28/8/11


I think I found a flower in a field of weeds,
I think I found a flower in a field of weeds,
Searching until my hands bleed
This flower don't belong to me

I think I found a flower in a field of weeds,
I think I found a flower in a field of weeds,
Searching until my hands bleed
This flower don't belong to me
This flower don't belong to me
Why can't she belong to me?


Surrender... yourself to me.


I just love this drawing... and, nowadays, there are so few things left I really love. Gonna sleep. Thank you.

23/8/11

Diez elevado a dos cosas que aún no sabéis sobre la ingeniera más sexy del planeta

¡Hey chic@s! Que yo también me voy a apuntar a esa moda tan cool que ha iniciado Adsi de contar un pedacito de la vida de cada uno. Sé que pensáis que soy una criatura fría y calculadora... pero bajo esas capas de escarcha y hielo... soy todo amor y ternura. 



  1. Los dodos son las criaturas más bonitas del planeta.
  2. Y, en realidad, contrariamente a lo que la gente piensa, no se extinguieron.
  3. Yo soy un dodo. 







































¡JA! ¿Qué os creeiais, eh? ¿Que os iba a contar a vosotros, Gente de Otoño, cien cosas íntimas y privadas sobre mi fantástica persona? Bwajajaja... NO FUCKING WAY.
Yo me vuelvo a las calles de Londres... a Withechapel, en concreto, a hacerle una visita a mi amigo Jack The Ripper. Shikaru y él han quedado a tomar el té de las cinco (¡en punto!) y si llego tarde, Jackie se enfada y empieza a remover el té con el bisturí...

20/8/11


The London Bridge is amazing, isn’t it?

6/8/11

Unrequited Love

ATENCIÓN
Mira que me jode tener que destripar la trama así de buenas a primeras... pero bueno. Abajo hay yaoi. YAOI. Leed bajo vuestra propia responsabilidad.



Alfombrado el suelo con la muerte de las hojas, crujientes y podridas, la superficie arenosa se resecaba con el oscuro color pardo que detuvo su vida. La arcilla y el barro chapoteaban a su alrededor, delineando el contorno de sus otrora venas plenas de clorofila y savia. Unos pies bailaban sobre ellas con el renqueo característico de quien se ha abandonado al mundo. Sus desgastadas zapatillas de estudiante partían el suelo y la arenisca, y la noche recibía cálida el crujir desesperado de los muertos, bien muertos, cuyos restos desperdigados no eran ya importantes para nadie. Un puñado de hojas.

Su cuerpo se estremecía resquebrajando la frágil y rugosa corteza arbórea. Los nudos contra su espalda moldeaban su columna inquieta, el dolor era sordo y distante, perdido en el placentero torrente que nacía a pocos centímetros de su ombligo. El paraje desolado acogía las tumbas de los seres en su vientre yermo y arrugado, condenado a no florecer para mantener el descanso de unas cuantas almas que viajaron a la muerte excavando bajo su superficie. Insultante era pues, como mínimo, que hubieran escogido el lugar de reposo de quienes un día fueron para disfrutar de un presente que se escurría a marchas forzadas.

La toga negra, incuestionable símbolo universitario, plegaba su tela a ambos lados de la cintura del muchacho. Los pantalones yacían desmadejados sobre sus tobillos. Unas manos finas y huesudas estiraban hacia abajo su ropa interior, deslizándola sobre la frágil piel excitada de unos muslos apretados. La calidez del aliento ajeno fue lo único que precedió la humedad de sus labios. Aprisionado contra una lengua danzarina, el cielo de su boca y el apenas nimio roce que, en un descuido, acercaba los dientes a la carne, el estudiante dejó que sus labios descolgaran un suspiro de alivio. Los besos que se habían dado le parecian tan lejanos; la tibia saliva ahora adornando el extremo inflamado de su sexo, en compañía de unas solitarias gotas de lo que podría decirse su esencia. Sus brazos se abrieron camino a través de las profundas mangas negras, imitando el comportamiento de las enredaderas sobre el cabello ensortijado del muchacho. Tenía un tacto suave que recordaba a la planta del algodón, los mechones curvos más cortos se le anillaban en torno a los dedos como raíces recién germinadas. De no ser por la escasa luz de las farolas, casi hubiera podido jurar que el oscuro color de su cabello despuntaba un destello verdoso, como el musgo sobre las rocas. El joven arrodillado abrió los ojos. Sustituyó la estrechez de sus labios por una mano firme antes de volver su rostro hacia el cielo, buscándole. Su mirada clara recordaba a un amanecer, azul en el cielo y verde en la tierra, y ahora transmitía una muda súplica de naturaleza desconocida. Aliméntame, parecía decir. Aliméntame.
El oxígeno danzaba bajo la cristalera que contenía la potente bombilla de la farola, metros y metros más allá, junto a la desvencijada verja que abría el campo santo. Calor para la farola o acaso un espejismo, pero, en cualquier caso, casi tan caliente como él mismo. Las yemas de los dedos de aquel hombre le recorrían las piernas como besos de polilla, se estrechaban en el vértice en el que convergía su cuerpo y subían, rasguñándose los nudillos, hasta calar sus apéndices entre la corteza y la curva redondez de su trasero.

Sobre sus dos piernas, la altura del otro muchacho arrojaba sombras por encima de su cabeza. El cabello se le derramaba en ondas hasta la clavícula, lleno de pequeñas ramitas picudas y hojas sanas de roble. La túnica negra se le abría también a él, revelando nada más que la simple desnudez. Tenía pegotes de barro y arena enfangados en sus flacas rodillas; una expresión animal empañando su mirada de color incierto. Su estómago dio un vuelco al sentirle apretarse contra él, las pulsaciones de su carne deslizándose alrededor de su ombligo. La fragancia salvaje de la naturaleza taladró su cerebro cuando su nariz resbaló por el arco entre el cuello y el hombro del muchacho, y la imagen que enfocaba comenzó a difuminarse. Con los ojos llorosos, sus estrechas manos estrujaron el infinito manto negro de estudiante que ocupaba su compañero hasta dar con los demacrados brazos que asemejaban al hueso. Pliegues de tela que le volvieron loco de atar, pues aquella túnica que ostentaba los ribetes rojos de las humanidades planteaba su longitud en un problema de indeterminaciones matemáticas.
Una carcajada limpia, campanillas restallando en libertad, martilleó contra su oreja derecha. El estudiante salvaje se deshizo de la pesada prenda a golpe de hombro, exhibiendo la ausencia de ropa con orgullo mal disimulado. Delgado como un palo, su carne exudaba vida. Burbujeante vida caliente, como agua que hierve en una olla cualquiera.

Serpenteando contra la cadera desnuda, las manos del muchacho le agarraron a través de sus aguados ojos. El plástico que comprimía su sexo era insoportable, el lugar más reducido del mundo. La huella de la saliva casi seca: lejano el placer del momento. Estaba tan excitado que casi dolía. Y la risa. Dulce melodía que se escurría como un nectar pegajoso, a ratos burlona, a ratos compasiva.
El muchacho desnudo avanzó por entre la naturaleza muerta a sus pies, apartando a su compañero estudiante del incómodo tronco sobre el que se apoyaba. Las palmas de sus manos se clavaron en la corteza, pareciera que buscando la fundición con el imponente gigante. El sudor se le escurría por el espinazo, gotas translúcidas que iban camino de convertirse en riachuelos, una sugerente invitación de la mano de su espalda doblada. Aún así, le echó un último vistazo, una de sus cejas alzadas, divertida a la par que incrédula. Suficiente para él, que se secó los ojos con una de las kilométricas mangas, se apartó la túnica con los dedos y colocó su cuerpo tan cerca como pudo permitirse. Su propia mano, enderezando su endurecido sexo, le sirvió de guía ciega. Una vez se introdujo en la estrecha cavidad de su compañero, fue consciente de la resistencia que el cuerpo ajeno ofrecía. El lento avanzar arrancaba un gimoteo sordo en la garganta del otro joven.

Los restos del dolor se entremezclaron con un incipiente cosquilleo placentero, la huella del daño siempre presente, sin embargo. El muchacho que se agitaba en un vaivén repetitivo se había entregado, por otro lado, al agradable calor interior. Estimulado por una estrechez que lo empujaba al encogerse y sobre la que se desplazaba, no existía más mundo para él. Reducido al primitivo instinto de la reproducción, seducido por la curvatura de sus cabellos, curvatura sobre la que se podrían esbozar una y mil funciones, y la fragancia de las hojas que aún subsistían en las altas copas, pisaba la muerte con sus zapatillas, orgulloso representante de los vivos. La violenta cadencia de sus golpes incrementó al pensar en el extraño estudiante de los ribetes rojos. Venido de quién sabe dónde, siempre se presentaba en todas partes como recién salido de un banco de niebla. Su olor a clorofila y menta y sus extrañas costumbres... ahora entregándoselas a un completo desconocido. Esta noche olía a roble, roble viejo, roble antiguo. Un olor asombroso que le nublaba la mente.
Utilizó una de sus manos para masturbarle. Suave al principio, acelerando en cada subida.

La cima del placer era insoportable. Trataba de aferrarse al presente para no perderse, reducir la movilidad hasta que su cadera se detuvo casi por completo, pero lo que sujetaba eran hilos, no duras cuerdas de piano. Uno a uno se iban marchando, ensanchando la grieta que mantenía la cordura en su sitio. Los jadeos, las rítmicas pulsaciones que acariciaba con su palma, acicateaban su resistencia hasta su pobre límite. Intentó resistirse... y consiguió arañarle unos segundos al tiempo. Al final, se entregó sin remedio al violento placer del orgasmo mientras su mente dibujaba un extraño paisaje de árboles, hojas y remolinos. Su cuerpo se vaciaba lejos de la tierra, tan lejos como viajaban sus pensamientos.

Con paso vacilante, fue separándose del muchacho, renqueando hacia atrás hasta caer de culo contra la hojarasca. Se dio cuenta entonces de que su mano estaba manchada de una sustancia blanquecina. 
Al joven estudiante desnudo aún le costó un rato recuperarse de su agitación. El sudor le plagaba las sienes, pero tenía una curiosa sonrisa de felicidad que no podía ocultar. Se agachó en busca de la túnica negra y se la colocó con diestra maestría. Su último gesto fue acariciar el mentón de su amante; los dos dedos se deslizaron hasta los labios, cerrando la boca entreabierta. Luego, arrebujado en la enorme capa negra que le hacía parecer un cuervo, se alejó del lugar.

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Skinny dipping in the dark
Then had a ménage à trois


That's it. Yo no tengo licencia de ningún tipo, ni pienso tenerla jamás, porque si voy predicando que el acceso a la cultura ha de ser libre, no me da la gana caer en la hipocresía de ponerle candados a mis humildes contribuciones. No tengo licencia, este texto me pertenece tanto como me pertenece esta página, y cualquiera puede cogerlo, disfrutarlo, retorcerlo, cambiarlo o proclamarlo como suyo. Lo único que yo he hecho ha sido escribirlo, y, aunque de alguna forma está más ligado a mí que a nadie, ni es mío ni me pertenece. Afirmación aplicable a todas y cada una de las palabras que escribo en esta página, me gustaría señalar.

Prácticamente todos tenéis esa licencia de Creative Commons, me he fijado, no creáis. Tengo curiosidad, así que, oh please, os rogaría que no le pusierais un tono de despreciativa superioridad a mis preguntas. ¿De qué os sirve saber que nadie va a poder utilizar vuestra obra? ¿De verdad puede más el odio hacia los, digamos, buitres que lo que una imaginación fértil y ajena pueda obrar sobre vuestras palabras?

Venga ya, que yo os leo y no sois tan jodidamente buenos como para que nadie quiera robaros nada. Ni a vosotros ni, por supuesto, a mí.


Vale, eso ha sido un golpe bajo. Pero como también me incluyo, pues...

4/8/11

Nightmares


So what if you can see the darkest side of me?
No one will ever change this animal I have become 

El último ramalazo de energía y excitación empieza a abrirse paso con la devastadora fuerza de un derrumbe. Tan suave al principio que, al llegar el pleno grito de la naturaleza, ensorcedemos con su agónico chillido banshee.
Chuparemos hasta la última gota de sangre que se nos ofrece, no albergueis dudas acerca de esta cuestión. El poder se concentra en las manos desnudas, en los dedos frágiles por cuyos bordes apenas asoman uñas, falanges que aprietan su piel y escasa carne contra el plástico artificial medio de todos sus fines. Existimos de prestado, entregando suplicantes un puñado de horas que se hilvanan perfectamente en el agujero de los días a cambio de vivir en una historia suya. Y cuando se acerca la hora, ésta hora, todo lo demás pierde valor. Sólo los ojos cansados y las muñecas flojas, el temblor que recorre el hombro y muere renqueando en las yemas de los dedos es capaz de detener el ansia de sangre, el ansia de vida. Entonces regresamos, cayendo rendidos en cualquier rincón, apretando egoístamente nuestros ateridos cuerpos expuestos a la esclavitud de un sistema de frío aire acondicionado. La carne llama a la carne; retozamos sobre el mismo suelo hasta que los huesos de las rodillas se pelan y las coxis renquean un último y sonoro estertor. Calientes y satisfechos, viajamos a un lugar que no existe donde tampoco nosotros existimos, sabedores de que unas horas más tarde volveremos a mudar de alma, de cuerpo, de vida y de historia.


Y me apuesto mis preciosos dedos de programadora a que no habéis entendido ni jota... pero el texto es de alguna forma bonito, isn't it? Que cada cual lo interprete según guste.