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10/1/11

Don't ever look back [AlmaxKanda FanFic]

Puede contener SPOILERS del manga, concretamente del capítulo 190 en adelante. No se trata de nada que pueda arruinar el argumento de la obra, pero se mencionan personajes que pueden ser desconocidos para quienes no sigan la historia del manga.
Hay leves insinuaciones de YAOI. Leed bajo vuestra propia responsabilidad. 

Lectura de derecha a izquierda y de arriba hacia abajo.

Tenía los ojos abiertos, brazos y piernas intactos, y estaba tan alerta y preparado como siempre. Me sentía relajado y tranquilo, y en aquel lugar había espacio suficiente para maniobrar. Definitivamente, aquello parecía uno de los campos de entrenamiento, y quizá así lo fuera, pero nunca lo llegué a dilucidar, porque, pese a todo, ni mis ojos lo vieron, ni mis brazos lo detuvieron, ni mis piernas me permitieron esquivarlo.
Desperté violentamente tras un buen rodillazo por parte de mi compañero de cama, con lágrimas en los ojos y el espasmódico movimiento para recuperar la posición fetal ya iniciado. Me abracé con fuerza la barriga mientras gritaba sin miramientos en lo más profundo de mi cerebro todas las maldiciones que se me ocurrían. Dolía como si me hubieran embestido con un ariete a toda velocidad, qué golpe más bruto. El líquido que se había agolpado en mis lacrimales me empezaba a escocer, así que entreabrí los ojos para poder parpadear y dejar que las lágrimas se derramaran y fueran a parar a las sábanas o a la almohada o a donde quiera que les diera por caer. Quizás con toda aquella actuación sólo estaba esperando a que él hablase y sacase a pasear esa particular forma suya de ser para poder devolverle el golpe y quedarme tan a gusto, pero no lo hizo. No lo hizo porque estaba dormido y yo pude verlo a través de mis ojos entreabiertos y húmedos.

Era la primera vez que le veía dormir. Era la primera vez que le veía actuando en consonancia con sus sueños y viviendo en aquel otro mundo al que nos decían que teníamos que ir todas las noches… o al que íbamos por fuerza todas las veces que acabábamos a golpes. El mundo al que llegábamos cuando, durante la sincronización, nos quedábamos inconscientes. En un acto reflejo agité la cabeza de lado a lado para sacudirme aquel último pensamiento; justo en este momento no me apetecía ponerme a recordar las sesiones de sincronización. La reminiscencia de ese dolor hizo que el daño provocado por el rodillazo se disipara en una especie de neblina cálida, como un pequeño torrente de sol.
La verdad era que nunca antes había visto a Yū tan… indefenso no era la palabra, pero tampoco lo era tranquilo porque hasta en sueños era capaz de pegarme y no dejar de moverse de un lado a otro. Yo ya estaba acostumbrado a que se revolviera sobre sí mismo y sobre mí mismo también, pero si continuaba incrementando la violencia de sus giros y vueltas, al final un día terminaría por separar las camillas sobre las que descansábamos. El papel que mediaba entre el plástico blanco y su cuerpo ya estaba totalmente arrugado. El mío no lo estaba tanto, pero me apresuré a alisarlo con el brazo. Era un poco incómodo dormir sobre un gurruño de arrugas.
Mientras rehacía mi trozo de cama, utilizando ahora las dos palmas para estirar mejor la tela de la camilla bajo mi cuerpo, me detuve apenas un momento para contemplar a mi compañero. Llevaba un rato quieto y no pude evitar achacarlo a un estado de coma. No era la primera vez que Yū entraba en coma y no me preocupaba demasiado, pero de todas formas quería avisar a alguien si así fuera. Quizás después me fuera directamente a la sala matriz a darles a todos los buenos días. Igual…

Durante un rato me olvidé de mi tarea. Apoyando el codo sobre la tela que cubría el fino colchón de plástico, me dediqué a observar con atención al muchacho que dormía. Yū Kanda era un niño alto de nueve años de edad. Su cuerpo era largo y delgado, como una espiga, y los músculos poco a poco comenzaban a dibujarse con impecable delicadeza sobre él. Todavía llevaba puestos los pequeños pantalones oscuros que se le ceñían bajo el ombligo y que le cubrían hasta las rodillas. El pecho estaba desnudo y yo podía fijarme en el detalle normalmente imperceptible de su respiración sobre el diafragma. Subía y bajaba con pesada lentitud, como si le costase cada bocanada de aire que se llevaba a los pulmones. Las gotas de sudor comenzaron a agolparse en sus hombros y en el nacimiento de su pecho, así que decidí incorporarme con un movimiento rápido para examinarle mejor. Me quedé allí sentado, a tan solo dos palmos del calor que irradiaba su cuerpo. 


Me sorprendió ver lo mucho que cambiaba mi perspectiva cuando observaba al chico desde arriba. Ahora podía ver bien la expresión de su rostro. Tenía las cejas curvadas, fruncidas en una mueca extraña que hacía juego con el gesto de su boca. Parecía estar apretando los dientes con fuerza; rabia, sorpresa, anhelo, desde luego yo no sabía que podría estar pasando en su cabeza. Pese a todo, Yū conservaba ese aire de indiferencia y frío en las facciones, como si alguien se lo hubiera cincelado para siempre en aquel semblante que todavía no se había desprendido de la suavidad de las curvas redondeadas de la niñez. Las gotas de sudor le bajaban por las sienes mojando su pelo oscuro. Su melena, que apenas le llegaba a los hombros, caía totalmente lisa y estaba poblada de mechones desiguales que empezaban a crecer con ímpetu, pero a mí lo que más me gustaba, sin duda, era el color. Su color era la última tonalidad de negro que podía alcanzar la cromática en la genética humana, más oscuro que la más oscura de las sombras. A veces, cuando la luz se reflejaba en su cabello, el brillo engañaba la visión titilando en forma de reflejo azul. Muchas de las ocasiones en las que nos habíamos peleado había terminado con un par de morados más por haber distraído mi atención creyendo haber atisbado uno de esos destellos índigo.

En ese preciso instante, sentí un acuciante deseo tirar de mis entrañas con fuerza. Una apremiante necesidad por memorizar el tacto de aquellas hebras que mi compañero parecía haberle robado a la noche. Me dejé llevar por la impulsividad y estiré mi mano hacia la altura de su frente. Fue entonces cuando Yū estrujó la sábana, convirtiendo repentinamente sus manos en sendos puños que atrapaban una agonizante tela.

Después, todo sucedió muy deprisa. Sin darme tiempo a pensar, mi cuerpo se movió como accionado por un resorte, huyendo hacia mi lado de la cama con un solo movimiento acelerado. Logré escurrir las piernas bajo mi propia sábana y taparme a toda velocidad con ella, arrebujándome muy disimuladamente de espaldas a él sobre mi lecho. Cerré los ojos con fuerza, pero luego recordé que sería mejor relajarlos y aparentar que acababa de despertarme. Le oí susurrar algo entre dientes, y, bastante acobardado, comencé a hacer ver como que me desperezaba. Tampoco quería forzar demasiado mi interpretación, si me descubría sería malo. Se convencería equivocadamente de que era un acosador y entonces quizás tuviese que volver a dormir yo solo. No quería volver a dormir solo. Restregué los ojos con la mejor actuación que supe llevar a cabo y pronuncié las primeras palabras que se me vinieron a la mente.

-Te estabas moviendo mucho otra vez mientras dormías.

Por lo que podía espiar a través de los nudillos de mi mano casi podría haber jurado que le pillaba desprevenido. Sin embargo, fue totalmente al revés. Es decir, fue él quien me pilló desprevenido a mí. Absolutamente, además. Todos los músculos de mi rostro entraron en tensión.

-Lo siento. ¿Te he despertado?

Le miré a los ojos. No estaba enfadado, pero tenía una expresión que me resultaba muy extraña. Una expresión que le hacía parecer lo que era, un niño pequeño. Un niño pequeño de nueve años, como yo.


No pude evitarlo, dibujé la sonrisa más sincera de toda mi existencia.



______________________________
[Editado]


Anoche, a la intempestiva hora en que publiqué mi entrada, no tuve las fuerzas suficientes para comentar mis impresiones sobre lo escrito, así que, echando mano de la magnífica herramienta de edición, voy a hacerlo ahora.

Después de pasarme un buen rato buscando imágenes que renderizar en las páginas del manga original de D. Gray-man no pude evitar sentir la tentación de seguir leyendo hasta el capítulo 202 tirando del fansub de MangaStream. Y es que de pronto, mientras buscaba por entre las páginas, reviví toda la historia de Kanda que me metí este verano durante los días que pasé en casa de Nini. Fue muy duro resistirme a la tentación, más sabiendo que el equipo de MangaStream trabaja en inglés y que sus scans son de los mejores que hay a día de hoy en estos mundos del fansub, pero tiempo atrás ya decidí que quería disfrutar del manga en papel. Tuve que hacer acopio de toda mi fuerza de voluntad para cerrar la pestañita de aquella página que me prometía adrenalina, emoción y una profusa hemorragia nasal a lo largo de los seis o siete capítulos que me quedaban por leer. Y triunfé, cerré la página y se acabaron las tentaciones malsanas. El problema, queridos y queridas amigas, es que había algo que se había quedado allí conmigo. Algo que quería salir, que quería saber, y que era lo suficientemente fuerte como para impulsarme a escribir. Y a ello me abandoné.

El verdadero empujón me llegó en forma de viñeta, la misma que podéis leer (de derecha a izquierda) al principio de esta entrada. La expresión avergonzada e indefensa de Kanda no tiene precio, así como tampoco lo tiene ese "lo siento", por muy formal que sea, que le dedica a Alma. Después de todo lo que he leído a lo largo de diecinueve tomos, de verdad que jamás pensé que la autora pusiera en su boca semejantes palabras, más teniendo en cuenta que lo que nos había mostrado de él de pequeño era una personalidad calcadita a la que tiene cuando es mayor. Por eso y porque no me hace mucha gracia modificar el argumento de las obras, pensé en ubicar mi narración entre la anterior viñeta, que nos muestra lo que Kanda está soñando (y que no diré para no hacer spoilers), y su súbito despertar en esta.

El peso de la narración recae sobre Alma, que es un niño pequeño con las aspiraciones y deseos de un niño de su edad. Después de lo que se ha mostrado sobre su carácter y personalidad de aquella época yo creo que me ha quedado algo bastante acertado, que no perfecto porque, obviamente, no fui yo quien concibió ese personaje.
En fin, creo que es un texto muy neutro y en el que no manipulo ni retuerzo la personalidad de nuestros chicos (no, esta vez no vais a necesitar hacer uso de la cuerda para colgarme sobre cualquier poste... ¿verdad?), y estoy bastante satisfecha con este "asomar la patita" por el mundo de los Fanfics. Hace muchísimo tiempo que quería iniciarme por estos lares, pero eso de ir dejándolo y dejándolo hace que las historias sobre las que pretendías escribir avancen y lo que tenías en mente dejase de valer. 

En fin, espero que hayáis disfrutado de la lectura, ya que mis perversas y retorcidas intenciones esta vez iban encaminadas hacia ese objetivo final.

5/10/09

Olvida



Toda la frustración parecía haber acudido en masa ante una llamada incierta. Un llanto amargo que, creo recordar, resbalaba por las paredes de mi garganta y las acuchillaba cruelmente. Era un sentimiento horrible.

Cada dos minutos trato de olvidar todos los momentos que pasamos.

Se extendía desde la punta del dedo gordo del pie hasta el último pelo de mi cabeza. Las manos me temblaban y apenas podía sostener el vaso de agua que me habían traído para que me calmase. Tal era su capacidad de infiltración que había momentos en los que no sabía quién dictaba las órdenes de mi conciencia. La rabia pugnaba por salir al exterior, por utilizar mi voz, por usurpar el control de mis extremidades, por dirigir el ritmo de mis pensamientos... pero por el momento mi estructura ósea y todos mis músculos resistían su feroz ataque. El único signo de debilidad era aquella pegajosa sustancia que me impregnaba la piel. El sudor, ahora, me parecía ácido.

Cada dos minutos una enternidad... cada dos minutos sin tocar tus manos.

La silla no aguantó más mi peso y me apremió a levantarme. Una mano se posó sobre mi hombro con fuerza, quizá con más fuerza de la necesaria debido a lo precipitado de mi gesto, pero se retiró como un animalillo asustado en cuanto de entre mis labios escapó un gruñido sordo. El vaso entre mis manos temblaba, el agua se balanceaba de un lado a otro salpicando el suelo en mi camino hasta la cocina. Un par de piernas me siguieron a una distancia prudente. Vacié el vaso en el fregadero.

Cada dos minutos pierdo la razón, me abandona la ilusión, me tropiezo y me caigo.

-Sé lo que sientes, pero... -Comenzó la suave voz de mi compañera- Ya basta, tienes que terminar con todo esto.

A ella no es que le diera igual lo que me pasase, eso lo tenía claro, pero no me comprendía en absoluto. Había sufrido tantos palos en la vida que quizá pensase que este sólo era otro más. Otro del que me recuperaría con mi habitual sonrisa, como si la huella de este fantasma se fuese a retirar con el triste amago de un gesto alegre que, en realidad, no era ni alegre ni llegaba a la altura de gesto.
Si ahora mismo mis labios esbozasen una sonrisa, sería la sonrisa más triste y más falsa del mundo.

-No, no lo sabes. Así que no hables de ello, por favor. Me esta costando muchísimo permanecer aquí sentado. Me está costando muchísimo retener... interiorizar... las cosas.

Las manos vibraron contra la superficie metálica del fregadero. Y, de repente, tras soltar aquello, tras haber descartado un sinfín de palabras para describir lo que me estaba ocurrindo, la ira desapareció. Las manos me seguían temblando, y las piernas también, temerosas de lo que vendría a continuación.
Segundos más tarde, el peso de la tristeza se abalanzó sobre mi corazón con las garras por delante. Desconozco si hizo jirones el maldito órgano, porque lo único que pude hacer durante los minutos siguientes fue llorar como una criatura. Las lágrimas goteaban con fuerza, resbalaban al ritmo de los espamos de mi pecho y lo único que se oía en la cocina eran los gemidos de dolor que era capaz de articular.
La frustración, la rabia y la tristeza iban siempre juntas de la mano.
Lo había vuelto a olvidar.

Yo lloraba sobre el fregadero, sólo en mi desdicha, recreándome en el placer funesto que otorgaban mis heridas abiertas. Tenía tantas ganas de abrazar a alguien, tantas ganas de sentir calor y quemarme...
Pero perdí el valor de decirselo a la cara, de reprocharle que siempre me hiciera lo mismo. Fallé.

Cada dos minutos cambio de opinión si me roza el corazón con el filo de sus labios

Y, sin embargo, siempre supe que si dependiese de mi corazón y de mí siempre le daría otra oportunidad.


___

Pues no sé exactamente qué es esto, yo tenía preparada otra entrada bastante más alegre para hoy... pero me han dado una mala noticia (cuantas llevaré ya esta semana u.u') y los dedos se han puesto a teclear ellos solitos. En fin, es una especie de situación extraña, con personajes extraños que se lamentan sobre cosas no tan extrañas para la mayoría de nosotros. Últimamente estoy como en un... ¿bache?, pero me suele pasar cuando se dan ciertas condiciones (ajenas a mi voluntad, que conste) y es cuando mis sueños se vuelven monotemáticos y mis pensamientos terminan por desembocar inevitablemente en el dichoso temita tabú.
No es nada que no se pueda arreglar con una breve, pequeña, minúscula, charlita por teléfono... pero mi interlocutor parece estar siempre apagado o fuera de cobertura.
Una pena.




Pi... pi...pi...
Por favor, deje su mensaje después de oír la señal.


20/9/09

Recuerdos: Extra

NO RETURN POINT


Corre, no te pares.

Los músculos de mis piernas trabajaban a toda velocidad. Me dolía cada latigazo de sangre que envíaba mi corazón por mis venas. El dolor y la adrenalina me hacían olvidar esa profunda fatiga que me estaba desgarrando la traquea. Y el miedo. El miedo era lo peor. Esa sensación de pánico se había clavado en lo más profundo de mis huesos hasta volverlos astillas. Era algo que había permanecido latente, dormido durante muchos años. Pero yo sabía que tarde o temprano iba a volver. Y con mucha más intensidad.

Sigue corriendo, no mires atrás.

Con los brazos aferraba el pequeño bulto en el que había depositado todas mis esperanzas. El futuro yacía entre las hojas del bosque que había ido dejando atrás. Lloraba porque sabía que había llegado el punto de no retorno. Lloraba porque sabía que era injusto.
La maleza crujía bajo mis pies descalzos. La sangre estaba empezando a atraer miradas hambrientas entre las sombras de los árboles. Apenas podía ver, las lágrimas seguían empañándome los ojos. Estreché el bulto contra mi pecho y seguí corriendo más deprisa.

Corre por tu vida.

Ya los oía venir. Sus pisadas bestiales resonaban en mis oídos.
Apreté los dientes y aceleré, cabeceando, abriéndome paso con los hombros. La manta que envolvía a mi bebé se desplegaba por la velocidad. El pelo me azotaba las mejillas, las piedras se me clavaban en los pies. Jadeaba, boqueaba, desesperada por conseguir un poco más de oxígeno. Mis piernas se movían describiendo arcos cada vez más amplios. El miedo sacaba a relucir mi instinto más salvaje: sobrevivir.
Salté una raíz por instinto y me estrellé contra un arbusto que me llegaba por la cintura. La fuerza del impacto hizo que mi peso venciera y acabé en tierra firme, habiendo atravesado esa maraña de hojas y ramas puntiagudas.
Lo que vi a continuación me cortó la respiración como si me hubieran golpeado con un bate en el estómago. Al final del camino no había puente, sino un precipicio.
En aquel momento, el bebé empezó a llorar.

¡Por favor, CORRE!

La voz gritaba desde mis recuerdos. Una voz infantil y aguda que hacía más profundo el agujero que se estaba comiendo mi corazón. Acuné al bebé que llevaba entre mis brazos y besé su rostro.

-Dame a la niña.

Era la voz de una sombra. Tan grave y tan distinta de la que retumbaba en mi cabeza que la ignoré. Seguí besando los párpados de mi hija.

-Todo ha acabado. Ryo está muerto.

-¡NO! -Rugí levantando la cabeza y golpeando el aire con mi larga melena oscura.

Me alejé unos pasos, hasta el mismo borde del precipicio, negando con la cabeza.

-Asesinos... asesinos -Gimoteé. Las piernas amenazaban con no sostenerme más-. Antes la muerte... mi niña... la muerte... ¡DEJÁDLA EN PAZ!

-La muerte no es algo negociable. Estás condenada, igual que tu marido.

En algún momento debí perder la cabeza. No me iban a arrebatar a mi hija. Ella tenía que quedarse con su madre.
Sentía en lo más profundo del alma no haberle podido entregar una vida normal, haberla traído al mundo para nada. Ni siquiera había cumplido los dos años. Tenía que hacerlo en seguida, porque si me arrepentía sería peor para ambas. Las sombras no perdonaban a nadie. Ni siquiera a los inocentes.
Antes de dar el paso pensé por última vez en todos aquellos a los que alguna vez amé. Vi sus rostros felices, muchos recuerdos, evoqué sus voces. Aún había futuro para alguien. Un horrible futuro, pero era vida.
El futuro yacía entre las hojas del bosque.

Mi pequeño Shinichi dormiría ajeno a todo lo que estaba ocurriendo. Mi primogénito sobreviviría a los funestos acontecimientos que nos había preparado el destino.

-Espero que algún día seáis capaces de entender por qué hice lo que hice.

Me despedí de mis hijos y salté.



___

No es lo que estabais esperando, no es lo que yo pensaba colgar, pero igualmente es parte del fic de Shinichi. Aquí empezó todo para mi chico.
Por si ha quedado algo confuso, lioso, poco claro... la mujer es la madre de Shinichi, que huye de algo. Más adelante irá cobrando un poco más de sentido.
¡A ver si me da tiempo de actualizar esta noche!

29/8/09

Recuerdos I



Vagamente

El espeso follaje clareaba en la oscuridad al compás de la suave brisa nocturna. Las hojas ondeaban en sus ramas permitiendo que la luz de la luna pincelara sus formas intermitentemente. Un viejo búho se rebullía en su plumaje castaño con movimientos espasmódicos
La sombra desencadenó una violenta ráfaga de aire. Algunas hojas cayeron. El animal sacó la cabeza y se estiró. Sus enormes ojos escudriñaron el terreno.
Nada.
La sombra ya estaba lejos.




-¡Sanagawa!

Un corpulento hombre avanzaba hacia él agitando una espada de bambú. Tenía unas enormes manchas de sudor alrededor de las axilas y la cabeza rapada. Se movía con rapidez pese a su tamaño y parecía estar de muy mal humor.

-Mocoso de mierda... ¡Ven aquí!

De los niños que practicaban allí, sólo uno permanecía quieto. Tenía la mirada perdida y sujetaba una espada de bambú mucho más pequeña al hombro. El hombre estrujó su minúsculo hombro con violencia y le obligó a girar. La espada se le resbaló y golpeó sus dedos.

-Te lo tienes muy creído, ¿verdad? -Apuntó con un dedo regordete al pecho del niño. Se había encorvado ligeramente para quedar a la misma altura-. ¡Conmigo no, Sanagawa! ¡Conmigo no!

La presión en las costillas causada por los golpecitos del dedo comenzó a doler. El pequeño agarró la muñeca, como pudo, del que parecía ser su instructor. El hombre le miró con cara de asombro.

-¿Qué crees que haces? -Inquirió con una mezcla de repulsa y estupefacción.

Por primera vez en lo que llevaba con aquella nueva camada de cachorros pudo ver los ojos de aquel niño. Estaba seguro de que habría rabia por aquella humillación pública, y, tal vez, incluso una mueca de ira en su rostro.
No podía estar más equivocado. Tuvo que parpadear un par de veces antes de convencerse de que no era una alucinación.
La mirada del niño no reflejaba nada.
Normalmente no era esa la reacción que provocaba en sus alumnos.
Tuvo un escalofrío.





La sombra perdió velocidad. Fue frenando hasta encontrar un árbol sobre el que apoyarse sin ser visto. Rozaba la linde del bosque.
Una segunda sombra se le unió poco después. Intercambiaron un par de gestos. El recién llegado le lanzó una gorra negra y unas manos se adivinaron en la oscuridad. En reposo, ambas figuras se perfilaban en la noche. Dos hombres jóvenes se miraban el uno al otro. Uno de ellos sonreía.

-Deberías cortarte el pelo.

El de la sonrisa, a pesar del comentario, no dejaba de observar con atención a su compañero. Éste, ignorándole por completo, se recogió el pelo, bastante largo para un varón, junto con un par de mechones que le caían al frente y lo ocultó todo bajo la gorra. No era la primera vez que lo hacía.


- ...

Cruzaron una larga y silenciosa mirada. El muchacho de la gorra movió la cabeza y señaló algún punto fuera del límite del bosque. El otro se encogió de hombros.

-Es una distancia muy larga sin nada que nos cubra, ¿quieres que te lleve a hombros?

El hombre acentuó la sonrisa y su compañero levantó la visera de la gorra para dirigirse mejor a él.

-Cierra la boca.




Por la entrada trasera de la construcción principal, la cual se utilizaba para hospedar a los instructores y, en general, a los adultos encargados de sostener el entramado de la organización, serpenteaba un camino de tierra. Al final del desigual surco marrón, lejos de las luces y la modesta muralla, se alzaba una cabaña de madera que apenas contaba con un par de ventanas. Dentro se agolpaban numerosas literas desvencijadas que chirriaban al apoyar un poco de peso sobre ellas. La ropa de cama se limitaba a sábanas viejas y mantas raídas.

En una esquina, alejado del suave resplandor que se precipitaba sobre el suelo a través de las ventanas, se encontraba agazapado un chiquillo. Tenía las rodillas apoyadas a la altura del pecho y las manos descansando sobre éstas. La cabeza se le resbalaba cuando perdía la consciencia debido al sueño, pero intentaba no quedarse dormido esa noche. Él sabía por qué.

Fuera del destartalado inmueble, un niño algo mayor observaba la puerta no muy convencido. Su tarea era sencilla, pero bastante desagradable.

El pequeño suspiró pesadamente y avanzó los pasos que le quedaban.

La espada de bambú que arrastraba levantó algo de polvo por el suelo.




En las afueras del pueblo se encontraba asentada la casa -si es que a esa monstruosa construcción se le podía llamar así- del terrateniente. El espeso bosque estaba situado en la parte trasera de la mansión, en una pequeña hondonada desde la cual se veía el valle.


Los jóvenes abandonaron la protección de los árboles.

Como no disponían de mucho tiempo y no pretendían dejar que los que estaban de guardia dieran la voz de alarma,
dejaron de ser un par de manchas en la oscuridad y se convirtieron en borrones sobre el camino.
Pronto estuvieron dentro. Shinet se encargó de abrirle paso a su compañero.
Sólo había una regla: cuantos menos cadáveres mejor.
Sortearon a los hombres que montaban guardia en el patio deslizándose por el tejado y saltando a un enorme árbol que crecía junto a las ventanas del edificio.

-Menudo fallo -Susurró el mayor mientras se agazapaba entre las hojas-. Mira que plantarlo justamente aquí... -Arrugó la nariz y volvió a dibujar una sonrisa traviesa-. La próxima vez haz el favor de no aceptar encargos para principiantes.

El de la gorra ni siquiera se inmutó, pero Shinet ya estaba acostumbrado a sus silencios. Siguió trepando detrás de él.

-Es aquí -Murmuró secamente el menor tras quedar frente a una terraza con las puertas de cristal ligeramente abiertas.

-Vaya, empezaba a pensar que te había comido la lengua el gato.

Shinet alcanzó la rama e intentó ponerse en pie. Caminó despacio y con paso firme hasta dar un salto y colgarse del balcón sin un sólo ruido. El otro le siguió.
Shinet colocó una mano sobre la abertura y asió firmemente la puerta corrediza. Después le dedicó una mirada divertida a su compañero. En sus ojos brillaba la excitación.

-Todo tuyo, Shinichi.

Entraron.




La puerta se abrió con un crujido. El niño de la espada de bambú se felicitó interiormente por aquel ruido. Con un poco de suerte su visita no se prolongaría mucho tiempo.
Avanzó por el estrecho pasillo entre las literas hasta dar con la esquina en la que se encontraba el novato.
El polvo acumulado y la tierra le mancharon los calcetines blancos. Hizo una mueca y enfocó sus ojos en el bulto que respiraba acompasadamente sobre aquella repugnante superficie.
Durante un par de minutos no sucedió nada. Después, el pequeño dio un respingo.
Shinet atrapó su mirada confusa y sintió lástima; al final iba a tener que llevar a cabo el castigo. El pequeño alumno había sido atrapado durmiendo.

Alzó la espada de bambú sin movimientos bruscos, con la esperanza de no tener que recrear de nuevo la escena en la que el niño se cubría y él debía golpear de todas formas. Inconscientemente, su mente también esperaba un sonido lastimero que, sin embargo, fue remplazado por un rugido.

-¡Hazlo ya!

La espada se mantuvo congelada en alto.

-¿Qué?

Su mirada chocó contra la impotencia y la rabia de los ojos del niño.

-¿Qué has dicho?

El pequeño se levantó del suelo y mantuvo la distancia inicial. A pesar de la diferencia de edad, el niño le llegaba a la altura de los hombros.

-Pégame de una vez y termina rápido para que pueda seguir durmiendo.

Shinet alzó una ceja, incrédulo.

-¿Eres consciente de lo que acabas de decir, mocoso? -Apuntó al pecho del niño con un dedo- Ahora mismo podría ir a contarselo a tu superior y hacer que este castigo parezcan cosquillas en comparación con el que se te pondría.

-No hagas eso -Repuso con tranquilidad.

Shinet se alegró de que hubiera entrado en razón. La mayoría de veces el miedo era el mejor aliado con el que podía contar para no tener que volver a repetir su trabajo en los mismos niños.

-Callar y obedecer. Esa es la norma chaval, que no se te olvide.

El pequeño retiró el dedo que rozaba su pecho y volvió a clavar sus ojos fríos en Shinet.

-Te he dicho que no hagas eso. No me toques.

Aquello le descolocó por completo.
Debido al desconcierto la espada resbaló de entre sus dedos y fue a parar al suelo. Cayó con un golpe seco, removiendo la arenilla acumulada sobre los tablones de madera. El novato se agachó y la recogió. Después se la tendió sin palabras. Cada vez que abría la boca daba la impresión de que le costaba articular más de dos frases seguidas. De que le fastidiaba...

-¿Cómo te llamas? - Preguntó interesado.

-Sanagawa... -Titubeó un poco y desvió la mirada. Con los ojos enfocados en algún rincón de la habitación a oscuras continuó- Shinichi.

Shinet esbozó una sonrisa sin saber muy bien por qué.

-Intentaré... que no te duela demasiado...

Y entonces volvió a alzar la espada.




La habitación estaba en calma. El terrateniente dormía en un futón abrazado a una jovencita.

-Oh, oh... -Murmuró Shinet echando un vistazo a las mantas- ¿Qué te apuestas a que es una criada, eh Shin?

Shinichi había desenvainado la espada.

-¡Eh, para! -Rugió todo lo bajo que pudo- ¿Qué vas a hacer con ella?

-Apártala. No nos pagan por matarla a ella también... -Alzó una ceja, inquisitivo- ¿verdad?

-Claro que no.

Shinet se agachó y le tapó la boca a la mujer. La sacó a tirones del futón y la pobre chica despertó horrorizada. La mano del joven hizo de escudo contra su agudo chillido de pánico.

-Sshh. Ahora vas a ver arte, chica...

-¡Suéltame! ¡Déjame ir! ¡SOCORRO!

Shinet soltó una serie de maldiciones mientras se frotaba la mano donde le había mordido. La violencia de las sacudidas le obligó a concentrar toda su atención y fuerza en el cuerpo que serpenteaba ávido de libertad.
El hombre del futón se despertó.

-¿Por qué siempre tienes que complicar las misiones que hacemos juntos? -Bufó Shinichi.

Shinet sonreía de oreja a oreja en el suelo.

-¿Y qué habría de emocionante sino?

Shinichi liberó el tercer sello y la última marca se acopló en su mejilla. El aura de poder flotaba en su interior como una inmensa nube. Levantó la espada y alzó dos dedos para comenzar a dibujarle un filo a su espada.

-Tocuhé.

El resplandor de la espada iluminó su sonrisa. La gorra ocultaba sus ojos.
Ojos azules y fríos.




__

¡Uff! ¡Por fin lo he terminado!
Hace más de un mes que empecé este post, con mucha ilusión y ganas por cierto, pero por diversas razones, que no viene al caso comentar ahora, lo fui dejando, dejando, dejando... Hasta hoy.
En realidad tenía ganas de empezar con el siguiente capítulo, pero claro, me parecía pertinente terminar antes el primero.
¿Quiere esto decir que tendrá continuación? En teoría sí. Ahora bien, todo dependerá de lo mucho que me apetezca seguir escribiendo el pasado de mi chico, las ideas que se me ocurran, la inspiración que viene y va, las crisis, los otros vicios que me consumen... Un montón de cosas, así que no espereis que suba algo así todas las semanas.
Pero bueno, disfrutad de esta primera parte ahora que por fin la he terminado.

¡Ah! antes de que se me olvide... creo que hoy voy a hacer dos actus.
¿Advertencias para la segunda? Emm, sí. Abstenganse los diabéticos, por favor.

¡Juajuajua!


PD: I LUV ROXAS!!!!! <333>


21/8/09

Change


SPOILERS -O al menos creo que podrían considerarse como tales-
Leeis bajo vuestra propia responsabilidad.


Mármol blanco y sin mácula se extendía por toda la sala. El pasillo, al fondo, largo e imponente por su altura, prometía revelar un valioso secreto al que tuviera el coraje de perderse en su espesura. En algún punto de su superficie las paredes de cristal dejaban a un lado su transparencia, y, con ella, su capacidad para filtrar luz.
Sin luz lo único que quedaba era oscuridad.

Sora sujetó con fuerza la Keyblade. Sus piernas, una vez más, respondieron a sus deseos y avanzaron hacia el lóbrego túnel; cortos pasitos que se convirtieron en el principio de una desenfrenada carrera.
A medida que la luz abandonaba su cuerpo y el de sus compañeros, y un grito henchido de angustia y esperanza desgarraba su garganta, los Sincorazón se prepararon para hacer su aparición. Las sombras vomitaban sus formas y ellas mismas las amortajaban tras haber sentido el poder de la Keyblade. El arma que canalizaba el corazón de Sora daba bandazos en todas direcciones, ávida por consumir las tinieblas y descubrir qué ocultaba la puerta que, levemente, alcanzaba a vislumbrar su portador.
El sudor resbalaba por las sienes del elegido mientras ejecutaba sincronizadas espirales junto a su preciada amiga. Los enemigos estallaban en nubes negras dejando su fuerza vital y su magia tras de sí. Sora saltaba y hacía uso de todas las superficies sobre las que podía apoyarse. Donald se empleaba a fondo, echando un ojo a la salud de su distraído compañero, que ahora se valía de las paredes para rematar a más de un enemigo por turno, y ejecutando ofensiva magia avanzada contra el rival. Ambos aprovechaban para ganar terreno cuando Goofy ponía en práctica sus técnicas de demolición con el escudo.

Finalmente, las sombras dejaron de resquebrajar su tejido, carentes de efectivos que enviar a combate. Apenas un par de segundos para respirar se permitió el joven de corazón luminoso antes de volver a lanzarse a la carrera contra la puerta blanca. Puerta alta y de aspecto frágil.

Las pisadas de Sora, sobre aquel suelo de mármol blanco, sonaban como el retumbar de un hueso sobre otro.
El elegido frenó en seco, deteniendo la reproducción del sonido de forma repentina. Su agitada respiración y sus jadeos hicieron de sustitos.
Después, sin el arma a la vista, estiró la mano y empujó la puerta.
Se abrió deslumbrándole. La luz escapaba desesperada hasta por el más mínimo resquicio. Su corazón, ignorante, se regocijó bombeando sangre más rápidamente.

Cuando sus ojos se acostumbraron a la luz, que había perdido intensidad, permitió que su mirada enfocase la estancia. Una pequeña sala brillante con una chica inclinada sobre un cuaderno.

¡Kairi!

Sus ojos se abrieron como platos y su boca se curvó en un gesto de sorpresa imperceptible cuando la muchacha rubia alzó la cabeza. Miró alternativamente al cuaderno y a Sora.
Fue entonces cuando el portador de la Keyblade aprendió que la oscuridad también puede estar sepultada bajo una capa cegadora de luz.
Una jaula como una pompa de jabón, con la resistencia del diamante y forma de flor, envolvió su cuerpo sin darle tiempo a sacar el arma y defenderse. La joven, pequeñita e inocente en apariencia, murmuró unas palabras mientras aquella jaula le comprimía.
Sora vio su dibujo. Se vio a si mismo encerrado.

Se hundió. Las fuerzas abandonaron sus extremidades y se dejó caer. Su cuerpo dejó de responder. Lo único que seguía funcionando era su mente. Una mente que sólo podía repasar los mundos en los que había estado, las cerraduras que había sellado, los malvados a los que había abatido... todos los sucesos que conformaban aquella estúpida misión que le había sido automáticamente encomendada al resultar el legitimo portador de la Keyblade. Todos sus logros se los había llevado la oscuridad.
Todo el tiempo, el esfuerzo... todas sus lágrimas, su esperanza, su fe, su fuerza de voluntad...
El incorpóreo...
Él había sentido a Kairi...

Kairi...

¿... Dónde estás?




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Hace unas horas, mientras buceaba por la red en busca de música, me he ido a encontrar con una de las previews del Kingdom Hearts II (y del III también). El caso es que, como aún estoy pasándome el KH I y sólo tengo una ligera de por donde van a ir los tiros, no he podido resistirme a hacer esto.
¿El qué?
Imaginar...
En la preview, uno de los pasajes que te enseñan es precisamente el que he descrito en esta especie de Fanfic de KH. Supongo que todos aquellos que os hayais pasado el II sabreis lo desencaminada (¡o no!) que ando, pero es la impresión que me ha transmitido ese trocito de juego. Desasosiego y angustia sobre todo para el pobre Sora, aunque he suavizado un poco ese sentimiento tan heavy que he tenido al contemplarlo. Censura, censura...
La imagen es una pasada. Es el outfit que más me gusta de todos los que ha tenido Sora. Una pena que sólo se lo ponga en Hallowen Town, porque con él le hace competencia a Riku (al menos en este juego sí, no hablemos de vendas y de capas que eso viene más adelante...)
Uff ha sido tan adictivo y estimulante jugar con el chico así vestido que me he pasado el mundo enseguida. ¡Una pena, buaah!

Por cierto, creo que no hay ningún spoiler en el fic, pero... por si acaso lo he puesto. Ya que menciono la desconocida (no para mí, la señorita-hazme-spoilers-que-soy-masoquista) palabra "incorpóreo" y no quiero que tengamos conflictos por leer cosas horribles que susciten vuestro odio y cólera contra mí.

Si es que en el fondo soy un trocito de pan...