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6/8/11

Unrequited Love

ATENCIÓN
Mira que me jode tener que destripar la trama así de buenas a primeras... pero bueno. Abajo hay yaoi. YAOI. Leed bajo vuestra propia responsabilidad.



Alfombrado el suelo con la muerte de las hojas, crujientes y podridas, la superficie arenosa se resecaba con el oscuro color pardo que detuvo su vida. La arcilla y el barro chapoteaban a su alrededor, delineando el contorno de sus otrora venas plenas de clorofila y savia. Unos pies bailaban sobre ellas con el renqueo característico de quien se ha abandonado al mundo. Sus desgastadas zapatillas de estudiante partían el suelo y la arenisca, y la noche recibía cálida el crujir desesperado de los muertos, bien muertos, cuyos restos desperdigados no eran ya importantes para nadie. Un puñado de hojas.

Su cuerpo se estremecía resquebrajando la frágil y rugosa corteza arbórea. Los nudos contra su espalda moldeaban su columna inquieta, el dolor era sordo y distante, perdido en el placentero torrente que nacía a pocos centímetros de su ombligo. El paraje desolado acogía las tumbas de los seres en su vientre yermo y arrugado, condenado a no florecer para mantener el descanso de unas cuantas almas que viajaron a la muerte excavando bajo su superficie. Insultante era pues, como mínimo, que hubieran escogido el lugar de reposo de quienes un día fueron para disfrutar de un presente que se escurría a marchas forzadas.

La toga negra, incuestionable símbolo universitario, plegaba su tela a ambos lados de la cintura del muchacho. Los pantalones yacían desmadejados sobre sus tobillos. Unas manos finas y huesudas estiraban hacia abajo su ropa interior, deslizándola sobre la frágil piel excitada de unos muslos apretados. La calidez del aliento ajeno fue lo único que precedió la humedad de sus labios. Aprisionado contra una lengua danzarina, el cielo de su boca y el apenas nimio roce que, en un descuido, acercaba los dientes a la carne, el estudiante dejó que sus labios descolgaran un suspiro de alivio. Los besos que se habían dado le parecian tan lejanos; la tibia saliva ahora adornando el extremo inflamado de su sexo, en compañía de unas solitarias gotas de lo que podría decirse su esencia. Sus brazos se abrieron camino a través de las profundas mangas negras, imitando el comportamiento de las enredaderas sobre el cabello ensortijado del muchacho. Tenía un tacto suave que recordaba a la planta del algodón, los mechones curvos más cortos se le anillaban en torno a los dedos como raíces recién germinadas. De no ser por la escasa luz de las farolas, casi hubiera podido jurar que el oscuro color de su cabello despuntaba un destello verdoso, como el musgo sobre las rocas. El joven arrodillado abrió los ojos. Sustituyó la estrechez de sus labios por una mano firme antes de volver su rostro hacia el cielo, buscándole. Su mirada clara recordaba a un amanecer, azul en el cielo y verde en la tierra, y ahora transmitía una muda súplica de naturaleza desconocida. Aliméntame, parecía decir. Aliméntame.
El oxígeno danzaba bajo la cristalera que contenía la potente bombilla de la farola, metros y metros más allá, junto a la desvencijada verja que abría el campo santo. Calor para la farola o acaso un espejismo, pero, en cualquier caso, casi tan caliente como él mismo. Las yemas de los dedos de aquel hombre le recorrían las piernas como besos de polilla, se estrechaban en el vértice en el que convergía su cuerpo y subían, rasguñándose los nudillos, hasta calar sus apéndices entre la corteza y la curva redondez de su trasero.

Sobre sus dos piernas, la altura del otro muchacho arrojaba sombras por encima de su cabeza. El cabello se le derramaba en ondas hasta la clavícula, lleno de pequeñas ramitas picudas y hojas sanas de roble. La túnica negra se le abría también a él, revelando nada más que la simple desnudez. Tenía pegotes de barro y arena enfangados en sus flacas rodillas; una expresión animal empañando su mirada de color incierto. Su estómago dio un vuelco al sentirle apretarse contra él, las pulsaciones de su carne deslizándose alrededor de su ombligo. La fragancia salvaje de la naturaleza taladró su cerebro cuando su nariz resbaló por el arco entre el cuello y el hombro del muchacho, y la imagen que enfocaba comenzó a difuminarse. Con los ojos llorosos, sus estrechas manos estrujaron el infinito manto negro de estudiante que ocupaba su compañero hasta dar con los demacrados brazos que asemejaban al hueso. Pliegues de tela que le volvieron loco de atar, pues aquella túnica que ostentaba los ribetes rojos de las humanidades planteaba su longitud en un problema de indeterminaciones matemáticas.
Una carcajada limpia, campanillas restallando en libertad, martilleó contra su oreja derecha. El estudiante salvaje se deshizo de la pesada prenda a golpe de hombro, exhibiendo la ausencia de ropa con orgullo mal disimulado. Delgado como un palo, su carne exudaba vida. Burbujeante vida caliente, como agua que hierve en una olla cualquiera.

Serpenteando contra la cadera desnuda, las manos del muchacho le agarraron a través de sus aguados ojos. El plástico que comprimía su sexo era insoportable, el lugar más reducido del mundo. La huella de la saliva casi seca: lejano el placer del momento. Estaba tan excitado que casi dolía. Y la risa. Dulce melodía que se escurría como un nectar pegajoso, a ratos burlona, a ratos compasiva.
El muchacho desnudo avanzó por entre la naturaleza muerta a sus pies, apartando a su compañero estudiante del incómodo tronco sobre el que se apoyaba. Las palmas de sus manos se clavaron en la corteza, pareciera que buscando la fundición con el imponente gigante. El sudor se le escurría por el espinazo, gotas translúcidas que iban camino de convertirse en riachuelos, una sugerente invitación de la mano de su espalda doblada. Aún así, le echó un último vistazo, una de sus cejas alzadas, divertida a la par que incrédula. Suficiente para él, que se secó los ojos con una de las kilométricas mangas, se apartó la túnica con los dedos y colocó su cuerpo tan cerca como pudo permitirse. Su propia mano, enderezando su endurecido sexo, le sirvió de guía ciega. Una vez se introdujo en la estrecha cavidad de su compañero, fue consciente de la resistencia que el cuerpo ajeno ofrecía. El lento avanzar arrancaba un gimoteo sordo en la garganta del otro joven.

Los restos del dolor se entremezclaron con un incipiente cosquilleo placentero, la huella del daño siempre presente, sin embargo. El muchacho que se agitaba en un vaivén repetitivo se había entregado, por otro lado, al agradable calor interior. Estimulado por una estrechez que lo empujaba al encogerse y sobre la que se desplazaba, no existía más mundo para él. Reducido al primitivo instinto de la reproducción, seducido por la curvatura de sus cabellos, curvatura sobre la que se podrían esbozar una y mil funciones, y la fragancia de las hojas que aún subsistían en las altas copas, pisaba la muerte con sus zapatillas, orgulloso representante de los vivos. La violenta cadencia de sus golpes incrementó al pensar en el extraño estudiante de los ribetes rojos. Venido de quién sabe dónde, siempre se presentaba en todas partes como recién salido de un banco de niebla. Su olor a clorofila y menta y sus extrañas costumbres... ahora entregándoselas a un completo desconocido. Esta noche olía a roble, roble viejo, roble antiguo. Un olor asombroso que le nublaba la mente.
Utilizó una de sus manos para masturbarle. Suave al principio, acelerando en cada subida.

La cima del placer era insoportable. Trataba de aferrarse al presente para no perderse, reducir la movilidad hasta que su cadera se detuvo casi por completo, pero lo que sujetaba eran hilos, no duras cuerdas de piano. Uno a uno se iban marchando, ensanchando la grieta que mantenía la cordura en su sitio. Los jadeos, las rítmicas pulsaciones que acariciaba con su palma, acicateaban su resistencia hasta su pobre límite. Intentó resistirse... y consiguió arañarle unos segundos al tiempo. Al final, se entregó sin remedio al violento placer del orgasmo mientras su mente dibujaba un extraño paisaje de árboles, hojas y remolinos. Su cuerpo se vaciaba lejos de la tierra, tan lejos como viajaban sus pensamientos.

Con paso vacilante, fue separándose del muchacho, renqueando hacia atrás hasta caer de culo contra la hojarasca. Se dio cuenta entonces de que su mano estaba manchada de una sustancia blanquecina. 
Al joven estudiante desnudo aún le costó un rato recuperarse de su agitación. El sudor le plagaba las sienes, pero tenía una curiosa sonrisa de felicidad que no podía ocultar. Se agachó en busca de la túnica negra y se la colocó con diestra maestría. Su último gesto fue acariciar el mentón de su amante; los dos dedos se deslizaron hasta los labios, cerrando la boca entreabierta. Luego, arrebujado en la enorme capa negra que le hacía parecer un cuervo, se alejó del lugar.

_______

Skinny dipping in the dark
Then had a ménage à trois


That's it. Yo no tengo licencia de ningún tipo, ni pienso tenerla jamás, porque si voy predicando que el acceso a la cultura ha de ser libre, no me da la gana caer en la hipocresía de ponerle candados a mis humildes contribuciones. No tengo licencia, este texto me pertenece tanto como me pertenece esta página, y cualquiera puede cogerlo, disfrutarlo, retorcerlo, cambiarlo o proclamarlo como suyo. Lo único que yo he hecho ha sido escribirlo, y, aunque de alguna forma está más ligado a mí que a nadie, ni es mío ni me pertenece. Afirmación aplicable a todas y cada una de las palabras que escribo en esta página, me gustaría señalar.

Prácticamente todos tenéis esa licencia de Creative Commons, me he fijado, no creáis. Tengo curiosidad, así que, oh please, os rogaría que no le pusierais un tono de despreciativa superioridad a mis preguntas. ¿De qué os sirve saber que nadie va a poder utilizar vuestra obra? ¿De verdad puede más el odio hacia los, digamos, buitres que lo que una imaginación fértil y ajena pueda obrar sobre vuestras palabras?

Venga ya, que yo os leo y no sois tan jodidamente buenos como para que nadie quiera robaros nada. Ni a vosotros ni, por supuesto, a mí.


Vale, eso ha sido un golpe bajo. Pero como también me incluyo, pues...

3/4/11

[Teach me!] Trucar un dado... virtual

Alguien me dijo una vez que quería aprender a programar. Bueno, realmente alguien no, bastantes alguien. Está bien. He pensado en algo.

Veréis, yo mejor que nadie puedo comprender a aquellos que sienten curiosidad y muchísimas ganas de iniciarse en el noble arte de la programación. Eso de toquetear el ordenador y ver cómo, de repente, puedes pasar de interactuar con cosas que otros han pensado a diseñarlas tú mismo y crear hasta los más descabellados productos de tu imaginación... lo que se siente no tiene precio, pero bueno, sois libres de quedaros con un excitante "¡qué guay!" también. A raíz de esto último, me veo en la obligación de comentaros que comprendo y, por supuesto, respeto que vuestro interés tenga límites. Después de todo, puede que juguetear con la programación os guste pero que entre vuestros planes no entre, ni remotamente, eso de que unos cochinos bits os vayan a dar de comer. Me hago cargo, my dears. Por ello, lo que os voy a contar no va a ser, ni mucho menos, lo que me cuentan a mí en clase. Voy a sacar mi tamiz mágico y os voy a servir los conocimientos que, pienso, son más interesantes.

Pero bueno, dejémonos de zarandajas y vayamos directos al grano. Para escribir en lenguaje Java, vamos a necesitar un programa llamado Eclipse que podéis bajar aquí (haciendo click en cualquiera de los enlaces, como por ejemplo el de Spain RedIRIS). Cuando os lo descarguéis (pesa 171MB, lo que un capítulo de anime aprox.) no hace falta que instaléis nada para poder usarlo. Simplemente, dado que os bajáis un archivo comprimido, habrá que descomprimirlo y buscar, dentro de la carpeta que se creará, el icono que inicia eclipse (una bolita redonda, morada y con tres rayitas blancas en el centro. Tenéis la chuleta en la imagen).


Bien, lo que viene a continuación lo relataré despacio:
Eclipse es un programa que nos permite escribir código y reproducirlo para ver qué ocurre. Sin embargo, para poder trabajar (antes de iniciarse nada) os va a pedir que seleccionéis un Workspace. ¿Que qué es un workspace? Fácil: tal como su nombre indica es un espacio de trabajo, un lugar en el que le pedís que os guarde todo lo que vais a ir haciendo. Crear un workspace es tan fácil como crear una nueva carpeta (donde queráis) y designarla con el nombre "Workspace Dado" o "Workspace Mastermind" o cualquier otro que describa brevemente de qué va a ir lo vayáis a crear. Después sólo tenéis que indicarle a Eclipse que queréis que ése sea el Workspace (Tenéis la chuleta en la imagen).

Para esta primera toma de contacto con Eclipse os he preparado yo misma el Workspace, con un código muy suculento que os enseñará a... trucar un dado. ¿Os gustan las trampas, queréis ganar una apuesta sin esfuerzo o, simplemente, gastarle una inocente broma a alguien? Bueno, pues con esto podréis, mis queridos y queridas pequeñuelas. Dado que el código que está escrito es bastante complejo para alguien que está empezando de cero, no os voy a hacer una gran descripción de las instrucciones que he escrito (me lo reservo para más adelante, cuando seáis unos pequeños expertos), pero sí que os voy a contar qué tenéis que tocar para que funcione y seáis capacez de trucar el dado. Podéis bajarlo de aquí (obtendréis una carpeta llamada Workspace Dado al descomprimir).

Una vez hayáis bajado el Workspace y le hayáis dicho a Eclipse que ahí es donde tiene que trabajar, el programa se iniciará y os encontraréis con algo como esto:



A la izquierda se encuentra el Package Explorer, que nos sirve para navegar por entre las cosas que tenemos creadas. De hecho, si le dais a la flechita que hay en "Dado" os enseñará un nuevo icono llamado "src" y éste os mostrará "implementacionDado" y, finalmente, éste os mostrará "Dado.java". Esto último se llama Clase. Las Clases en Java son, para que nos entendamos, algo así como moldes. En esta ocasión, yo he creado una clase, un molde, para un dado.
En el centro se encuentra el editor de código y, como podréis ver, tiene cosas escritas. Son las instrucciones para que funcione el programa. Podéis leerlas si gustáis, puesto que están comentadas. Todo aquello que empiece con una doble barra "//blablabla" se escribe en verde y significa que es un comentario. Lo mismo para las cosas que empiezan con "/**blablabla... */" y están resaltadas en azul. Los comentarios se refieren a la línea o líneas que van inmediatamente después y traducen a los humanos lo que éstas mandan que se haga.
Arriba del todo se encuentran dos barras: la de herramientas y bajo ella una barra que contiene una serie de iconos. De momento el único que utilizaremos será el que parece un play, esto es, el icono del círculo verde con un triángulo en su interior. Servirá para que el código se ejecute.
Por último, abajo del todo, justo donde acaba el editor central, se encuentra la consola. La consola es la ventanita que nos mostrará lo que ocurre cuando ejecuta el código. Si está bien implementado, mostrará lo que le hemos pedido. Si no... bueno, sino pasaría otra cosa, pero el código funciona, así que ya comentaremos otro día que sucedería.


Bien, y ahora os voy a enseñar cómo hacer que funcione este cacharro. Veréis, lo único que tenéis que hacerle es darle al botoncito de play y contestar a dos preguntitas. Para contestar a las preguntas tenéis que pinchar en la consola y escribir. Lo que el programa necesita que le suministréis son números (números así: 3, NO así: tres). La primera pregunta os requerirá el número de caras que tiene que tener vuestro dado. La segunda se refiere al número de dados que queréis tirar. Por ejemplo, en la oca, (si mal no recuerdo) creo que se tiran dos dados. Aquí teneís un ejemplo visual de lo que habría salido si yo hubiese tirado un dado de diez caras siete veces:



Y ahora... vamos a trucarlo :D

Sin embargo, my dears, os advierto de que tenéis que ser coherentes. Si queréis trucar un dado, tenéis que tener en cuenta de cuántas caras va a ser y cuál es el resultado que queréis que salga. Si lo que buscáis es, ajem, putear a alguien... pues, obviamente, querréis que siempre le salga el número más bajo. Y el número más bajo de un dado es el 1, no el cero, que os conozco. Si lo que queréis es favoreceros con una tirada perfecta, pues lo mismo pero al revés. El máximo número que podrá salir será el máximo de caras que tenga. Pero bueno, que me estoy enrrollando, ¿qué tenéis que tocar? ÚNICAMENTE ESTO, LO QUE OS HE PUESTO AQUÍ EN ROJO:

private static int generaNumeroAleatorio(int unNumero ) {
/*Generamos un número aleatorio cuyo máximo valor se corresponda con el parámetro recibido y le pedimos que se quede sólo con la parte entera.*/
       double f=Math.random()*(unNumero+1);
        int a=(int)f;
        //Evaluamos si el número generado es cero. De ser así lo cambia.
        while(a==0){
            f=Math.random()*(unNumero+1);
            a=(int)f;
        }
        return a;
    }



Bien, lo que está en rojo es una condición a evaluar. Ahora mismo significa que, cuando el programa genere un número aleatorio y éste resulte ser un cero, que lo descarte y saque otro número aleatorio (los dados no tienen cero). Pero podéis decirle que, mientras que el número que se haya generado no sea el que vosotros queréis, vuelva a generar otro número. ¿Cómo se escribe esto en Java? Así:

a!=6 Esto significa que mientras el número que se saque sea diferente de seis, vuelva a generar otro número.
a!=10 Esto significa lo mismo pero poniéndole en vez de un seis un diez.
a!=1 Y, esto último, exactamente lo mismo pero con un uno.

Es decir, que tenéis que poner a!= seguido del número que queráis sacar. ¿Fácil, verdad? Por cierto, por si no encontráis dónde está situada esa parte del código, os diré que está en la línea 42, más o menos en la mitad.

Bueno y para terminar, comentaros que hay infinidad de maneras de trucar un dado. Nosotros lo hemos hecho para que nos salga un sólo número todo el rato... pero claro, si tirasemos muchos dados sería fácil que nos descubrieran, ¿no? Por ello también podemos pedirle al programa que descarte siempre los unos, o que sólo saque los números de un determinado intervalo, o etc, etc... todo lo que esas retorcidas cabecitas vuestras puedan pensar. Y eso es todo, ahora os toca a vosotros. ¡Manipulad el dado y sentíos los dueños del universo!

21/2/11

Overflow



¿Y qué hacer cuando no sabes de qué color tendrá el pelo? Cuando desconoces si será rojo como una bocanada de fuego, rubio como una cortina de luz, negro como los días cerrados del invierno o marrón como la corteza nudosa de los árboles. ¿Qué hacer cuando no sabes que aspecto presentará su tez? Si ésta será palida, si sus mejillas estarán siempre coloreadas o no, si nació tiznado del color del chocolate. ¿Y sus facciones? ¿Y su mirada? ¿Cómo saber si su rostro lo compondran formas suaves, redondeadas, angulosas, afiladas..? ¿Y qué hacer con sus ojos si reflejan ecualipto, menta, agua de mar o una sombra de pedernal grisáceo? ¿Cómo intuir una espalda ancha, unos hombros recios, unos brazos delicadamente sombreados por músculos que comienzan a despertar? ¿Cómo buscar entre los pliegues de su ropa el color, la textura, el corte, la caída? ¿Dónde encontrar las sutilezas de cada gesto, de cada palabra, de cada parpadeo, de cada movimiento...?

Las únicas pistas son pequeñas migajas de información que parecen haberse desprendido por cuestión de puro azar de la gran barra de pan a la que pertenecen.

Imaginación, maldita seas.

10/1/11

Don't ever look back [AlmaxKanda FanFic]

Puede contener SPOILERS del manga, concretamente del capítulo 190 en adelante. No se trata de nada que pueda arruinar el argumento de la obra, pero se mencionan personajes que pueden ser desconocidos para quienes no sigan la historia del manga.
Hay leves insinuaciones de YAOI. Leed bajo vuestra propia responsabilidad. 

Lectura de derecha a izquierda y de arriba hacia abajo.

Tenía los ojos abiertos, brazos y piernas intactos, y estaba tan alerta y preparado como siempre. Me sentía relajado y tranquilo, y en aquel lugar había espacio suficiente para maniobrar. Definitivamente, aquello parecía uno de los campos de entrenamiento, y quizá así lo fuera, pero nunca lo llegué a dilucidar, porque, pese a todo, ni mis ojos lo vieron, ni mis brazos lo detuvieron, ni mis piernas me permitieron esquivarlo.
Desperté violentamente tras un buen rodillazo por parte de mi compañero de cama, con lágrimas en los ojos y el espasmódico movimiento para recuperar la posición fetal ya iniciado. Me abracé con fuerza la barriga mientras gritaba sin miramientos en lo más profundo de mi cerebro todas las maldiciones que se me ocurrían. Dolía como si me hubieran embestido con un ariete a toda velocidad, qué golpe más bruto. El líquido que se había agolpado en mis lacrimales me empezaba a escocer, así que entreabrí los ojos para poder parpadear y dejar que las lágrimas se derramaran y fueran a parar a las sábanas o a la almohada o a donde quiera que les diera por caer. Quizás con toda aquella actuación sólo estaba esperando a que él hablase y sacase a pasear esa particular forma suya de ser para poder devolverle el golpe y quedarme tan a gusto, pero no lo hizo. No lo hizo porque estaba dormido y yo pude verlo a través de mis ojos entreabiertos y húmedos.

Era la primera vez que le veía dormir. Era la primera vez que le veía actuando en consonancia con sus sueños y viviendo en aquel otro mundo al que nos decían que teníamos que ir todas las noches… o al que íbamos por fuerza todas las veces que acabábamos a golpes. El mundo al que llegábamos cuando, durante la sincronización, nos quedábamos inconscientes. En un acto reflejo agité la cabeza de lado a lado para sacudirme aquel último pensamiento; justo en este momento no me apetecía ponerme a recordar las sesiones de sincronización. La reminiscencia de ese dolor hizo que el daño provocado por el rodillazo se disipara en una especie de neblina cálida, como un pequeño torrente de sol.
La verdad era que nunca antes había visto a Yū tan… indefenso no era la palabra, pero tampoco lo era tranquilo porque hasta en sueños era capaz de pegarme y no dejar de moverse de un lado a otro. Yo ya estaba acostumbrado a que se revolviera sobre sí mismo y sobre mí mismo también, pero si continuaba incrementando la violencia de sus giros y vueltas, al final un día terminaría por separar las camillas sobre las que descansábamos. El papel que mediaba entre el plástico blanco y su cuerpo ya estaba totalmente arrugado. El mío no lo estaba tanto, pero me apresuré a alisarlo con el brazo. Era un poco incómodo dormir sobre un gurruño de arrugas.
Mientras rehacía mi trozo de cama, utilizando ahora las dos palmas para estirar mejor la tela de la camilla bajo mi cuerpo, me detuve apenas un momento para contemplar a mi compañero. Llevaba un rato quieto y no pude evitar achacarlo a un estado de coma. No era la primera vez que Yū entraba en coma y no me preocupaba demasiado, pero de todas formas quería avisar a alguien si así fuera. Quizás después me fuera directamente a la sala matriz a darles a todos los buenos días. Igual…

Durante un rato me olvidé de mi tarea. Apoyando el codo sobre la tela que cubría el fino colchón de plástico, me dediqué a observar con atención al muchacho que dormía. Yū Kanda era un niño alto de nueve años de edad. Su cuerpo era largo y delgado, como una espiga, y los músculos poco a poco comenzaban a dibujarse con impecable delicadeza sobre él. Todavía llevaba puestos los pequeños pantalones oscuros que se le ceñían bajo el ombligo y que le cubrían hasta las rodillas. El pecho estaba desnudo y yo podía fijarme en el detalle normalmente imperceptible de su respiración sobre el diafragma. Subía y bajaba con pesada lentitud, como si le costase cada bocanada de aire que se llevaba a los pulmones. Las gotas de sudor comenzaron a agolparse en sus hombros y en el nacimiento de su pecho, así que decidí incorporarme con un movimiento rápido para examinarle mejor. Me quedé allí sentado, a tan solo dos palmos del calor que irradiaba su cuerpo. 


Me sorprendió ver lo mucho que cambiaba mi perspectiva cuando observaba al chico desde arriba. Ahora podía ver bien la expresión de su rostro. Tenía las cejas curvadas, fruncidas en una mueca extraña que hacía juego con el gesto de su boca. Parecía estar apretando los dientes con fuerza; rabia, sorpresa, anhelo, desde luego yo no sabía que podría estar pasando en su cabeza. Pese a todo, Yū conservaba ese aire de indiferencia y frío en las facciones, como si alguien se lo hubiera cincelado para siempre en aquel semblante que todavía no se había desprendido de la suavidad de las curvas redondeadas de la niñez. Las gotas de sudor le bajaban por las sienes mojando su pelo oscuro. Su melena, que apenas le llegaba a los hombros, caía totalmente lisa y estaba poblada de mechones desiguales que empezaban a crecer con ímpetu, pero a mí lo que más me gustaba, sin duda, era el color. Su color era la última tonalidad de negro que podía alcanzar la cromática en la genética humana, más oscuro que la más oscura de las sombras. A veces, cuando la luz se reflejaba en su cabello, el brillo engañaba la visión titilando en forma de reflejo azul. Muchas de las ocasiones en las que nos habíamos peleado había terminado con un par de morados más por haber distraído mi atención creyendo haber atisbado uno de esos destellos índigo.

En ese preciso instante, sentí un acuciante deseo tirar de mis entrañas con fuerza. Una apremiante necesidad por memorizar el tacto de aquellas hebras que mi compañero parecía haberle robado a la noche. Me dejé llevar por la impulsividad y estiré mi mano hacia la altura de su frente. Fue entonces cuando Yū estrujó la sábana, convirtiendo repentinamente sus manos en sendos puños que atrapaban una agonizante tela.

Después, todo sucedió muy deprisa. Sin darme tiempo a pensar, mi cuerpo se movió como accionado por un resorte, huyendo hacia mi lado de la cama con un solo movimiento acelerado. Logré escurrir las piernas bajo mi propia sábana y taparme a toda velocidad con ella, arrebujándome muy disimuladamente de espaldas a él sobre mi lecho. Cerré los ojos con fuerza, pero luego recordé que sería mejor relajarlos y aparentar que acababa de despertarme. Le oí susurrar algo entre dientes, y, bastante acobardado, comencé a hacer ver como que me desperezaba. Tampoco quería forzar demasiado mi interpretación, si me descubría sería malo. Se convencería equivocadamente de que era un acosador y entonces quizás tuviese que volver a dormir yo solo. No quería volver a dormir solo. Restregué los ojos con la mejor actuación que supe llevar a cabo y pronuncié las primeras palabras que se me vinieron a la mente.

-Te estabas moviendo mucho otra vez mientras dormías.

Por lo que podía espiar a través de los nudillos de mi mano casi podría haber jurado que le pillaba desprevenido. Sin embargo, fue totalmente al revés. Es decir, fue él quien me pilló desprevenido a mí. Absolutamente, además. Todos los músculos de mi rostro entraron en tensión.

-Lo siento. ¿Te he despertado?

Le miré a los ojos. No estaba enfadado, pero tenía una expresión que me resultaba muy extraña. Una expresión que le hacía parecer lo que era, un niño pequeño. Un niño pequeño de nueve años, como yo.


No pude evitarlo, dibujé la sonrisa más sincera de toda mi existencia.



______________________________
[Editado]


Anoche, a la intempestiva hora en que publiqué mi entrada, no tuve las fuerzas suficientes para comentar mis impresiones sobre lo escrito, así que, echando mano de la magnífica herramienta de edición, voy a hacerlo ahora.

Después de pasarme un buen rato buscando imágenes que renderizar en las páginas del manga original de D. Gray-man no pude evitar sentir la tentación de seguir leyendo hasta el capítulo 202 tirando del fansub de MangaStream. Y es que de pronto, mientras buscaba por entre las páginas, reviví toda la historia de Kanda que me metí este verano durante los días que pasé en casa de Nini. Fue muy duro resistirme a la tentación, más sabiendo que el equipo de MangaStream trabaja en inglés y que sus scans son de los mejores que hay a día de hoy en estos mundos del fansub, pero tiempo atrás ya decidí que quería disfrutar del manga en papel. Tuve que hacer acopio de toda mi fuerza de voluntad para cerrar la pestañita de aquella página que me prometía adrenalina, emoción y una profusa hemorragia nasal a lo largo de los seis o siete capítulos que me quedaban por leer. Y triunfé, cerré la página y se acabaron las tentaciones malsanas. El problema, queridos y queridas amigas, es que había algo que se había quedado allí conmigo. Algo que quería salir, que quería saber, y que era lo suficientemente fuerte como para impulsarme a escribir. Y a ello me abandoné.

El verdadero empujón me llegó en forma de viñeta, la misma que podéis leer (de derecha a izquierda) al principio de esta entrada. La expresión avergonzada e indefensa de Kanda no tiene precio, así como tampoco lo tiene ese "lo siento", por muy formal que sea, que le dedica a Alma. Después de todo lo que he leído a lo largo de diecinueve tomos, de verdad que jamás pensé que la autora pusiera en su boca semejantes palabras, más teniendo en cuenta que lo que nos había mostrado de él de pequeño era una personalidad calcadita a la que tiene cuando es mayor. Por eso y porque no me hace mucha gracia modificar el argumento de las obras, pensé en ubicar mi narración entre la anterior viñeta, que nos muestra lo que Kanda está soñando (y que no diré para no hacer spoilers), y su súbito despertar en esta.

El peso de la narración recae sobre Alma, que es un niño pequeño con las aspiraciones y deseos de un niño de su edad. Después de lo que se ha mostrado sobre su carácter y personalidad de aquella época yo creo que me ha quedado algo bastante acertado, que no perfecto porque, obviamente, no fui yo quien concibió ese personaje.
En fin, creo que es un texto muy neutro y en el que no manipulo ni retuerzo la personalidad de nuestros chicos (no, esta vez no vais a necesitar hacer uso de la cuerda para colgarme sobre cualquier poste... ¿verdad?), y estoy bastante satisfecha con este "asomar la patita" por el mundo de los Fanfics. Hace muchísimo tiempo que quería iniciarme por estos lares, pero eso de ir dejándolo y dejándolo hace que las historias sobre las que pretendías escribir avancen y lo que tenías en mente dejase de valer. 

En fin, espero que hayáis disfrutado de la lectura, ya que mis perversas y retorcidas intenciones esta vez iban encaminadas hacia ese objetivo final.

23/12/10

Ahora ya pueden empezar las navidades


 Fuck yeah, finally done!

Después de repasar a conciencia al menos un millón de veces el código del programa y sus correspondientes manuales técnico&de usuario (y todas esas cosas que también se adjuntan en los trabajos de un proyecto largo), ya lo he terminado. Sí amigos, sí, me ha costado lo mío abarcar todos los posibles rangos de acción de un ser humano, implementar determinados métodos que no querían funcionar ni a tiros, corregir pequeños errores... incluso recuperar el don de la palabra, que ha sentido una imperiosa y acuciante necesidad de escapar según veía que se acercaba la hora límite de entrega y todavía quedaba algo por hacer; pero descuidad, le he agarrado por la camiseta cuando me ha dado la espalda y firmemente le he dicho "Cariño, te necesito aquí, así que demuestráme esa hombría de la que tantas veces flaqueáis los varones". Y, con mi recién recuperado don para manejar el lenguaje, y las musas que nunca se separan de mí, he logrado terminar y presentar una exquisitez de trabajo. 


Han sido unos días tremendamente ajetreados, días en los que me he quedado en casa y he pasado incontables horas pensando algoritmos. Realmente, transcribirlos al editor y comentarlos no ha sido, ni por asomo, la tarea más ardua. Pero ha sido toda una experiencia ayudar en la decoración de navidad mientras pensaba en combinaciones, arrays bidimensionales, repeticiones, métodos rebeldes y demás monstruitos varios que clamaban domesticación a gritos.

De momento, no voy a colgar el juego ni las instrucciones de uso... puesto que mi simpatiquísimo (y, por qué no decirlo, atractivo ) profe ha establecido una semana más de plazo para que aquellos a quienes no les haya dado tiempo terminar la práctica dispongan de algo más de tiempo para entregarla. Así que para evitar que los astros conjuren en mi contra y les muestren a los rezagados el camino a mi blog gracias a las palabras clave que puedan introducir en google... bueno, hasta que no pase el plazo, no lo voy a hacer público. Que ni yo he sido la primera aspirante a programadora en pensar algo tan básico, ni quiero ningún tipo de problemas con eso de "¡me has copiado el trabajo!, ¡no, has sido tú!, ¡no, tú!".


Y ahora, con vuestro permiso, me retiro para trastear en la configuración de mi tan-olvidada-estos-días vida social.

12/11/10

Next target: Mastermind


-¡Beep! ¡Error! ¡NO compila!
-¡Beep! ¡Error! ¡NO compila! 
(Desperación, golpe)
-¡Beep! ¡Compila! ¡El resultado es el esperado!
Si, hay días que podrían describirse perfectamente así...

El pasado lunes empezamos la tercera y última práctica de mi asignatura cuatrimestral favorita (ejemprogramaciónejem). Muchas, muchísimas veces me he preguntado cuál sería el primer videojuego que programaría... y, aunque no es exactamente un videojuego, ahora ya tengo una respuesta: Mastermind.
La verdad es que casi me caigo de la silla cuando nuestro otro profesor de prácticas (tenemos dos, éste es el especial que solo nos da cuatro clases clave en el curso) nos comentó por encima cómo teníamos que enfocar este proyecto, porque, uhm... cómo decirlo... bueno, el caso es que nunca antes había jugado al Mastermind. Para los que, como yo por aquel entonces, no tengan ni puñetera idea de qué va el juego, podéis informaros aquí y jugarlo aquí.
Después del susto inicial y de unos cuantos ejercicios con matrices y números aleatorios con los que soltarnos, he de decir que estoy emocionada. He leído el guión de la práctica y he empezado a programarlo hasta donde mis conocimientos me han permitido, pero tengo muchas ganas de terminarlo y verlo funcionar de verdad. Y, como me apetece seguir hablando del Mastermind, voy a colgar el primer método del programa porque es muy sencillo y creo que voy a saber explicarlo bien. Este método (en general todos los métodos) hace una determinada función que nosotros hemos programado de antemano. Así, para no tener que estar escribiendo siete veces, por ejemplo, "quiero que eleves al cuadrado el valor de la variable no se cual..." en sintaxis de Java, lo que hacemos es llamar al método "eleva al cuadrado" y decirle sobre qué queremos que lo aplique (normalmente los métodos suelen contener funciones más complicadas). Tachan, lo que antes nos ocupaba veinte líneas ahora sólo nos ocupa una. Ahorramos espacio y el código es mucho más claro y legible.

Método: generaNumeroAleatorio

Los comentarios en Java se escriben mediante doble barra // ó bien barra asterisco-asterisco barra /*-comentario-*/. El código está muy, muy, muy comentado para que sepáis qué significa exactamente cada línea. Cada comentario se refiere a la línea inmediatamente posterior a él (comentario arriba, línea comentada abajo). Los colores los pongo tal y como se asignan en java.

    /*Este método genera un número aleatorio comprendido en el intervalo [1,valoresPosibles]*/
    public static int generaNumeroAleatorio(int valoresPosibles){
                    /*Almacena en una variable llamada "f", un número aleatorio decimal generado entre [0,valoresPosibles]*/
        double f=Math.random()*(valoresPosibles+1);
                    /*Le pedimos que sólo se quede con la parte entera (número sin comas) del número generado.*/
        int a=(int)f;
        /*En las tres líneas siguientes evalúa si el número generado es cero. De ser así lo cambia.*/
        while(a==0){
            f=Math.random()*(valoresPosibles+1);
            a=(int)f;
        }
        /*Una vez nuestros requisitos se cumplan, se devuelve el valor del número generado*/
        return a;
    }


Y eso es todo. Queríamos un número del intervalo cerrado [1, valoresPosibles], así que sólo teníamos que generar números aleatorios y decirle que si generaba un cero lo descartase y volviese a generar otro número aleatorio.


Oh, btw... sólo hay dos lenguas que me resultan tremendamente apasionantes. Puede que la primera ocupe ese lugar privilegiado porque la mayoría de los lenguajes de programación se escriban así, porque sus construcciones idiomáticas resulten apasionantes o porque resulte Descaradamente Genial en labios de Brian Kinney... pero, sea como sea, el inglés es definitivamente la lengua más cool y sexy del mundo. Seguida de cerca, claro está, por el fluido japonés que emana de los labios de Orihara Izaya y compañía...



21/9/10

A Hard Daynight (II)

-ATENCIÓN, las líneas a continuación escritas contienen YAOI-



Hacía tiempo que las ojeras de su rostro se habían acentuado notablemente. Al comenzar la noche sólo eran unas finas líneas grisáceas casi imperceptibles. Ahora, en los últimos minutos de negrura extrema que le quedaban a la noche, aquellas finas líneas habían pasado a convertirse en pequeños surcos. Sus ojos azules estaban cansados, y el color oscuro de esos iris rozaba mi pupila, examinando mi rostro tal como yo estaba haciendo con el suyo. Se le sombreaban las ojeras al hacer contraste con las sábanas claras de la cama.
Las luces de los faros de los coches iluminaban la habitación débilmente de cuando en cuando a través de las cortinas. En aquel momento pasó uno, revelándonos más detalles al uno del otro. El aúreo pelo de Iñigo estaba desordenado y parecía una gran madeja dorada y caótica. Hebras pálidas sobre la almohada que parecían estar reposando a la espera de la mano experta de alguna Penélope que creara un glorioso tapíz. Pero en esa habitación sólo estaba yo. Y mis manos expertas, que ahora temblaban de impaciencia por desempeñar la tarea cuanto antes. Iñigo parpadeó, el momento pasó y la luz del faro desapareció junto con el coche y el ruido de su motor.

El chico callado soportaba mi peso contra su cuerpo sin romper su habitual costumbre silenciosa. Estaba sentado a horcajadas sobre él, apoyándome a la altura de sus caderas sobre mis rodillas, que daban en el colchón, y el nacimiento de sus piernas. Su piel estaba tibia y sus músculos apretados, como globos a punto de reventar. Cuántas veces habría observado sus manos en movimiento, programando, y me habría maravillado. Sus dedos eran largos, ágiles y ligeramente ásperos. Ahora, recorrían el perfil de mis muslos con suavidad, de arriba a abajo, como guiados por los golpes de un metrónomo. Siempre pensé que el secreto estaba en pensar el algoritmo antes de ponerte a programar. Estaba equivocado. Las manos de Iñigo podrían pensar el algoritmo por él y escribirlo siguiendo la secuencia.

El desgarbado cuerpo de mi compañero se incorporó con rapidez, atendiendo al deseo de su propietario y dejándose llevar por un caprichoso impulso momentáneo. Me escurrí hasta dar con el colchón, pero dejé mis piernas bien enredadas en su cintura. Los ojos de Iñigo me observaron con una mirada que no supe descifrar. Contempló mi rostro, mi cuello, mi torso y la parte de mi cuerpo que aún estaba pegada contra el suyo. Pensé, durante un fatídico segundo, que aquello no le convencía. Después, con el corazón todavía rebotando dolorosamente contra mis costillas, sentí sus dientes abriéndose contra mis labios. Me besó con una pasión contenida que sólo había alcanzado a vislumbrar en los efímeros momentos en que se animaba a compartir sus pensamientos con alguien. La expresión desafiante de mis ojos se relajó contra los párpados que se cerraban. Sus manos apretaron mi espalda.

Los labios semiabiertos, los ojos cerrados y los mechones desordenados de pelo rubio sobre su nariz, dibujados como un perfil a contraluz, crearon una imagen que aún hoy conservo grabada a fuego en mis retinas. Una voz rasgada, tan poco propia de él, rompió el silencio.

-Otra vez.

Las comisuras de mi boca dejaron al descubierto mi sonrisa involuntaria. La noche se acababa. Hacía tiempo que los jardines estaban desiertos y que Ana y los demás se habían ido a dormir a sus casas. Nosotros seguíamos despiertos. Y sus ojeras comenzaban a teñirse de un rubor violáceo fruto de su cansancio extremo.

La última, pensé. La última, lo prometo.

Dos días después, cuando la semana volvió a repetir el día que le dedicaba a la luna, Iñigo se durmió en clase. Nunca acerté a adivinar si fue porque él también quiso rendir tributo al satélite, o porque perdió demasiadas horas de sueño en aquel fin de semana de empalmadas. Quizás, por sus sonoros ronquidos que el rasgar de mi lápiz no disimulaba, podría inclinarme por la segunda opción.




____________

Y hasta aquí he llegado, ahora sí que sí. No pensaba haberlo continuado, porque realmente todo era echarle imaginación y seguir las preferencias de vuestra mente... pero ya que me lo mencionasteis, me animé a pensar que ocurriría si en mis manos estuviese (que, de hecho, lo estaba) el destino de ambos personajes. Ahora ya podéis sacaros los ojos o morderos las uñas por un final tan soft, pero, definitivamente, esto ha terminado y no iba a ponerle punto y final con un lemmon (¿que qué es un lemmon? consultadlo aquí). Aún así, me gusta el resultado. Es la primera vez que continúo y doy por cerrado algo, aunque haya sido tan cortito. Me siento satisfecha conmigo misma.

Por cierto, aunque no lo haya mencionado, el nombre del prota es Aitor.

Buenas noches :)

18/9/10

A Hard Daynight

Hoy, mientras esperaba en el descanso entre clase y clase a que empezase la aburrida asignatura de Física (y más después de haber sido testigo de las manitas que tiene mi profesor de programación con el ordenador de la sala magistral...), estaba mirando páginas nada recomendables para cualquier ser humano culto que se precie (no me culpeis a mí, culpad a las malas influencias encarnadas en forma de amigas universitarias). Páginas de chorradas graciosas que se cuelgan en la red, y que, una vez has leído mil, ya tienes la regla para medir todas las demás. Sin embargo, ahí estábamos las tres, leyendo anécdotas como tres bobas intentando no pensar en la fatídica clase de hora y media que se nos venía encima en tan sólo unos minutos. Joder, chaval, quién pensaría que leyendo una puta frase me viniera de repente la inspiración. Ha sido una simple y miserable frase, sin gracia y sin nada, pero se me ha iluminado la bombilla. Y en cuanto he llegado a casa y me he relajado, me he puesto a escribirla. Al final... éste ha sido el resultado.




Era una noche oscura, sin estrellas, pero con una farolas tan brillantes que me hacían pensar que caminar de noche era incluso más seguro que caminar de día bajo la luz del astro rey. Estaba solo, sacando dinero de un cajero automático y no sentía el habitual nerviosismo ante la posibilidad de un atraco a aquellas intempestivas horas de riesgo.
La calle estaba atestada de gente, de jóvenes como nosotros que habían salido a divertirse mientras durase el dominio de la madre luna. Se respiraba un ambiente inmejorable, como si todos nosotros nos hubiésemos puesto de acuerdo y firmado un alto el fuego temporal. Mientras recogía el dinero, un par de chicas de grandes sonrisas me saludaron como quien saluda a un camarada, a alguien que no conoces de nada pero que lucha a tu lado. Les devolví mi mejor sonrisa y me largué de allí rapidamente.

No me malintrepretéis, si me marché tan deprisa fue por una buena razón. Una muy buena razón que tenía nombre y apellidos, y que, además, me esperaba sentado sobre el césped en el que nos habíamos sentado a beber y pasar la noche.
En mi apasionado intento por robarle unos segundos más a ese espacio de tiempo en que nuestras vidas convergían, casi me tropecé dos veces corriendo por las aceras de Madrid. Sentí el aire descolocarme el pelo, las suelas de las zapatillas duras contra mis pies y el pecho tan hinchado que, una vez más, volví a sentir la inmensa satisfacción de poder ser yo mismo, y de saber que seguiría siéndolo durante mucho tiempo más. Tanto como durase mi vida.

Después de una revitalizadora carrera, por fin llegué hasta los jardines desde donde podía ver al humilde grupito que formábamos entre todos. Todos universitarios, levantados hasta las tantas, bebiendo los sabores que queríamos paladear y charlando de cosas tan variadas como disparatadas. Tan sólo él y yo compartíamos carreras, los demás abarcaban tantas ramas del saber como deseos hay en el corazón humano. Un sociólogo, una matemática, un psicólogo, una química y dos informáticos. Numeros pares, sobre los que Ana, Iñigo y yo bromeábamos. Pasar las noches junto a ellos era genial.

El pelo de Iñigo se oscurecía al amparo de las grandes sombras que proyectaban los árboles. Era rubio, con una pequeña melena que le tapaba las orejas y que siempre estaba como si acabara de salir de arreglarse. Tenía el cabello lacio y suave, con un poco de volumen y mechones que al brillar parecían hilo dorado. Sus silencios eran enigmáticos, como salidos de un mundo paralelo en el que podrías comunicarte con los demás sin necesidad de intercambiar una sola palabra. Iñigo era así, capaz de revelar mucha más información estando callado que con cuatro frases aleatorias que versaran sobre un tema concreto. Sin embargo, oírle hablar también era una delicia.
El estrecho vaquero que se ceñía sobre la parte inferior de su cuerpo, sus zapatillas negras de lengüeta caída y aquella camiseta roja con la famosa frase estampada, a pesar de ser simples componentes de su configuración física, me atraían enormemente. La hierba que estaba a su lado invitaba a tumbarse, su vaso a beber sin reparos, y sus labios a escuchar una y otra, y otra vez lo que quiera que saliese, o no, de ellos. En ese momento conversaba con Ana, cubata en mano, sobre puertas lógicas y circuitos. A ella le apasionaba, aunque su gran amor siempre serían las matemáticas puras. Yo estaba maravillado con su discurso, porque su cerebro parecía ser más bien un estupendo tamíz en el que sólo se recogían y almacenaban las pepitas de oro que se camuflaban entre toda la arena que transportaba la corriente. Estaba tan absorto en su disertación que me olvidé de la enfermiza obsesión que llevaba instalada en mi cabeza todo lo que llevábamos de noche.

Iñigo me gustaba de una manera que no podría describir jamás con mi limitado vocabulario. No era amor romántico, no era el tipo de amor que le profesas a una amistad o pariente. No era obsesión o fanatismo, ni creencia o fe. No era admiración; iba mucho más lejos, abarcaba mucho más territorio. Puede que fuese una mezlca de todo y mucho más, o puede que no fuese nada de nada, nada de lo que yo pudiese describir hoy por hoy. Era el sentimiento de haberse enamorado de una forma de pensar y de enfrentar la vida. Estar de acuerdo, querer aprender, empaparse en sus ideas y sentir como van dando forma a todos aquellos cabos sueltos que dejaste porque todavía no sabías cómo definirlos.
No era homosexual y sí lo era, porque Iñigo era un hombre y yo también lo era. Y yo me había enamorado de él y a la vez no lo había hecho. Y no estaba confuso, porque mi cabeza estaba muy bien amueblada y entendía perfectamente la conclusión lógica de mi pensamiento. Me sentía pletórico. Alegre. Vivo.

Nuria, Alejandro y Sergio soltaron una gran carcajada desde el otro lado del círculo. Ana dirigió su mirada hacia su mejor amiga y pidió que repitieran el chiste. Se arrastró sobre la hierba y se sentó en el regazo de Alejandro. Iñigo también se arrastró hacia mi lado, rellenando el hueco que había dejado nuestra amiga, y la tela de su pantalón se deslizó sobre la hierba mojada hasta que su pierna chocó contra mi rodilla. En ese momento, me obsequió con una de esas frases que dedicaba exclusivamente a un único usuario.

-Llevas toda la noche muy tranquilo.

No sé por qué lo hice, sólo sé que fue un impulso irrefrenable. O quizás es que su forma de enfrentarse a la vida estaba empezando a calar hondo en mí. El caso es que no supe expresar de otro modo la forma tan extrema que habían adoptado mis sentimientos. Aquella me pareció una excelente comparación cuando la pensé, dos segundos antes de darle paso de forma sonora a través de mi garganta.

-Quizás parezca estar tranquilo, pero en mi cabeza ya te he follado tres veces.

Iñigo se envaró, todos los músculos que estaban en contacto conmigo entraron en tensión. Miró al cielo, esbozó un amago de sonrisa y volvió a la rutina de enigmáticos silencios.

6/9/10

Crónicas de la vida de un foro: Personajes (I)

Y después de un largo y productivo verano forero... volvemos al ataque. En esta ocasión os voy a hablar de una de las cosas más importantes del universo forero que tenemos montado y esparcido por la web: los personajes. Y es que, ah... qué sería de la trama sin nosotros, los personajes.
Como somos bastantes las personas que posteamos y algunas manejan/manejamos (de forma temporal o no) varios personajes a la vez, haré grupos atendiendo a los criterios que me parezcan más oportunos. Voy a empezar por los que son más obvios y más fáciles de meter los unos con los otros. Si es la primera entrada de este tipo que leeis... os recomiendo que le echéis un vistazo a las demás antes de comenzar con esta, las podéis encontrar en los enlaces bajo el apartado "Crónicas de la vida de un foro" o mediante la etiqueta "Sectilla forera".

¡Y ahora a leer!


EL CLAN DE LOS MIYASAKI

Como el apartado de historias personales va en otra sección distinta, voy a hacer un breve resumen para que os situéis un poquito.

El clan de los Miyasaki es una poderosa y antigua familia cuyos miembros se dedican a salvaguardar la integridad de ciertas personas con "características especiales". Los secretos, técnicas, poderes y maldiciones que se esconden tras la tradición de este clan están empezando a aflorar entre sus miembros más jóvenes.

Integrantes (por orden de aparición):


Miyasaki Sora.
18 años.
(Personaje principal)


Sora es el miembro más jóven conocido hasta el momento dentro del clan de los Miyasaki. Fue enviada al instituto con el único objetivo de proteger la integridad de una de esas personas con características especiales, recientemente detectada en aquel lugar. Sin embargo, y a pesar de las buenas condiciones en las que Sora logró integrarse en la vida normal de los estudiantes (llegando a ser nombrada delegada del curso), los acontecimientos que el destino tenía preparados para ella no se hicieron esperar. Al frente de la conspiración que se gestaba en el seno de la institución estaba su desaparecido hermano Kotaro...

Miyasaki Sora es una joven de ojos azules y cabello largo y negro. No destaca por su estatura, que permanece dentro de la media de las féminas de su edad, ni por ser una persona excesivamente extrovertida. Su rostro permanece serio la mayor parte del tiempo, y muchos podrían pensar a simple vista que se trata de una "aguafiestas", pero en el fondo es una chica jovial y alegre que se abre a aquellas personas que considera sus amigos.
Maneja la espada para defenderse, pero cuenta con los poderes de su clan. En la medida de lo posible, evita utilizarlos, pues acortan significativamente su vida. Este arma de doble filo le permite incrementar su habilidad manejando la espada y le otorga la capacidad de curar cualquier tipo de herida. A cambio, debe pagar el precio de sufrir en su propia piel todo aquello que ha eliminado.


Miyasaki Kotaro. 28 años (apróx.)
(Personaje secundario)


Tras el incidente ocurrido ya tres años atrás, Kotaro ha regresado al lado de su hermana, libre por fin de las cadenas de la locura y el control del experto marionetista de los Cazadores Oscuros. Actualmente trabaja como profesor en el mismo instituto al que acude Sora, y dado que quiere velar por la seguridad de su hermana siempre termina embarcándose en las aventuras en las que se ven enredados los chavales de este peculiar lugar.

Kotaro es un hombre alto, de pelo negro, ojos carmesí y expresión pensativa y despistada. Desenfadado, tímido y amable, este chico posee una gran paciencia y un caracter de miedo cuando ésta se le acaba.
Posee las mismas habilidades y poderes que su hermana, pero él ya ha terminado de desarrollar todas ellas, motivo por el cual sus ojos han adoptado permanentemente ese llamativo color. Además, Kotaro posee una gran capacidad intelectual, por lo que no es extraño que desarrolle extraños artilugios e inventos que sirven para todo tipo de situaciones peligrosas.


Tsukiyomi Ikuto. 19 años.
(Personaje secundario)


Lo primero que hay que saber de este joven es que NO es un verdadero miembro del clan, cosa que se hace patente por su diferente apellido, sin embargo posee sus habilidades. Gracias a su sangre, diferente a la del resto de las personas del clan, él no siente los efectos negativos cada vez que utiliza sus habilidades.
Este joven tiene el pelo y los ojos azules, busca siempre su propio beneficio y le encanta molestar a Sora, ya que son amigos de la infancia. Es honesto y directo, un buen estratega y no se rinde hasta conseguir sus objetivos.





Y estos tres personajes son manejados por nuestra querida user Mely.

¡Hasta la próxima!

30/7/10

Las cosas que no vieron la luz en su momento

Hace un par de meses me dio por dibujar. Son de ese tipo de cosas que sólo te da por hacer cuanto estas de exámenes y tienes que estudiar como un cabrón, sentarte a hincar los codos y llenarte la cabeza de palabras y palabras que van perdiendo su coherencia a medida que las horas van escurriéndose por el segundero del reloj. Bueno, pues se convirtió en una verdadera obsesión, porque no contenta con haber hecho un par de dibujos a mano, decidí hacer además un bonito coloreado digital. Claro, el problema se presenta cuando... no sabes cómo colorear digitalmente. Pues ahí que me lancé, con un par. Me arremangé hasta los codos y me dediqué a mirar tutoriales de Linearts y posterior coloreado. Sin duda, alguna vez repetiré, pero por el momento no he vuelto a sufrir ningún irrefrenable arranque de empuñar el portaminas.

Bueno, el caso es que los dibujos representan a un par de personajes del foro (Shinichi&Yoru), aunque es bastante obvio en quiénes están basados. Creo que al final me quedó mejor el de Jöel que el mío propio, lo cual me... disgusta. ¡YO soy más cool! >.<

Bueno... no tengo mucho más que decir, así que ahí os los dejo para que les echeis un vistazo. Ya sabéis: CLICK para agrandar (un dibujo en tamaño original es un dibujo feliz :D)










3/7/10

Fool



Aquella mañana no se había despertado sola. Unas suaves ondas pelirrojas se balanceaban en el borde de la almohada, menos definidas que la noche anterior y ya apenas pronunciadas, como si ellas también estuvieran dormidas. La figura de su acompañante le daba la espalda, encogida y agarrada a un pequeño trocito de la tela que sobraba en el colchón. Un rápido vistazo al lugar sobre el que yacían le hizo darse cuenta de que en algún momento de la noche habían terminado por arrancar las sábanas. El colchón estaba tan desnudo como ellas.

Se sentó y agradeció haber olvidado bajar la persiana, cerrar las cortinas. Tenía un hermoso ventanal por el que la luz se colaba a raudales y el paisaje matutino le daba los buenos días. Sabía que en el edificio de enfrente vivía una anciana con su marido.

La joven que aún dormía se movió, buscando una posición más cómoda en sueños. Lucía podía contemplar ahora su desnudez sin perder detalle. Había dejado dos huellas en su cuerpo, una en el cuello, otra en el nacimiento de su pecho. Pequeñas y discretas, las dos manchas violáceas hicieron que su estómago pegase un vuelco, propagando una sensación abrasadora por el interior de su vientre. A veces se preguntaba si sus venas transportarían pólvora en lugar de sangre. Quiso acariciarla, despertarla con un beso, recrear el escenario que había tenido lugar unas pocas horas antes, pero algo le impidió adelantar esa mano que iniciaría el primer paso.


No era la primera vez que se sentía dividida. No era la primera vez que se sentía confusa, angustiada, triste y dolida; alegre, exultante, preciosa y querida. Sobre cualquier sentimiento, la calidez de este último abrazaba su corazón con fuerza, pero también la atormentaba. Sabía que se estaba enamorando de una chica.


Se puso en pie de un salto y el colchón botó ligeramente debido a la fuerza con la que había intentando sacudir ese último pensamiento. No le costaba admitir que se acostaba con chicas, pero sí que se enamoraba de ellas. El sexo, la lujuria y la pasión eran cosas mucho más justificables que los sentimientos profundos del corazón.


El problema era que Patricia le gustaba mucho. Le encantaba su melena rojiza, las ondas como pequeños caracoles que se formaban en las puntas, el color del fuego. Sus ojos, verdes como las hojas de eucalipto, y sus hombros, pequeños y suaves. Su piel, tan sensible a sus roces disimulados… Pero si había algo que le gustaba de verdad era su sonrisa. El fruto de una mente despreocupada, abierta y libre. Su modo de enfrentar la vida, siempre tan firme y decidida, siempre dispuesta a luchar. Una auténtica guerrera. Patricia era lo que todas ellas deberían haber sido desde el principio, lo que sus padres deberían haberles inculcado en lugar de toda la mierda homófoba y sexista que había quemado sus neuronas como el peor de los ácidos.


-Lucía…


El susurro adormilado de la chica la sacó de sus pensamientos. Se giró levemente y vislumbró su figura sobre el lío de sábanas. Oyó la palmada que ella dio en el colchón, que sonó casi como una caricia demasiado apasionada e indecente. En ese momento, Lucía dejó atrás los rescoldos de la moral que sus padres y sus abuelos le habían legado. Como quien se deshace de los restos de pintalabios con el dorso de la mano, Lucía se plantó. Si la raza de los hombres podía maltratar a las mujeres impunemente, utilizarlas, engañarlas, traicionarlas, violarlas salvajemente, pegarlas, venderlas, traficar con sus cuerpos, encadenarlas a la ignorancia, mutilarlas, amenazarlas e incluso llegar a asesinarlas, ella se había ganado todo el derecho del mundo a amarlas.


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Hoy, sábado día 3 de julio, iremos a celebrar el Día del Orgullo LGTB, más conocido como Día del Orgullo Gay. Por eso me apetecía colgar algo que tuviera que ver con el tema, pero como tengo demasiado explotados los discursos fervorosos exalta masas, he decidido desahogarme un poco a través de este pequeño relato.

Disfrutad del día... cuando empiece para vosotros, claro.