reloj de arena. Cuando caiga el último grano, me enfundaré de nuevo la capa de administradora oscura. Pero sólo por un ratito. Lo que me lleve recuperar parte de esa privacidad perdida quién sabe cuándo.