26/2/11

Momento vacuo


Una de las mejores sensaciones que conozco es la de aprender el significado de una nueva palabra y que éste me impacte. Puede ser algo totalmente mundano, una palabra muy corta, una nueva forma de referirme al mismo concepto de siempre... no importa, cuando ocurre ya es demasiado tarde, la tengo presente durante todo el tiempo que la mecha de la atracción permanezca prendida. Después... bueno, después será otro de los registros que guardo, con algo más de historia que la mayoría de los que aprendí allá por el siglo pasado, cuando daba mis primeros pasos por esta vida y mis padres me enseñaban a hablar.
Sin embargo, poco tiene que ver esto con lo que quería hablar hoy. El hecho de distinguir el modo en que me relaciono con mi lengua materna me ha arrancado una sonrisa un tanto sardónica, ahora entenderéis por qué.

Sé que, alguna que otra vez, habré dado a entender que no soy una persona religiosa. Quizá incluso lo hayáis deducido por la manera en la que me expreso, las cosas que comento, las que me reservo o las que no comparto. Bueno, el caso es que es cierto, no soy una persona religiosa. No pertenezco a ninguna casa celestial, mi entendimiento no concibe la existencia de un ente más poderoso que el ser humano, no se me ha inculcado ninguna fe al ser pequeña y me desconcierta sobremanera escuchar, desde mi perspectiva, los conceptos religiosos (hasta los más simples y básicos, no os creais). Si alguien ha empezado a sudar frío ante el pensamiento de que me haya convertido a alguna secta o a alguna de las religiones fuertes de hoy en día, que no cunda el pánico porque no es eso (¡Nacho es quien ocupa ese lugar desde hace mucho!)

Creo que hoy ha sido el primer día en que de verdad me he dado cuenta de lo que es vivir sin creer en nada. Sin tener una fe ciega en absolutamente nada de lo que te rodea, de lo que es carecer de una relación indestructible y poderosa como esa. Hace mucho que pienso que uno ha de valerse por sí mismo, que ha de cuidar las cosas que hace para que salgan tal como ha previsto, que no sirve culpar a los demás porque ellos tenían que encargarse de hacer tal o cual cosa en el proceso. Al fin y al cabo, si no te esfuerzas de verdad, si no das todo lo que tienes y plantas sobre la mesa todo lo que sabes para conseguir tu objetivo, ¿en qué extraña y retorcida idea te basas para confiar o suponer que otro lo hará y además por ti? Hace mucho tiempo que pienso así, pero lo que intento explicar es diferente.

Tener ideas propias y llevarlas, sino todas las veces la gran mayoría, a la práctica, vivir la vida de una forma despreocupada y desconectada de las creencias de nuestro tiempo, fluyendo a contracorriente sin miedo a la represión, tortura física o muerte... sí, está bien. Elegir está muy bien. Hasta ahora no le había dado demasiada importancia a no creer en nada ni en nadie. ¿Qué necesidad tenía de una cadena semejante? Confío en mí, sé que yo siempre estaré presente en el momento en que necesite que me salven. También confío en las personas, y quiero a mis amigos, parejas o personas que no he visto jamás pero con las que me relaciono en mi elemento. Soy un ser humano entrañable, ¿a que sí? Pero hoy me he dado cuenta de que...

Hoy me he dado cuenta de que no tengo ninguna cuerda. No poseo ningún anclaje que tenga la infinita fuerza y resistencia que un ser humano es capaz de desarrollar cuando entrega su fe. Su creencia no racional, sus sentimientos puros, sus instintos, su ESPERANZA. No hay ningún colchón sobre el que dejarme caer cuando me sienta desfallecer. No hay trago de agua viva y refrescante al cruzar las arenas del desierto en un viaje sin pausas. No tengo ningún objeto, ninguna invención, ninguna historia, ninguna nada que me relacione con esa parte de mi humanidad. ¿Comprendéis lo que quiero decir? ¿Comprendéis lo desgarrador que es este pensamiento?

La certeza del vacío que hay en esa parte de tu vida. Momento de vacuidad.

21/2/11

Overflow



¿Y qué hacer cuando no sabes de qué color tendrá el pelo? Cuando desconoces si será rojo como una bocanada de fuego, rubio como una cortina de luz, negro como los días cerrados del invierno o marrón como la corteza nudosa de los árboles. ¿Qué hacer cuando no sabes que aspecto presentará su tez? Si ésta será palida, si sus mejillas estarán siempre coloreadas o no, si nació tiznado del color del chocolate. ¿Y sus facciones? ¿Y su mirada? ¿Cómo saber si su rostro lo compondran formas suaves, redondeadas, angulosas, afiladas..? ¿Y qué hacer con sus ojos si reflejan ecualipto, menta, agua de mar o una sombra de pedernal grisáceo? ¿Cómo intuir una espalda ancha, unos hombros recios, unos brazos delicadamente sombreados por músculos que comienzan a despertar? ¿Cómo buscar entre los pliegues de su ropa el color, la textura, el corte, la caída? ¿Dónde encontrar las sutilezas de cada gesto, de cada palabra, de cada parpadeo, de cada movimiento...?

Las únicas pistas son pequeñas migajas de información que parecen haberse desprendido por cuestión de puro azar de la gran barra de pan a la que pertenecen.

Imaginación, maldita seas.

11/2/11

Break! Altera el flujo de control del programa


¡BRR! ¡Me queman los dedos!

Estoy harta de números, gráficas, comandos, instrucciones, de tener que dimensionar variables, reservar bits, convertir de un sistema de representación a otro, medir la eficiencia de los algoritmos, representar vectores, rectas, planos, hiperplanos y ver cómo demonios se relacionan entre ellos (buenos días señor vector, buenos días señora recta, ¿son ustedes paralelos, perpendiculares... MARIDO Y MUJER?), rellenar el log de PISWI con estimaciones en el tiempo, construir clases y relaciones entre ellas en forma de diagramas, leer y leer y leer más malditas fórmulas, números, y tan excesivamente pocas palabras.
No me malinterpreteis, todo esto es mi gran pasión, pero es que ahora mismo necesito palabras, necesito dar rienda suelta a la imaginación de una forma que, con mi nivel de conocimientos actuales sobre informática, todavía no puedo por medio de fórmulas matemáticas (que podré, está claro, pero todavía me queda).

Programar es una labor preciosa, me robó el corazón sin remedio la primera vez que probé su sabor, pero ahora mismo no tengo ningún gran proyecto en el que trabajar. Acabamos de empezar el cuatrimestre y todavía estamos probando nuestra destreza con pequeñas prácticas que no implican excesivo esfuerzo, así que debo ahogar mis necesidades creativas leyendo. Estoy tan enganchadísima a la saga de Los hijos de la tierra que no me extrañaría que de un momento a otro me brotasen llamas en los dedos... ¡Por el amor de Nacho, necesito escribir!

Y ya tengo personaje. Ha sido un parto largo, ha llevado su tiempo, pero lo tengo perfectamente claro en mi cabeza. Sólo necesito una ficha... y mucho espacio en blanco.