29/8/09

Recuerdos I



Vagamente

El espeso follaje clareaba en la oscuridad al compás de la suave brisa nocturna. Las hojas ondeaban en sus ramas permitiendo que la luz de la luna pincelara sus formas intermitentemente. Un viejo búho se rebullía en su plumaje castaño con movimientos espasmódicos
La sombra desencadenó una violenta ráfaga de aire. Algunas hojas cayeron. El animal sacó la cabeza y se estiró. Sus enormes ojos escudriñaron el terreno.
Nada.
La sombra ya estaba lejos.




-¡Sanagawa!

Un corpulento hombre avanzaba hacia él agitando una espada de bambú. Tenía unas enormes manchas de sudor alrededor de las axilas y la cabeza rapada. Se movía con rapidez pese a su tamaño y parecía estar de muy mal humor.

-Mocoso de mierda... ¡Ven aquí!

De los niños que practicaban allí, sólo uno permanecía quieto. Tenía la mirada perdida y sujetaba una espada de bambú mucho más pequeña al hombro. El hombre estrujó su minúsculo hombro con violencia y le obligó a girar. La espada se le resbaló y golpeó sus dedos.

-Te lo tienes muy creído, ¿verdad? -Apuntó con un dedo regordete al pecho del niño. Se había encorvado ligeramente para quedar a la misma altura-. ¡Conmigo no, Sanagawa! ¡Conmigo no!

La presión en las costillas causada por los golpecitos del dedo comenzó a doler. El pequeño agarró la muñeca, como pudo, del que parecía ser su instructor. El hombre le miró con cara de asombro.

-¿Qué crees que haces? -Inquirió con una mezcla de repulsa y estupefacción.

Por primera vez en lo que llevaba con aquella nueva camada de cachorros pudo ver los ojos de aquel niño. Estaba seguro de que habría rabia por aquella humillación pública, y, tal vez, incluso una mueca de ira en su rostro.
No podía estar más equivocado. Tuvo que parpadear un par de veces antes de convencerse de que no era una alucinación.
La mirada del niño no reflejaba nada.
Normalmente no era esa la reacción que provocaba en sus alumnos.
Tuvo un escalofrío.





La sombra perdió velocidad. Fue frenando hasta encontrar un árbol sobre el que apoyarse sin ser visto. Rozaba la linde del bosque.
Una segunda sombra se le unió poco después. Intercambiaron un par de gestos. El recién llegado le lanzó una gorra negra y unas manos se adivinaron en la oscuridad. En reposo, ambas figuras se perfilaban en la noche. Dos hombres jóvenes se miraban el uno al otro. Uno de ellos sonreía.

-Deberías cortarte el pelo.

El de la sonrisa, a pesar del comentario, no dejaba de observar con atención a su compañero. Éste, ignorándole por completo, se recogió el pelo, bastante largo para un varón, junto con un par de mechones que le caían al frente y lo ocultó todo bajo la gorra. No era la primera vez que lo hacía.


- ...

Cruzaron una larga y silenciosa mirada. El muchacho de la gorra movió la cabeza y señaló algún punto fuera del límite del bosque. El otro se encogió de hombros.

-Es una distancia muy larga sin nada que nos cubra, ¿quieres que te lleve a hombros?

El hombre acentuó la sonrisa y su compañero levantó la visera de la gorra para dirigirse mejor a él.

-Cierra la boca.




Por la entrada trasera de la construcción principal, la cual se utilizaba para hospedar a los instructores y, en general, a los adultos encargados de sostener el entramado de la organización, serpenteaba un camino de tierra. Al final del desigual surco marrón, lejos de las luces y la modesta muralla, se alzaba una cabaña de madera que apenas contaba con un par de ventanas. Dentro se agolpaban numerosas literas desvencijadas que chirriaban al apoyar un poco de peso sobre ellas. La ropa de cama se limitaba a sábanas viejas y mantas raídas.

En una esquina, alejado del suave resplandor que se precipitaba sobre el suelo a través de las ventanas, se encontraba agazapado un chiquillo. Tenía las rodillas apoyadas a la altura del pecho y las manos descansando sobre éstas. La cabeza se le resbalaba cuando perdía la consciencia debido al sueño, pero intentaba no quedarse dormido esa noche. Él sabía por qué.

Fuera del destartalado inmueble, un niño algo mayor observaba la puerta no muy convencido. Su tarea era sencilla, pero bastante desagradable.

El pequeño suspiró pesadamente y avanzó los pasos que le quedaban.

La espada de bambú que arrastraba levantó algo de polvo por el suelo.




En las afueras del pueblo se encontraba asentada la casa -si es que a esa monstruosa construcción se le podía llamar así- del terrateniente. El espeso bosque estaba situado en la parte trasera de la mansión, en una pequeña hondonada desde la cual se veía el valle.


Los jóvenes abandonaron la protección de los árboles.

Como no disponían de mucho tiempo y no pretendían dejar que los que estaban de guardia dieran la voz de alarma,
dejaron de ser un par de manchas en la oscuridad y se convirtieron en borrones sobre el camino.
Pronto estuvieron dentro. Shinet se encargó de abrirle paso a su compañero.
Sólo había una regla: cuantos menos cadáveres mejor.
Sortearon a los hombres que montaban guardia en el patio deslizándose por el tejado y saltando a un enorme árbol que crecía junto a las ventanas del edificio.

-Menudo fallo -Susurró el mayor mientras se agazapaba entre las hojas-. Mira que plantarlo justamente aquí... -Arrugó la nariz y volvió a dibujar una sonrisa traviesa-. La próxima vez haz el favor de no aceptar encargos para principiantes.

El de la gorra ni siquiera se inmutó, pero Shinet ya estaba acostumbrado a sus silencios. Siguió trepando detrás de él.

-Es aquí -Murmuró secamente el menor tras quedar frente a una terraza con las puertas de cristal ligeramente abiertas.

-Vaya, empezaba a pensar que te había comido la lengua el gato.

Shinet alcanzó la rama e intentó ponerse en pie. Caminó despacio y con paso firme hasta dar un salto y colgarse del balcón sin un sólo ruido. El otro le siguió.
Shinet colocó una mano sobre la abertura y asió firmemente la puerta corrediza. Después le dedicó una mirada divertida a su compañero. En sus ojos brillaba la excitación.

-Todo tuyo, Shinichi.

Entraron.




La puerta se abrió con un crujido. El niño de la espada de bambú se felicitó interiormente por aquel ruido. Con un poco de suerte su visita no se prolongaría mucho tiempo.
Avanzó por el estrecho pasillo entre las literas hasta dar con la esquina en la que se encontraba el novato.
El polvo acumulado y la tierra le mancharon los calcetines blancos. Hizo una mueca y enfocó sus ojos en el bulto que respiraba acompasadamente sobre aquella repugnante superficie.
Durante un par de minutos no sucedió nada. Después, el pequeño dio un respingo.
Shinet atrapó su mirada confusa y sintió lástima; al final iba a tener que llevar a cabo el castigo. El pequeño alumno había sido atrapado durmiendo.

Alzó la espada de bambú sin movimientos bruscos, con la esperanza de no tener que recrear de nuevo la escena en la que el niño se cubría y él debía golpear de todas formas. Inconscientemente, su mente también esperaba un sonido lastimero que, sin embargo, fue remplazado por un rugido.

-¡Hazlo ya!

La espada se mantuvo congelada en alto.

-¿Qué?

Su mirada chocó contra la impotencia y la rabia de los ojos del niño.

-¿Qué has dicho?

El pequeño se levantó del suelo y mantuvo la distancia inicial. A pesar de la diferencia de edad, el niño le llegaba a la altura de los hombros.

-Pégame de una vez y termina rápido para que pueda seguir durmiendo.

Shinet alzó una ceja, incrédulo.

-¿Eres consciente de lo que acabas de decir, mocoso? -Apuntó al pecho del niño con un dedo- Ahora mismo podría ir a contarselo a tu superior y hacer que este castigo parezcan cosquillas en comparación con el que se te pondría.

-No hagas eso -Repuso con tranquilidad.

Shinet se alegró de que hubiera entrado en razón. La mayoría de veces el miedo era el mejor aliado con el que podía contar para no tener que volver a repetir su trabajo en los mismos niños.

-Callar y obedecer. Esa es la norma chaval, que no se te olvide.

El pequeño retiró el dedo que rozaba su pecho y volvió a clavar sus ojos fríos en Shinet.

-Te he dicho que no hagas eso. No me toques.

Aquello le descolocó por completo.
Debido al desconcierto la espada resbaló de entre sus dedos y fue a parar al suelo. Cayó con un golpe seco, removiendo la arenilla acumulada sobre los tablones de madera. El novato se agachó y la recogió. Después se la tendió sin palabras. Cada vez que abría la boca daba la impresión de que le costaba articular más de dos frases seguidas. De que le fastidiaba...

-¿Cómo te llamas? - Preguntó interesado.

-Sanagawa... -Titubeó un poco y desvió la mirada. Con los ojos enfocados en algún rincón de la habitación a oscuras continuó- Shinichi.

Shinet esbozó una sonrisa sin saber muy bien por qué.

-Intentaré... que no te duela demasiado...

Y entonces volvió a alzar la espada.




La habitación estaba en calma. El terrateniente dormía en un futón abrazado a una jovencita.

-Oh, oh... -Murmuró Shinet echando un vistazo a las mantas- ¿Qué te apuestas a que es una criada, eh Shin?

Shinichi había desenvainado la espada.

-¡Eh, para! -Rugió todo lo bajo que pudo- ¿Qué vas a hacer con ella?

-Apártala. No nos pagan por matarla a ella también... -Alzó una ceja, inquisitivo- ¿verdad?

-Claro que no.

Shinet se agachó y le tapó la boca a la mujer. La sacó a tirones del futón y la pobre chica despertó horrorizada. La mano del joven hizo de escudo contra su agudo chillido de pánico.

-Sshh. Ahora vas a ver arte, chica...

-¡Suéltame! ¡Déjame ir! ¡SOCORRO!

Shinet soltó una serie de maldiciones mientras se frotaba la mano donde le había mordido. La violencia de las sacudidas le obligó a concentrar toda su atención y fuerza en el cuerpo que serpenteaba ávido de libertad.
El hombre del futón se despertó.

-¿Por qué siempre tienes que complicar las misiones que hacemos juntos? -Bufó Shinichi.

Shinet sonreía de oreja a oreja en el suelo.

-¿Y qué habría de emocionante sino?

Shinichi liberó el tercer sello y la última marca se acopló en su mejilla. El aura de poder flotaba en su interior como una inmensa nube. Levantó la espada y alzó dos dedos para comenzar a dibujarle un filo a su espada.

-Tocuhé.

El resplandor de la espada iluminó su sonrisa. La gorra ocultaba sus ojos.
Ojos azules y fríos.




__

¡Uff! ¡Por fin lo he terminado!
Hace más de un mes que empecé este post, con mucha ilusión y ganas por cierto, pero por diversas razones, que no viene al caso comentar ahora, lo fui dejando, dejando, dejando... Hasta hoy.
En realidad tenía ganas de empezar con el siguiente capítulo, pero claro, me parecía pertinente terminar antes el primero.
¿Quiere esto decir que tendrá continuación? En teoría sí. Ahora bien, todo dependerá de lo mucho que me apetezca seguir escribiendo el pasado de mi chico, las ideas que se me ocurran, la inspiración que viene y va, las crisis, los otros vicios que me consumen... Un montón de cosas, así que no espereis que suba algo así todas las semanas.
Pero bueno, disfrutad de esta primera parte ahora que por fin la he terminado.

¡Ah! antes de que se me olvide... creo que hoy voy a hacer dos actus.
¿Advertencias para la segunda? Emm, sí. Abstenganse los diabéticos, por favor.

¡Juajuajua!


PD: I LUV ROXAS!!!!! <333>


1 comentario:

Niwa dijo...

Mi msn acaba de morir una vez más, pero así aprovecho y te dejo aquí escrito que te adoro.
Siempre consigues arrancarme una sonrisilla (y alguna babilla también xD) con Shinichi y pese a toda la vaguería del mundo y el problema Kanda, sigues escribiendo sobre él. En este momento estás a la altura de Hisi-chan en mi lista de seres maravillosos, que lo sepas ^^

Ya sabes, no dejes de escribir, auqnue sea poquito y a ratos, que siempre es una alegría encontrarse estas cositas colgadas.


Palabra de verificación: AFFUL